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ARTICULOS DEL 17/3/2023 AL 9/1/2024 CONTRAPUNTO

SIMONÍA Y FRAUDE ELECTORAL

GOBIERNO, PSOE, SINDICATOS Posted on Lun, agosto 21, 2023 17:04:26

Leo con asombro la relajada y amable entrevista que Esther Jaén ha realizado a Unai Sordo en el The Objective del día 5 de este mes de agosto. Mi sorpresa no radica tanto en el tono benévolo de la periodista como en que el entrevistado parece más el portavoz de un gobierno que el secretario general de un sindicato de clase. Sus loas a las políticas del Ejecutivo sobrepasan con mucho las de Calviño, Escrivá y Yolanda Díaz juntas.

Me gustaría contestar a muchas de las aseveraciones que en materia económica se hacen en la entrevista, pero otro es el objetivo que me he propuesto en este artículo. Me libera de lo primero el hecho de que en múltiples ocasiones me he referido en diversos artículos publicados en este medio a la evolución de la economía española, desmontando creo yo la política triunfalista del Gobierno y, por lo que parece ahora, también de CC. OO. Citaré tan solo dos de ellos: el del 16 de febrero de 2023, titulado “Nadia en el país de las maravillas”  y el del 29 de junio de este mismo año que lleva por título “La economía española, como una moto”.

A menudo se dice que citarse a uno mismo constituye una pedantería. Puede ser cierto cuando se efectúa como argumento de autoridad. Desde luego, en mi caso nada más lejos de esa finalidad. En primer lugar, porque, a diferencia de Nadia, no me tengo por tal y, en segundo término, porque no me han gustado nunca demasiado ese tipo de argumentos. Mi propósito se orienta, por un lado, a evitar en lo posible reiteraciones y, por otro, ya que ante la limitación de espacio de un artículo muchas afirmaciones por fuerza tienen que quedar sin aclarar, creo yo que ello en parte puede solucionarse citando otros artículos en los que la idea está mucho más desarrollada.

Pero volviendo a la entrevista y a mi extrañeza, diré que hasta cierto punto es habitual el triunfalismo de un gobierno. Aznar y zapatero se empeñaron en decirnos que todo iba fenomenal y nos armaron una buena. Lo que ya no es tan frecuente es que sea el secretario general de un sindicato de clase el que adopte esta postura. En cualquier caso, tal como anteriormente decía, me quiero referir en este artículo únicamente a una de las expresiones de Unai Sordo, y que Esther Jaén coloca como titular y frontispicio de la entrevista: “Llamar Frankenstein al Gobierno es llamárselo al país. España es así. Plural”.

España puede ser plural. Pienso que no mucho más que otros países, pero sus ciudadanos no son golpistas ni filoterroristas ni en general están huidos de la justicia. Tampoco son simpatizantes de ellos. No lo son ni siquiera la gran mayoría de los que hayan podido votar al PSOE o a Sumar. Estoy convencido de que muchos lo han hecho tapándose las narices y quizás ante la falsa idea de que daban su adhesión a un gobierno progresista.

El problema no está en la pluralidad, sino en un fenómeno anómalo y totalmente desquiciante que se está produciendo en nuestra democracia. La mezcla de partidos nacionales que, al menos en teoría, se mueven en el eje izquierda-derecha, con otros denominados partidos nacionalistas en los que esta contraposición tiene un sentido totalmente accesorio, mientras que su casi exclusiva finalidad es la defensa de sus territorios que, en la mayoría de los casos, como es lógico, va en detrimento del resto. Sus diputados no van a las Cortes a defender el interés general, sino tan solo el interés particular de determinadas regiones.

Si el nacionalismo se extrapolase a todas las Comunidades, se habría terminado la contienda ideológica en la política y sería sustituida por la lucha territorial. La coexistencia de estas dos clases de formaciones políticas origina que en aquellas Autonomías en las que no existen partidos nacionalistas los ciudadanos se ven en una situación de inferioridad, puesto que en el Congreso o en el Senado no habrá nadie que anteponga sus intereses por encima de cualquier otra cosa. Paradójicamente, los votos entregados a los partidos nacionales se terminarán empleando en la compra de las formaciones nacionalistas y consecuentemente en contra de los intereses de los que votaron por ideología (acertada o erróneamente) y no lo hicieron en función de querencias territoriales.

Desde la Transición, con la finalidad de atraer a los nacionalistas (vano intento), se ha dado a estos un trato de favor. Es más, cuando el partido ganador (bien fuese el PSOE o el PP) no tenía mayoría absoluta reclamaban el apoyo de una formación nacionalista, que se lo prestaba, pero siempre con un precio. Eso ha hecho que a lo largo de estos años los desequilibrios territoriales se hayan ido incrementando, mientras el Estado ha sido incapaz de corregirlos. Cataluña y el País Vasco han salido altamente beneficiadas situándose entre las Comunidades con mayores rentas, sin que por su parte contribuyan apenas a la solidaridad interterritorial.

Sin embargo, estas disfunciones -al menos hasta el 2008- se mantuvieron siempre dentro de un orden y ningún partido nacional (PSOE, PP e IU) sobrepasó nunca respecto al independentismo las líneas rojas. Bien es verdad que el PSOE tuvo que lidiar con las veleidades del PSC, que casi siempre tiraba al monte, e IU con las de Iniciativa per Catalunya Verds (ICV) y las de Madrazo y ‎Ezker Batua en el País Vasco. La expresión más clara de esta contención fue el Plan Ibarretxe, consistente en un nuevo estatuto cuyo contenido fundamental era el reconocimiento del llamado derecho a decidir (la autodeterminación) del pueblo vasco. En enero de 2005 el Congreso de los Diputados rechazó el nuevo estatuto por 313 votos, 29 a favor y 2 abstenciones. Tanto el PSOE como IU votaron en contra, solo ICV se abstuvo.

No obstante, en los últimos años se han producido tres acontecimientos que han distorsionado por completo el escenario político y agravado la desigualdad territorial. El primero consiste en la metamorfosis acaecida en el ámbito nacionalista, en el que todos han pasado a ser independentistas. En la mayoría de los casos se ha ido más allá. En Cataluña dieron un golpe de Estado y declararon unilateralmente la independencia; en el País Vasco y Navarra se ha fortalecido Bildu, formación política continuadora de ETA, sino en sus acciones violentas sí en el relato. Ya no se trataba de pactar con nacionalistas, sino con delincuentes o defensores de delincuentes.

El segundo suceso radica en la progresiva convergencia ideológica entre izquierda y derecha. La globalización, la Unión Europea (EU) y fundamentalmente la Moneda Única, van borrando progresivamente las diferencias. La UE, a pesar de englobar bastantes elementos del Estado de bienestar, se ha construido fundamentalmente en materia económica sobre principios liberales y con unos parámetros en los que resulta casi imposible mantener una ideología socialdemócrata y mucho menos ponerla en práctica.

Ante esta nueva situación, la izquierda ha ido abandonando en buena medida la lucha social para refugiarse como quehacer propio en determinados objetivos que sin embargo son transversales: conseguir la igualdad objetiva entre hombres y mujeres, la protección de los derechos de los homosexuales y de los emigrantes, la lucha frente al cambio climático, incluso el animalismo, etc. En esa lista, al menos en España, se ha incorporado la defensa del nacionalismo, como si sus derechos fuesen los que están siendo atacados y no fuesen ellos los que agreden las libertades de todos los demás.

La tercera circunstancia consiste en la aparición de un aventurero llamado Pedro Sánchez, dispuesto a todo por conseguir el poder. Con los resultados del partido socialista más bajos de la historia, se propuso llegar a la presidencia del gobierno por el único sistema que le resultaba posible, saltándose todas las barreras y líneas rojas.

Estos tres acontecimientos han creado en España un escenario político nuevo basado en contradicciones y desequilibrios que progresivamente se va deteriorando y, a su vez, va consolidando una radical injusticia. Los votos cosechados entre los ciudadanos de unas Comunidades terminan beneficiando a los independentistas de otras, con el consiguiente menoscabo de los intereses de los primeros. Puede ocurrir que los ciudadanos de Murcia, Castilla-La Mancha, Extremadura, Andalucía, Madrid, etc.  contemplen que los votos que han dado al PSOE o a Sumar se emplean a favor de los independentistas vascos o catalanes y en su perjuicio.

Relata la historia que uno de los vicios más extendidos en el cristianismo durante la Edad Media era el de simonía, la compra de beneficios o cargos eclesiásticos. El nombre proviene de Los Hechos de los apóstoles en los que un personaje denominado Simón el Mago quedó tan impresionado por el poder taumatúrgico de San Pedro que deseó comprar tal facultad, y que fue condenado por el apóstol en estos términos: «¡Que tu dinero perezca contigo, ya que creíste que el don de Dios se podía comprar por dinero”.

Sánchez ha instaurado la simonía política, lleva desde el principio comprando el gobierno con todo tipo de mercedes, solo que paga con dinero ajeno, el dinero de todos los españoles, y con los bienes y derechos de los ciudadanos de todas las Autonomías. El hecho de que los recursos y los votos con los que se compra el gobierno Frankenstein provengan de toda España no hace a todo el país Frankenstein, tal como afirma el secretario general de CC. OO. ni responsable de la simonía ni de los abusos cometidos contra la democracia. Más bien los hace paganos a la fuerza de la fiesta. ¿Qué ocurriría si esos acuerdos se sometiesen a referéndum?

A la mayoría de los votantes del PSOE y de Sumar se les ha pedido el voto en clave de izquierdas-derechas: un gobierno del progreso frente a la involución, al retroceso, a la caverna. Pero en cuanto han pasado las elecciones el escenario ha cambiado. Todo el juego se centra en el precio que tendrá que pagar Sánchez a los independentistas para gobernar, precio que terminará sufragando el resto de los españoles.

Pensemos en un extremeño, un andaluz o un gallego que se creyó ese relato de que venía la reacción, y que le iban a despojar de todos sus derechos. En suma, que se retrocedería al franquismo -bien es verdad que la mayoría ni siquiera lo habrá conocido. Y en función de todo ello votó al bloque que se denominaba de progreso. Pero he aquí que comienza a ver que, una vez transcurridos los comicios, lo primero que se discute es si se condona la deuda de 70 mil millones de euros a una de las Comunidades más ricas de España, condonación que, lógicamente, se haría a costa de la totalidad de los españoles.

Asimismo, empieza a constatar que en las negociaciones se está tratando también la posibilidad de extrapolar a Cataluña el modelo del cupo aplicado al País Vasco, con lo que se dañaría gravemente la función redistributiva del Estado. Tal vez -y aparentemente con menos ambición, pero con resultados similares-, se plantea como alternativa un nuevo modelo de financiación de las Comunidades Autónomas basado en el axioma catalán de que “España nos roba”, y que en román paladino quiere decir acabemos con la solidaridad interterritorial, que las regiones pobres sean cada vez más pobres y las ricas cada vez más ricas.

Otros temas que se están mercadeando sotto voce quizás sean más abstractos para el extremeño o el castellanomanchego de nuestro ejemplo, pero no por eso son menos importantes. Se dé cuenta o no, está sobre el tablero si se les priva de un derecho básico: la soberanía sobre todo el territorio nacional (y de todo lo que conlleva de participación en la decisión democrática). Se cuestiona si esta va a quedar cercenada por los privilegios a determinadas Comunidades Autónomas.  También está en juego la igualdad en las posibilidades de empleo y si el idioma va a constituir una frontera infranqueable; o si el Estado (es decir, todos los españoles) pierde las competencias sobre los puertos, los aeropuertos, etc. Incluso si el Tribunal Supremo va a tener algo que decir en Cataluña.

Sánchez afirma que denunciar todo esto es enfrentar a los territorios entre sí, pero lo que en realidad pone a unas regiones contra otras es incrementar sus diferencias para conseguir el gobierno de la nación y para permanecer en él. Se habla continuamente de la desigualdad entre hombres y mujeres, pero habría que preguntarse si en España el mayor desnivel económico no se produce entre los que viven en una u otra Comunidad.

Hay muchas voces, acaso bien intencionadas, que arguyen que esto son peticiones del oyente y que después no se llevan a la práctica. La verdad es que decían lo mismo de los indultos, de la eliminación del delito de sedición y de la rebaja del de malversación, o de otras muchas actuaciones que parecían inverosímiles al principio; y también afirmaban que no se iban a realizar nunca y, sin embargo, después se han hecho realidad.

En la entrevista citada, Sordo asegura que los acuerdos se harán dentro de la legalidad y el Gobierno reitera que se respetará la Constitución. Pero la Constitución puede interpretarse de manera muy flexible (sobre todo cuando se cuenta con un Tribunal Constitucional colonizado y a la medida), y las leyes se pueden cambiar. ¿Qué pensaría el secretario general de Comisiones si, por ejemplo, se aprobase un tipo único para el IRPF desarmando al gravamen de toda progresividad y privándole de su carácter redistributivo? Sería legal, al igual que sería legal si el Gobierno y las Cortes eliminasen el seguro de desempleo. Pero por ello no dejaría de ser una iniquidad.

Muchas actuaciones, medidas o hechos son injustos, abusivos o despóticos, y en bastantes casos constituyen un claro fraude, aunque no contradigan directamente la Constitución y las leyes. El diccionario de la Real Academia establece como primera acepción de fraude: “Acción contraria a la verdad y a la rectitud, que perjudica a la persona contra quien se comete“. No habla para nada de Constitución ni de leyes. ¿Acaso no se pueden calificar de fraude electoral los acuerdos que va a firmar Sánchez? Perjudican a casi todos los que le han ofrecido el voto, voto que se les ha pedido recurriendo al eje izquierda-derecha y ahora los utiliza en beneficio de los independentistas para comprar su permanencia en el gobierno.

república.com 17-8-2023



¿QUÉ SERÍA DE SÁNCHEZ SIN VOX?

PARTIDOS POLÍTICOS, PSOE Posted on Lun, agosto 14, 2023 09:42:13

Si no existiese Vox, Sánchez debería haberlo inventado, del mismo modo que ha forjado Sumar. Gracias a Vox es presidente del Gobierno y parece que gracias a Vox, y a pesar de su última declaración, va a continuar siéndolo. Todo extremismo es malo; todo fanatismo, nefasto. El maximalismo, sea del signo que sea, suele conducir a resultados contrarios a los que se buscan. El origen de Vox se encuentra en el PP, en la parte más montaraz del Partido Popular que, frente al sectarismo de Zapatero, querían la revancha. Consideraban que la política de Rajoy, basada en buena medida en la moderación y el centrismo, no saciaba sus ansias de desquite.

El semillero se encuentra también en unos periodistas o unos medios de comunicación que, acostumbrados a mandar y a mangonear en el PP con Aznar, ante la postura más digna e independiente de Rajoy se confabularon para criticarle y llamarle Maricomplejines. El caldo de cultivo en el que nació Vox se halla igualmente en el propio Aznar, que no supo mantenerse en su sitio e interfirió más de lo debido en el partido tras dejar de ser su presidente. Sirvió siempre de contrapunto a la política de Rajoy, y se esforzó por hacer notar que en buena medida era su dedo el que le había designado como presidente del partido y que, como consecuencia de ello, le correspondía el papel de reina madre.

En el sector más reaccionario del PP ha pervivido la nostalgia de la etapa de Aznar, lo que no deja de ser curioso porque, en mi opinión, en ese periodo se conformaron gobiernos bastante nefastos, aun cuando se juzguen desde una óptica conservadora. Las cesiones de Aznar a los nacionalistas en la primera legislatura -principalmente a CiU en el pacto del Majestic-, tras hablar catalán en la intimidad, fueron de lo más humillantes y dañinos para el Estado. Baste citar las transferencias realizadas a las comunidades en materia fiscal con autonomía normativa incluida. Se introdujeron en los territorios españoles los mismos defectos de dumping fiscal que la Unión Europea había creado entre los países miembros.

Aznar nos incorporó a la Unión Monetaria con las graves taras y desequilibrios que ha comportado y continúa comportando para la economía española. No hay, ciertamente, espacio para extenderse en este punto. Digamos tan solo que todos aquellos que se han esforzado en exaltar los muchos beneficios que para España ha tenido la pertenencia a la moneda única deberían echar un vistazo a la marcha de la economía polaca, que ha permanecido fuera del euro y no parece existir entre sus ciudadanos y mandatarios demasiado interés por entrar.

Las apariencias a menudo son distintas de la realidad. Esto se cumple casi siempre en el ámbito social y político en el que el poder del relato de los medios de comunicación es tan importante, y no digamos en el área económica en la que los resultados quizá solo se vean muchos años después. El memorable eslogan de que “España va bien” ocultaba en su fondo un agujero negro: la enorme tara de que el crecimiento de todos estos años era a crédito, es decir, con préstamos del exterior.

Aznar en 1996 heredó una economía bastante saneada. Las cuatro devaluaciones de los últimos años (tres Solchaga y una Solbes) habían corregido los desequilibrios creados por nuestra pertenencia al Sistema Monetario Europeo. La progresiva generación de un elevado diferencial de inflación con respecto a otros países, principalmente con Alemania, generaron de nuevo esos desequilibrios: déficits en nuestra balanza por cuenta corriente, con el consiguiente endeudamiento en el exterior. La diferencia era que a partir del año 2000 ya no era posible la devaluación, el euro lo impedía.

Esta misma política desafortunada fue seguida por Zapatero, que también se jactaba de que nuestra renta per cápita había superado a la italiana, sin considerar que el edificio estaba basado en un equilibrio totalmente inestable y que se derrumbaría, como así ocurrió en 2007 con la llegada de la crisis. Se habla de esta crisis como si fuera única, aunque tal vez lo único común en todos los países fuera el detonante, que provocó el miedo en los mercados.  Sin embargo cada país tenía sus propios desequilibrios. En Grecia, el déficit y el endeudamiento público; en nuestro país, el déficit y el endeudamiento exterior de carácter privado.

Si he hecho este inciso tan largo es porque me parecía importante dejar clara la herencia envenenada que recibió Rajoy. No digo que no cometiese errores. En mis artículos semanales, durante sus seis años en el poder critiqué frecuentemente las medidas que el gobierno tomaba, pero eso no obsta para reconocer la difícil encrucijada que heredó tanto en el ámbito económico como en el territorial, y que si Zapatero hubiese seguido gobernando el resultado habría sido bastante más adverso; y lo que incluso es más relevante, que el Ejecutivo que le ha sucedido ha sido peor. En este último caso no podemos hablar de un gobierno de progreso sino de un gobierno de, incompetentes, prepotentes e independentistas, que dejarán hipotecada la economía española para mucho tiempo. La valoración no se puede hacer en términos de izquierdas o derechas -cuya diferenciación dentro de la Unión Europea es bastante reducida-, sino de legalidad, democracia e idoneidad.

Mal negocio se hicieron a sí mismos los que desde el partido popular se dedicaron a desgastar a Rajoy. El primer efecto negativo para ellos fue la constitución de un nuevo partido a la derecha del PP (precisamente en el que ahora militan la mayoría de los críticos), que dividió el voto conservador. Ciertamente las figuras más significativas de la contestación no dieron el salto a la hora de la verdad, pero sus actuaciones y manifestaciones incentivaron a que otros lo diesen. La aparición de una nueva formación política, Vox, sirvió también como plataforma para atraer a personas y asociaciones en posiciones más bien extremistas y que hasta entonces habían estado fuera de la política oficial.

El simple surgimiento de este nuevo partido origina, de acuerdo con la ley electoral, que el mismo número de votos se traduzca en un número menor de escaños. Ya en 2019, la suma de votos conseguidos por el PP, Ciudadanos y Vox fue de 10.354.337, más o menos igual que los que obtuvo Aznar en el año 2000, que le valieron la mayoría absoluta, y unos pocos menos que Rajoy en 2011 (10.867.344), con los que también consiguió mayoría absoluta y el gobierno. Pero, sin duda, la conclusión aparece de forma más clara en las elecciones celebradas recientemente el 23 de julio, en las que Ciudadanos no se presentó y la suma de votos logrados por PP y Vox alcanzó la cifra de 11.135. 584, superior a la obtenida por Aznar y Rajoy en el año 2000 y 2011, respectivamente.

Paradójicamente, la mera existencia de Vox va a permitir, por tanto, que continúe gobernando el PSOE. Si detrás de la constitución de Vox se encuentra la reacción de algunos frente a lo que ellos creían que era una postura permisiva de Rajoy con los separatistas, y más concretamente con el golpismo catalán, (la derechita cobarde) el resultado obtenido con el nuevo partido es precisamente el contrario, han hecho posible un gobierno Frankenstein, que se ha sostenido a base de chalaneos y concesiones soberanistas.

Pero la utilización que Sánchez ha hecho y quiere seguir haciendo de Vox va mucho más allá. Ha pretendido -y en parte lo ha logrado- que muchos ciudadanos vean a este partido como un monstruo que va a quitarles todos sus derechos civiles, políticos y económicos. Lo ha anatematizado e intenta que cualquier pacto que el PP pueda hacer con él aparezca como un atentado contra la democracia. No deja de tener gracia que esta consideración salga de aquellos que han negociado con golpistas condenados, herederos de terroristas y piensan hacerlo ahora con prófugos de la justicia y, lo que es peor, a los que han hecho todo tipo de concesiones. En los momentos actuales, mientras critican duramente los pactos del PP con Vox, el PSC está negociando y llegando a pactos con Esquerra y con los hombres de Puigdemont en todos los ayuntamientos catalanes, y Chivite llegará a presidenta de la Comunidad de Navarra mediante el acuerdo con Bildu.

Por muy mala opinión que se tenga de Vox, nadie puede decir de ellos que han dado un golpe de Estado o que defienden la violencia política, o que proponen de forma ilegal un cambio de la Constitución o que sus principales dirigentes están huidos de la justicia. No creo que sean fascistas, como tampoco considero comunistas a los miembros de Podemos por mucho que algunos de ellos se empeñen en calificarse de ese modo. Creo que hoy en día habría que salir con el farol de Diógenes de Sinope para poder encontrar de verdad un fascista o un comunista.

Pero dicho todo esto, lo cierto es que los dirigentes de Vox no han estado hasta el momento muy finos y que se lo han puesto bastante fácil a Sánchez. En mi opinión, uno de los defectos más llamativos de esta formación política se encuentra en la chulería de muchos de sus dirigentes, casi fanfarronería, que a menudo les hace antipáticos y siempre resulta contraproducente en campaña electoral. En estas elecciones ha habido múltiples anécdotas que Sánchez y su brigada mediática han sabido aprovechar adecuadamente.

No resulta demasiado político amenazar en medio de unos comicios con aplicar el artículo 155 a Cataluña. No hay porque dudar de que sea una medida constitucional y como tal perfectamente defendible, pero no parece que en estos momentos haya suficientes motivos ni sobre todo el consenso político preciso para que sea viable. Da la impresión de que se trata más bien de una balandronada que de otra cosa. De cualquier modo, no constituye creo yo una afirmación muy prudente en plena campaña electoral. Es posible que esta intimidación haya colaborado a los buenos resultados que tanto el PSOE como los Comunes han obtenido en Cataluña.

No existe ninguna razón para tildar de homófobos a los concejales de una corporación municipal por el hecho de que consideren inapropiado que la bandera LGTBI (al igual que cualquier otra que no sea oficial) ondee en un edificio público, ni es lógico afirmar que tal planteamiento viola los derechos de los homosexuales. Pero difícilmente puede extrañarnos que el sanchismo haya aprovechado la ocasión en plena campaña electoral. Quizás Vox lo debería haber tenido en cuenta.

Los sanchistas y su brigada mediática se esfuerzan en presentar a Vox como una amenaza contra las mujeres. Estar en contra de las listas cremallera o defender que a igual delito corresponda la misma pena no parece que represente un ataque al género femenino. Son opiniones tan respetables como las contrarias. Incluso hay muchas mujeres que defienden estos postulados. No obstante, lo que sí es cierto es que Vox hace de ello un problema casi metafísico, con lo que ayuda al relato tendencioso de Sánchez. Se pierde en un debate nominalista acerca de si se trata de violencia de género o violencia doméstica, en lugar de reducirlo a una cuestión de derecho penal.

Estos hechos y otros parecidos han dado ocasión a que, exagerándolos, el sanchismo haya elaborado acerca de Vox una leyenda negra. Al margen de que esta formación defienda posiciones más o menos equivocadas, no es desde luego razonable que se la quiera comparar con los defensores del terrorismo, con los golpistas o con los prófugos de la justicia. Sin embargo, Vox no ha hecho nada para combatir esta campaña de desprestigio. Parece más bien indicar que se sienten a gusto con el papel que se les estaba asignando. Han tendido a plantear de forma provocadora los problemas más polémicos. Sus dirigentes a menudo han actuado se diría que satisfechos, como enfants terribles. Da la impresión de que se sentían orgullosos de ello.

Esa estrategia de desacreditar al partido popular a través de la demonización de Vox ha estado presente también, qué duda cabe, a la hora de fijar la fecha de las elecciones generales. El pasado 1 de junio, tan solo dos días después de que fuesen convocadas por Sánchez, escribí un artículo en este diario digital en el que incluía entre las razones por las que creía yo que se había escogido una fecha tan extraña y atípica la de embarrar la campaña electoral haciéndola coincidir con la constitución de los gobiernos de las autonomías y ayuntamientos y, por tanto, con los pactos inevitables del PP con Vox.

Se pensaba que serviría para ahondar en el relato de que el PP está unido ineludiblemente a Vox, al tiempo que se anatematizaba más y más a este último. La cosa podría haber sido muy distinta si se hubiese esperado a diciembre para convocar elecciones, ya que la sociedad española hubiera podido comprobar quizás que no ocurría nada grave por el hecho de que el PP gobernase en algunos sitios mediante acuerdos con Vox.

Lo que no podía suponer yo entonces es que la jugada le saliese tan bien a Sánchez, debido precisamente a la colaboración de Vox, que ha entablado las negociaciones en las comunidades de una manera en extremo montaraz y tozuda. Pero para hablar más extensamente de estos pactos necesitaríamos como mínimo otro artículo. Quizás en el futuro.

republica.com 10-8-2923



SIETE AÑOS DESPUÉS, EL ETERNO RETORNO

APUNTES POLÍTICOS, GOBIERNO, PSOE Posted on Lun, agosto 07, 2023 09:22:55

Los distintos medios y comentaristas, con carácter general, han comparado las elecciones de este 23 de julio con las de 2019, pero en realidad con las que habría que relacionarlas sería con las del 20 de diciembre de 2015. Eran las primeras a las que se presentaba Pedro Sánchez como secretario general del partido socialista. Como es sabido, la victoria fue del PP con 123 escaños, frente a los 90 que consiguió el PSOE.

Pero la máxima novedad de aquellas elecciones fue la participación en unas generales por primera vez de dos nuevos partidos: Podemos, con todas sus confluencias (Compromís, Podemos, En Común, Mareas, etc.), que obtenía 69 diputados y Ciudadanos, que logró 40. Se conoce de sobra la historia, de qué manera esos resultados, juntamente con el “no es no” de Sánchez, avocaban a la parálisis y a unas nuevas elecciones, como así ocurrió, perdiendo cinco diputados el PSOE, mientras el PP ganaba catorce.

Siete años después, celebrados estos extraños comicios, parece que nos encontramos en una situación similar, el día de la marmota.  De nuevo Sánchez no quiere saber nada del PP, que es el ganador de las elecciones, y rechaza cualquier acuerdo. Se incurre una vez más en el eterno retorno, pero, como siempre que se produce este modelo estructural, hay diferencias. Nunca se vuelve exactamente al punto de partida. Su representación sería no una circunferencia, sino quizás una espiral. Es igual, pero distinto. Tesis, antítesis, síntesis.

Las elecciones de 2023 nos retrotraen a las de 2015. Se ha creado un escenario gemelo, pero también han surgido factores discrepantes. Ha desaparecido Ciudadanos y sin embargo se ha incorporado VOX. Sumar ha usurpado el puesto a Podemos; y el hecho de que hayan sido las primeras elecciones generales celebradas en pleno verano y en un puente festivo para cuatro Comunidades Autónomas ha aportado a estos comicios condiciones especiales que han podido afectar a los resultados y muy posiblemente hayan sido la causa de los errores cometidos por los sondeos.

Pero la diferencia principal no se encuentra en todo lo anterior, sino en la previsible salida del impasse y en la postura adoptada por el PSOE y sus votantes frente a él. En 2015 la negativa radical de Sánchez al diálogo con el PP avocaba o bien a unas nuevas elecciones o bien a lo que Pérez Rubalcaba denominó como gobierno Frankenstein. Entonces esto último aparecía como algo irreal, impensable, insólito. Aunque muy posiblemente estuviese ya en la cabeza y en los deseos de Sánchez, no entraba dentro de lo admisible en la sociedad española ni tampoco en el partido socialista.

Hubo que esperar a 2018 para que, un poco a traición, con una moción de censura, se hiciese realidad. Antes fue necesario que se produjeran múltiples acontecimientos: celebrar nuevas elecciones en las que el PSOE perdió cinco diputados y el PP ganó catorce; un intento velado de Sánchez de constituir el gobierno Frankenstein, y su dimisión forzada de secretario general del partido; la investidura de Rajoy gracias a la abstención de la gestora que había sustituido a Sánchez, al no existir otro camino viable, ya que unas nuevas elecciones amenazaban al partido socialista con una pérdida mucho mayor de escaños; la reelección de Sánchez en unas segundas primarias como secretario general del PSOE, etcétera.

En 2018, Sánchez, con 85 diputados, se lanza a interponer una moción de censura contra Rajoy que le sirve para alcanzar el objetivo, tan acariciado desde 2015, de ocupar la presidencia del gobierno; aunque ciertamente de la única forma que le era posible, apoyándose en todos los partidos que por uno u otro motivo estaban contra la Constitución y pretendían romper el Estado. Incluso algunos de ellos se habían situado ya  al margen de la ley y sus líderes se hallaban presos o prófugos.

Es evidente que en el 2015 estos planteamientos no tenían sitio entre los votantes del PSOE, ni siquiera entre los militantes que después eligieron a Sánchez en las primarias. Ingenuo de mí, pensé que el partido socialista, al haber traspasado todas las líneas rojas, tendría un fuerte castigo electoral en las primeras elecciones a las que se presentase. No fue así, y en 2019 incrementó el número de diputados. Bien es verdad que a lo largo de la campaña Sánchez había prometido no pactar con ninguno de los partidos con los que después pactó y que eran los mismos que le habían apoyado en la moción de censura.

Tras la inverosímil investidura de Pedro Sánchez en el mes de enero de 2020, publiqué en la editorial “El viejo topo” un libro titulado “Una historia insolita. El gobierno Frankenstein”. Me preguntaba en la introducción cómo habíamos llegado a esa situación. ¿Cómo era posible que las mismas personas que habían dado un golpe de Estado en Cataluña decidiesen quién gobernaba en España? ¿Cómo podría ser que el partido socialista de Euskadi, cuyos militantes habían sido constantemente amenazados y más de uno asesinado por ETA compadreasen ahora con los sucesores de la banda terrorista? Así, añadía en aquella introducción, podríamos continuar relatando más y más situaciones inauditas de nuestra realidad social y política que jamás años atrás hubiésemos podido suponer que iban a producirse.

Pero pensaba que lo más grave con todo -y esa era la razón de escribir el libro- se encontraba en que, a base de permanencia, lo que sin duda era absurdo, anómalo e incluso impúdico, lo termináramos aceptando como normal. Mi temor se ha hecho realidad y ha aparecido de manera palmaria en estas elecciones de 2023. Sustancialmente, el escenario político se ha retrotraído a la misma situación de 2015. El PP ha ganado las elecciones y Sánchez se niega en redondo a todo diálogo con el ganador. “No es no”. Se da sin embargo tal como decimos, una enorme diferencia, que lo que entonces aparecía como anatema y Sánchez no se atrevía explicitar ahora aparece como normal y lógico y se da por supuesto que el PSOE pactará no solo con Esquerra y con Bildu, sino también con un prófugo, perseguido por la justicia como Puigdemont.

Durante estos cinco años los ciudadanos han visto cómo en España han mandado aquellos que estaban sentenciados por dar un golpe de Estado y por los que no condenaban los crímenes de ETA y tenían por objetivo liberar y homenajear como suyos a los asesinos de la banda terrorista. Para blanquearles, se les permitió a Esquerra y a Bildu presentar leyes en nombre del Gobierno. La sociedad ha podido constatar cómo se ha elaborado una ley de memoria democrática que, con la finalidad de dar gusto a los independentistas, arroja los años de la Transición acaecidos hasta 1983 al infierno de la dictadura.

Toda la sociedad ha tenido constancia de que Sánchez ha indultado a los condenados por atentar contra la Constitución, el Estatuto y la unidad nacional, a pesar de que siempre había negado que lo fuese hacer y, como si esto fuese poco, ha eliminado del Código Penal el delito de sedición y ha rebajado las penas por malversación y corrupción con el objetivo de exculpar a los aún no condenados.

Con la misma finalidad ha colonizado, con la complicidad de García Egea, el Tribunal de Cuentas. En este caso se pretende librar o rebajar la responsabilidad contable, y por lo tanto la obligación de devolver al fisco lo hurtado, ya sea por el procés,  por los ERE de Andalucía o por los desaguisados del Ministerio de Sanidad y de Illa en los suministros de la pandemia.

Y así podríamos seguir enumerando hechos en una serie interminable. Todos ellos se consideraban inimaginables e insólitos tiempo atrás, sin embargo, ahora son aceptados por muchos comentaristas, tertulianos y en general por los medios de comunicación como totalmente lógicos e incluso resultados de una saludable política, y una parte de la sociedad los ha sancionado con su voto el día 23 de julio.

En 2015, 2016 Sánchez no podía manifestar claramente sus deseos y cuando se intuyó lo que pretendía el Comité Federal forzó su dimisión. En esta ocasión, por el contrario, desde el primer momento se ha dado por seguro que se constituiría un nuevo gobierno Frankenstein y ni siquiera se ha desechado la idea cuando los datos han mostrado que se necesitaba el concurso de un huido de la justicia como Puigdemont. Lo que escandalizaba entonces a la nomenclatura del PSOE les llena ahora de gozo; solo había que ver a la ilustre ministra de Hacienda dando saltitos como una colegiala. Cabría suponer que le había tocado la lotería. Claro que, considerándolo bien, es posible que ella sí lo pensase. Es muy duro dejar el sillón de la calle Alcalá y volver de currita a Sevilla.

Diez días antes de la celebración de las elecciones, el 13 de julio, publiqué en estas páginas un artículo titulado “Que te vote Otegi”, y lo terminaba con estas palabras: “Tomar conciencia de que votar a Sánchez es votar a Otegi, a Rufián, a Puigdemont y a Oriol Junqueras. Demasiada gente…”. Parece ser que a una gran parte de los ciudadanos no les ha importado acostarse con todos ellos. Quizás haya primado más lo de panem et circenses. Si se quiere, puro aire, pero el personal se lo ha terminado creyendo, como ha acabado por aceptar la posible llegada de la derecha como la máxima amenaza y por tragarse lo del gobierno de progreso.

Pocas cosas serán más grotescas que contemplar a Andoni Ortuzar jactarse de que el PNV ha frenado a la derecha, porque es difícil encontrar partidos en España más conservadores que el Partido Nacionalista Vasco. Lo avalan las actas en el Congreso y la propia historia de la formación con un fundador racista, Sabino Arana, (al que rinden periódicamente homenaje) y un lema que dice así: “Dios y ley vieja”. En ideología racionaría solo puede competir con la antigua CiU de la que Junts per Cat es la sucesora. Por eso resulta también tremendamente irónico escuchar a Sánchez emplazar a Puigdemont a que elija entre la derecha y el gobierno de progreso. Más derecha que allí donde se encuentren Ortuzar, Puigdemont, Junqueras u Otegi es imposible. ¿Y cómo calificar de progreso a un gobierno que va a estar en manos de todos estos personajes? ¿Existe algo más reaccionario que partir del supremacismo y tener por finalidad incrementar la desigualdad, bien sea personal o territorial?

No se entienden demasiado muchos de los votos emitidos a favor de Sánchez entre los ciudadanos de Extremadura, Castilla-La Mancha, Andalucía, etc. Sin embargo, sí parecen más lógicos los de Cataluña o los del País Vasco.  En gran medida, la mejora en los resultados de Sánchez proviene de Cataluña. También fue Cataluña la encargada de dar el triunfo a Zapatero en 2008. En esta ocasión son dos las vías por las que se ha producido el ascenso del PSC. En primer lugar, porque la parte más trabucaire del independentismo había dado la consigna de no participar en las elecciones de España, lo que explica la fuerte abstención de Cataluña, por encima de la media nacional y que lógicamente favoreció a los partidos no independentistas. La segunda razón se encuentra en que es posible que muchos soberanistas considerasen que en el Estado el PSC garantizaba mejor los intereses del independentismo que las formaciones tenidas por tales.

La coexistencia de partidos nacionales con formaciones nacionalistas en la política española conduce a efectos claramente negativos y distorsionantes. Los votos de Andalucía, de Extremadura, de Castilla-La Mancha y de otras muchas Comunidades más, se utilizan para incrementar los privilegios de las regiones ricas. En realidad, eso es lo que ha ocurrido y va a suceder, que Sánchez esta poniendo las adhesiones de los ciudadanos de esas Comunidades al servicio de los intereses independentistas. Todo ello disfrazado con el señuelo de ese irreal gobierno de progreso.

En esa dinámica de normalizar lo que es escandaloso y monstruoso, desde el PSOE e incluso desde voces de comentaristas políticos que se tienen ideológicamente como de derechas culpan al PP de la situación creada. Le reprochan que esté solo en el escenario político, de que esté aislado. Parecería que lo lógico e inteligente sería negociar con los independentistas y ceder a sus chantajes. Algo falla en la estructura democrática de España cuando se afirma que la única forma de alcanzar el gobierno es pactar con golpistas, prófugos o filoterroristas.

republica.com  3-8- 2023



ZAPATERO, EL INFINITO Y EL CAMBIO CLIMÁTICO

APUNTES POLÍTICOS, PSOE Posted on Mié, agosto 02, 2023 08:59:32

Dicen que esta campaña electoral ha sido demasiado larga, que le han sobrado varios días o quizás una semana. Sera verdad, y por eso no constituye ninguna exageración afirmar que el último acto relevante fue la plática cosmológica de Zapatero en San Sebastián. Se nota que tiene querencia a los prototipos astrales. Ya lo señaló Leire Pajín calificando de «acontecimiento histórico planetario» la coincidencia de Barack Obama en la presidencia de EE. UU. con la de José Luis Rodríguez Zapatero en la Unión Europea.

El mitin en San Sebastián recibió de los medios de comunicación los epítetos más diversos: extraño, sorprendente, surrealista, delirante, tremendo, peculiar y algunos otros más. En realidad y pensándolo bien, el hecho no ha sido tan asombroso, tan solo que nos habíamos olvidado de cómo era Zapatero. Lo único chocante es que llegase a presidente del Gobierno. Todo sea por los atentados y por la guerra de Irak.

La soflama comenzó con una tautología, “el infinito es el infinito”, lo que dice mucho de la profundidad de su pensamiento. Continuó afirmando que “el universo probablemente es infinito, y que no cabe en nuestra cabeza imaginarnos cómo es”. Está bien la apostilla de “probablemente”, aunque puestos a glosar sería conveniente diferenciar entre espacial y temporal, porque, a pesar de los enormes avances realizados en los últimos años acerca del principio y el fin del universo, las oscuridades referentes a su infinitud o finitud son muchas. Parece ser que desde la óptica temporal hay que inclinarse por la segunda opción: tiene un comienzo, el Big Bang, y se supone que tendrá un término. Y, desde el punto de vista espacial, la infinitud se reduce a considerar el universo cerrado y por tanto a negar la posibilidad de que exista un final puesto que es continúo y se retorna al principio, una especie de circunferencia.

En fin, olvidemos lo del infinito y quedémonos con eso de que “no cabe en nuestra cabeza imaginarnos cómo es”. Hasta aquí, del discurso de Zapatero solo resulta insólito el contexto escogido para afirmar estas perogrulladas y el tono empleado, ya que parecía que se encontraba bajo los efectos de alguna sustancia. El desvarío en el contenido comienza más tarde, cuando incurre en múltiples contradicciones.

Afirma con rotundidad que pertenecemos a un planeta, la Tierra, y a una especie que es absolutamente excepcional. Lo cual es una gran osadía, si reconocemos la inmensidad del cosmos y que solo una pequeña parte de él está al alcance del conocimiento del hombre. ¿Cómo afirmar la singularidad del planeta Tierra cuando se estima que existen en el universo observable más de 2 billones (2 millones de millones) de galaxias, y en cada una de ellas (de las visibles) el número de estrellas se eleva por término medio a más de 100.000 millones Y a las estrellas hay que añadir nubes de gasplanetaspolvo cósmicomateria  y energía oscura.

Ante esa inmensa masa, casi en su totalidad desconocida ¿cómo podemos asegurar que “pertenecemos a un planeta y a una especie que es absolutamente excepcional, que no la hay en ningún sitio del universo»? ¿cómo se puede defender esa cursilada de que somos el único lugar dentro del “todo”, si es que podemos concebir el todo, donde se puede leer un libro y se puede amar”?

Da la sensación de que Zapatero está anclado en el siglo XVII, en el geocentrismo. Parece que desconoce la existencia de Copérnico, Galileo, Kepler… Participa de la petulancia de aquellos que creen que nuestro planeta y nuestra especie se encuentran en el centro del universo. Bien es verdad que el expresidente del gobierno cae pronto en contradicción, porque poco después afirma que cada uno de nosotros “somos algo infinitesimal, menos que infinitesimal, y que nuestra acción depredadora está poniendo en peligro a la Tierra”. Es decir, que según él lo excepcional es el planeta y no el hombre. Salvar la tierra, aunque el hombre perezca.

Y tantos rodeos para decirnos lo importante que es la ecología y lo mala que es la derecha, derechizada y desquiciada, que niega el calentamiento global.  Resulta difícil creer que por muy derechizado y desquiciado que se esté haya quien niegue el cambio climático o, mejor, los muchos cambios climáticos incluyendo el actual que ha sufrido nuestro planeta. Del mismo modo que resulta difícil no tomar conciencia de que la Tierra, al igual que todos los demás elementos cósmicos, se formo en el pasado y desaparecerá, antes o despué, en el futuro. Las estrellas, incluyendo a nuestro sol, se apagarán y podemos imaginar cuál será el destino de los planetas y demás elementos que circundan las constelaciones.

En concreto, la Tierra -según dicen- surgió junto con el sistema solar hace aproximadamente 4.500 millones de años, 9.000 millones de años, como mínimo, después del Big Bang, y obedece a la conjunción de una serie de variables. La modificación de cualquiera de ellas constituiría una catástrofe y ocasionaría la desaparición del planeta, por lo menos tal como lo conocemos. Por supuesto, la vida en la Tierra terminaría tan pronto como se apagase la estrella a la que estamos unidos, el sol.

A lo largo de la historia nuestro planeta ha sufrido toda clase de modificaciones climáticas. En buena parte todo se reduce a la alternancia de frío y calor. Se han producido siete eras glaciales y, a pesar de ello, en general el clima ha sido más cálido que el actual. Si hace 200.000 o 300.000 años apareció la especie humana fue porque comenzaron a darse unas condiciones climáticas adecuadas, lo que no había ocurrido con anterioridad.

Nos encontramos en la séptima era glacial y dentro de ella en una fase cálida que ha hecho saltar todas las alarmas. Todos los seres vivos interactuamos con el clima, lo sufrimos e influimos en sus cambios, pero hasta ahora la actuación de los humanos apenas había tenido importancia. Ha sido a partir de la Revolución Industrial y en los dos últimos siglos y medio -principalmente en las tres últimas décadas- cuando a través de los gases de efecto invernadero somos responsables de la subida de la temperatura a nivel global.

Tras los últimos informes del Panel Intergubernamental de Expertos (IPPC) creado por la ONU, pocas dudas caben de que hemos entrado en un nuevo ciclo climático de una intensidad jamás antes conocida por los seres humanos, aunque sí por el planeta, y de que en gran medida su aceleración proviene de la acción humana.

Todo esto parece innegable. En buena parte somos responsables de los efectos negativos y catastróficos que se produzcan, pero lo que no está nada claro es que podamos evitarlos, ni siquiera retrasarlos significativamente. Entiéndaseme bien, no afirmo que exista una imposibilidad metafísica, ni tampoco física, pero con casi total seguridad, sí social y política. La humanidad no está dispuesta a renunciar en serio a los grados de comodidad y confort conseguidos en los dos últimos siglos y de los que habría que prescindir para solucionar, o al menos retrasar, el problema.

Todo ello se ha hecho patente con la guerra de Ucrania. Ante las dificultades energéticas, los países afectados -incluida Alemania que ha aparecido siempre como el adalid del ecologismo- no han tenido inconveniente en dar marcha atrás, en retornar a la energía atómica y a las centrales de carbón.

Pero es que, además, la organización política y social mundial es plural y variada y no hay una decisión común, por mucho que hablemos de la ONU y se convoquen conferencias de París. Cada Estado actúa por su cuenta. En teoría, también sería posible que desapareciesen las guerras o se erradicase el hambre en el mundo y no parece que vayamos camino de ello.

De nada sirve que un país o un grupo de países tome medidas contra el calentamiento global si no es secundado en la misma proporción por el resto. De poco valen las actuaciones emprendidas por España o incluso por Europa, si China, Rusia, la India o EE. UU., etc., se sitúan en otra órbita, tanto más cuanto que las modificaciones de las pautas que estamos dispuestos a asumir se quedan al nivel de los signos externos y del espectáculo. Hasta cierto punto se entiende la argumentación que utilizan China o países similares cuando afirman que ellos están dispuestos a recortar, pero cuando hayan alcanzado el nivel de desarrollo de Europa o de EE. UU.

En realidad, existe una cierta hipocresía en el seudoprogresismo ecologista europeo, porque estamos dispuestos a recortar algo nuestro confort, “ma non troppo”. Pero algo, no demasiado. Y es que ese algo es totalmente insuficiente, tanto más si se adopta parcialmente, es decir, por una pequeña parte del planeta. Lo grave, además, es que todas estas medidas, aparte de estar muy lejos de solucionar el problema del calentamiento global, sí pueden tener efectos perniciosos para el crecimiento y la economía de determinados países y sobre todo de determinadas clases sociales.

Hay que ser muy progresista de salón como para no ser  consciente de que un sistema fiscal basado en la imposición verde -tal como plantea esa comisión de expertos, expertos en genialidades, constituida por la Ministra de Hacienda- se configura como radicalmente regresivo. Como fiscalmente regresivo resulta conceder una deducción en el impuesto sobre la renta a la compra de coches eléctricos, compras que por supuesto solo están al alcance de las clases altas.

Me he pronunciado siempre en contra de todos esos incentivos fiscales que suelen plantearse como instrumentos para estimular el ahorro cuando en realidad son tan solo medios para beneficiar a las rentas de capital. Su aplicación no incrementa el nivel de ahorro global; como mucho, variará el destino al que se dirige. Algo parecido ocurre con los beneficios tributarios concedidos por motivos ecológicos. De hecho, no sirven para modificar sustancialmente el consumo de determinados artículos, pero sí hacen más injustos y regresivos los sistemas fiscales.

El cobro de peajes en las autovías ha estado presente en esta campaña electoral. Aunque el Gobierno se haya empeñado en negarlo por todos los medios, lo cierto es que había propuesto esta medida a Europa como una de las contrapartidas del plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia. Se supone que tal medida tiene como finalidad, además de obtener recursos para el erario público, contribuir a reducir la emisión de gases de efecto invernadero. No parece que esto último se vaya a producir, al menos en la cuantía suficiente para tener algún impacto real en el cambio climático, pero lo que es seguro es que la hacienda pública recaudará una vez más sus ingresos acudiendo a procedimientos distintos de la imposición directa y progresiva. La subida del precio del alcohol o del tabaco (impuestos especiales en España, accisas en Europa) nunca sirvió para reducir el consumo.

El mal llamado progresismo ecologista emplea una máxima aparentemente muy simple, pero por eso mismo falaz: “Quien contamina paga”. Aplicarla a todas las inversiones y gastos del Estado sería la destrucción del Estado social y de la economía del bienestar, representaría pasar del sistema de financiación por impuestos al de precios. Preguntémonos qué ocurriría si lo aplicásemos a la sanidad, a la educación o a las pensiones.

Hay un ecologismo basado en la representación, en el postureo, en los símbolos. Ahí está la ministra de Transición Ecológica llegando en bicicleta a la primera reunión informal que los ministros de Energía de la Unión Europea celebraron en Valladolid. La seguían dos coches oficiales y descoyuntaron el tráfico de la ciudad. Seguro que estaba convencida de que estaba contribuyendo a salvar el planeta. Lo malo es que, además de ser teatrales, son dogmáticos y sectarios. Buena prueba de ello fue el mitin de Zapatero, colocando en el centro del universo como algo único la Tierra y el hombre. Más le valía haber recordado la frase de Carl Sagan: “Somos tan solo polvo de estrellas”.  Lo fuimos en el pasado y lo seremos en el futuro.

republica.com 27-7-2023



SALVAD A LA IZQUIERDA, ECHAD A SÁNCHEZ

PODEMOS, PSOE Posted on Sáb, julio 22, 2023 21:31:31

Puede parecer una paradoja, pero no lo es. Sánchez es un elemento tóxico para la autodenominada izquierda. La izquierda, en sus diferentes variantes, precisa pasar por la oposición. Acometer su renovación. Tener tiempo para reflexionar. Conviene que examine cuál ha sido su trayectoria -especialmente en los últimos tiempos- y se desprenda, entre otras cosas, de todo resabio populista. La izquierda, al menos en un país democrático, no puede estar cimentada en el golpismo o en los que defienden la violencia política, aun cuando ahora no la practiquen al ser conscientes de que estratégicamente no les conviene.

Es posible que determinadas tácticas y actuaciones sean aceptables en países subdesarrollados con grandes déficits democráticos y donde se carece de un Estado de derecho y, por lo tanto, en ocasiones no existe otro camino para establecer la libertad y la equidad que sortear el sistema jurídico construido por un poder dictatorial; e incluso, en los casos extremos utilizar la violencia. Pero ese no es el caso de España. Hace más de cuarenta años que nuestro país -tal como dice la Constitución- es un Estado democrático y de derecho y, aunque con muchos defectos, equivalente al de los otros países europeos.

No es posible autoproclamarse de izquierdas cuando se está a favor del retorno al cantonalismo, a los reinos de Taifas, a la tribu, al clan. No se puede calificar de progresista, sino más bien de reaccionario, al gobierno que para estar en el poder maneja torticeramente el derecho y no tiene empacho en aplicarlo de manera desigual a los ciudadanos, librando de la cárcel a aquellos que le apoyan, o cambia el Código Penal eliminando delitos o modificándolos con la misma finalidad.

A un gobierno ni siquiera se le puede tildar de democrático cuando acepta el principio de que el fin justifica los medios y en función de ello pretende apoderarse de todos las instituciones del Estado, utilizándolas en su propio provecho; y tampoco se le puede calificar de liberal cuando defiende que la ley no se aplique a todos por igual y que el hecho de tener la mayoría y ser gobierno le permite situarse más allá del ordenamiento jurídico. Y, sin ser democratico y liberal, un Estado no puede ser social.

Sánchez ha contaminado a toda la izquierda, tanto al partido socialista como a Podemos. Hablo de toda la izquierda, porque no considero tal a los partidos que se autocalifican de ese modo, siendo independentistas. Nacionalismo e izquierda constituyen una “contradictio in terminis”.

Sánchez ha provocado una metamorfosis radical en el PSOE. La mejor prueba de ello es que al principio de todo, los órganos del partido, concretamente el Comité Federal -que es la máxima autoridad entre congresos-, cuando intuyó hacia dónde se dirigían los planes del ahora presidente del Gobierno, no dudó en forzarle a dejar la Secretaría General. Lo que Rubalcaba bautizó como Gobierno Frankenstein aparecía entonces como un auténtico sacrilegio, algo inimaginable para la casi totalidad de los socialistas.

No es que pase por alto la evolución sufrida por el PSOE con anterioridad, su tránsito, parecido al de otros partidos europeos, desde la socialdemocracia al socialiberalismo. De hecho, asumió muchos de los principios del neoliberalismo económico, pero continuaba siendo un partido constitucionalista, incapaz de pactar con los herederos de aquellos implicados en el asesinato de compañeros socialistas o con los que preparaban un golpe de Estado.

Tampoco olvido que Rodríguez Zapatero tuvo determinadas veleidades frente a los soberanistas, prólogo del sanchismo y en cierta forma preparación y germen para su advenimiento. Aquellas palabras de “Pascual, aceptaré lo que venga de Cataluña” y la desacertada aprobación del Estatuto constituyeron el detonante del procés. A su vez, su negociación con ETA, cuando estaba ya derrotada, estuvo a punto de acarrear que se hiciesen concesiones innecesarias a la banda terrorista y de dar consistencia a un relato falso que en cierta manera la blanqueaba. Solo el atentado de la terminal 4 del aeropuerto de Barajas abortó la operación.  Son conocidas las palabras de Zapatero calificando a Otegi de ”hombre de paz”.

Pero, a pesar de todo ello, el cambio trascendental en el partido socialista se produce a la vuelta de Sánchez a la Secretaría General tras las segundas primarias. La transformación inicial se produce en el ámbito institucional. Apoyándose en un instrumento radicalmente presidencialista y que jamás debería haber penetrado en las formaciones políticas españolas, las primarias, establece dentro del partido un régimen profundamente autocrático. Constituye una ejecutiva y un comité federal a su medida y hace que el congreso apruebe todas aquellas normas que le garantizan el total control del partido y su permanencia, sin que nadie pueda volver a descabalgarle de su cargo. Ciertamente, desde entonces no hay quien se mueva en esta formación política sin el permiso de Sánchez. Él premia y castiga.

Esta posesión del partido socialista por el sanchismo se hace tanto más radical y absoluta desde el momento en el que, a través de la moción de censura, Sánchez llega a la presidencia del gobierno. La capacidad de recompensar y sancionar se multiplica por cien y se hace casi ilimitada. Es bien sabido, casi un tópico, que el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente. Así que la corrupción se fue extendiendo a lo largo y ancho de toda la formación política y casi todos los que años antes se habían opuesto a los planes de Sánchez terminaron sometiéndose a los nuevos parámetros. Nadie puede vivir permanentemente con mala conciencia, así que lo que en un principio era mera conveniencia se fue transformando en autoconvencimiento.

Sánchez va ahora de plató en plató proclamando que es un político limpio, pero lo cierto es que pocas corrupciones serán mayores que comprar el gobierno de la nación con mercedes y cesiones que, si bien les pueden convenir a unos pocos, terminan perjudicando a la totalidad, tanto más cuanto que todo ello se hace eludiendo el derecho y violando los procedimientos democráticos. La corrupción personal aumenta de tamaño cuando se contagia a toda una formación política.

Solo tras el maremoto que se ha producido el 28 de mayo, en el que el partido socialista ha perdido gran parte de su poder municipal y autonómico y, con ello, muchos de sus militantes el puesto de trabajo, se han comenzado a percibir ruidos en los territorios y las  agrupaciones. ¿Qué ocurrirá en el PSOE el 23 de julio si Sánchez pierde las elecciones? ¿Dejara el cargo de secretario general? Recordemos que no quiso dimitir habiendo obtenido 85 escaños y con 85 escaños formó el primer gobierno Frankenstein. ¿Tendrá capacidad el PSOE para regenerarse?

También Podemos e Izquierda Unida se han contagiado de la toxicidad del sanchismo desde el momento en que han participado del Gobierno Frankenstein. La prisa por llegar al poder, surgida en parte por una concepción bastante simplista e inmadura de la política, les lanzó a los brazos de Sánchez y les hizo partícipes de todos los dislates de este Gobierno, incluso de aquellas medidas que chocaban frontalmente con su ideología y tradición. Vieron cómo España tomaba claramente partido a favor de la OTAN en una guerra llena de interrogantes y bastante alejada de nuestro entorno geográfico e histórico. Por mucho que repitan que se encuentra en Europa, los intereses parecen encontrarse más bien en EE. UU. Protestaron, pero aceptaron (los acuerdos de Consejo de Ministros se adoptan por unanimidad y hacen responsables a todos sus miembros) los continuos aumentos de los gastos de defensa y el envío de tropas a Ucrania. Tomaron parte como miembros del Gobierno en la modificación radical de la posición de España respecto al Sáhara, que, por cierto, continúa siendo el misterio mejor guardado. ¿Qué es lo que provocó de la noche a la mañana que Sánchez cambiase la posición sin dar cuenta a nadie?

La causa del deterioro sufrido por Podemos e IU al entrar tan precipitadamente en el Gobierno se encuentra también en la falta de preparación y conocimientos de sus miembros, características necesarias para realizar un papel discreto en los cargos ejecutivos. Junto a un cierto engreimiento, portaban una gran dosis de ingenuidad, hasta el punto de que en ocasiones al escucharles nos hacían recordar las asambleas universitarias. Han ignorado -o no han querido considerar- las limitaciones inherentes al sistema político y económico en el que nos movemos y los parámetros internacionales que en las actuales circunstancias condicionan la actuación de cualquier gobierno.

Estas carencias se hicieron tanto o más llamativas en cuanto quisieron aplicar en la práctica medidas que parecían ilusorias o fuera de la realidad, con el consiguiente descrédito para las organizaciones que las proponían. En política lo más grave es hacer el ridículo. Es ciertamente triste constatar cómo en la opinión pública el 15-M, que suscitaba respeto y comprensión, se ha convertido en algo risible.

Ni el PSOE ni Podemos pueden esconderse detras de la política social. Aunque hubiese sido excelente, no podría justificar los enormes fallos en el Estado de derecho y en los procedimientos democráticos que se han producido durante el sanchismo; pero es que, además, las actuaciones en esta área dejan tambien mucho que desear. La política social no se puede enjuiciar al margen de la política económica, cuando la segunda falla, por fuerza la primera también lo hace. Al margen de proclamas triunfalistas, nuestra economía ha estado durante estos años a la cola de Europa (ver mi artículo publicado en estas páginas el 29 de junio de este año, titulado “La economía española, como una moto”).

Una política social de izquierdas no puede confundirse con el populismo. El Estado social no es el Estado de los bonos, de las ocurrencias, de los parches, de los gastos sin planificación, que no se sabe en realidad a quién benefician ni cómo se pueden instrumentar. El sanchismo se ha dejado llevar por los intereses electorales implementando pequeñas subvenciones a diestro y a siniestro sin orden ni concierto, mientras los grandes temas continúan pendientes.

Tras afirmar que se iban a derogar las reformas laborales de Zapatero y Rajoy -impuestas ambas en momentos de crisis por la Unión Europea-, se acomete una que constituye un simple acicalamiento que no modifica los elementos principales y más dañinos de las dos anteriores: las facilidades para despedir y las consiguientes indemnizaciones, incluyendo los salarios de tramitación. No es extraño que la patronal la aprobase y que Feijóo diga ahora que apenas es preciso tocarla. Como tampoco es raro que la CEOE estuviese a favor de la aplicación masiva y sin ningún control de los ERTE, que favorecían considerablemente a las empresas, tanto a las que lo necesitaban como a las que no, y servían simplemente para incrementar sus beneficios, pero suponían una carga colosal para el erario público (ver mis artículos del 18 de noviembre de 2021 y del 6 de enero de 2022, titulados respectivamente “El paro, los ERTE y la reforma laboral“ y ”La reforma laboral y el despido”).

Mientras se aprobaban bonos, dádivas y generosidades -tales incluso como conceder 400 euros a los jóvenes para que, según dicen, se los gasten en productos culturales-, no se abordaron o se abordaron mal las columnas del Estado del bienestar. El ingreso mínimo vital ha sido un enorme fracaso que tan solo ha servido para colapsar los servicios de la Seguridad Social y restar recursos de la Agencia Tributaria. El problema de las pensiones continúa sin solucionar y se mantiene como una espada de Damocles por encima de la cabeza de todos los jubilados. Solo se ha hecho un apaño y el Gobierno es el primero que sabe que la UE les exigirá una solución definitiva. Tampoco es verdad que hayan subido este año las prestaciones, simplemente han impedido que se redujeran por la inflación, lo que ya se había acordado en el Pacto de Toledo y por lo tanto lo habría aplicado cualquier gobierno.

No se ha hecho nada para solucionar temas como la justicia, la sanidad o la vivienda, a pesar de haber contado con los ingentes recursos de la Unión Europea, que se podían haber aplicado a estas finalidades y no a otras en buena parte desconocidas  y de muy dudosa utilidad

No se ha acometido tampoco una reforma fiscal en profundidad que, entre otras cosas, debería haber incrementado la progresividad en el IRPF, equiparado las rentas de capital con las del trabajo y eliminado una multitud de deducciones que no incentivan nada, pero benefician fundamentalmente a las rentas altas y constituyen un semillero de fraude al no poderse controlar la mayoría de ellas. En su lugar, lo único que se ha hecho ha sido introducir impuestos ecológicos claramente regresivos o medidas puramente demagógicas como el impuesto a los bancos que, lógicamente y tal como estaba anunciado, estos están repercutiendo en los clientes mediante algo tan sencillo como no retribuir el pasivo.

Con todo, lo más grave es el ingente incremento sufrido por el endeudamiento público, capaz de hipotecar el crecimiento económico y la política social del futuro. Puede repetirse el efecto Zapatero quien, después de haber tirado el dinero en los proyectos más absurdos como el Plan E, tuvo que acometer ajustes muy duros.

Ciertamente, la llamada izquierda en todas sus versiones necesita de renovación, casi de refundación, pero para eso tiene que abandonar el poder y replantearse su trayectoria, incluso su orientación actual, desechar determinados vicios. Es imprescindible que se desprenda del populismo y, sobre todo, que se libere de Sánchez y del sanchismo.

republica.com 20-7-2023



QUE TE VOTE OTEGI

CORRUPCIÓN, GOBIERNO, PSOE Posted on Dom, julio 16, 2023 20:05:21

De cara a las elecciones del 23 de julio, son muchos los comentaristas que afirman que no se puede hablar de partidos sino de bloques. La multiplicidad y diversidad de las fuerzas políticas, las dificultades de obtener mayorías absolutas y la imposibilidad de entendimiento entre los dos partidos principales a partir del “no es no” de Sánchez, nos conducen a que las opciones electorales no se concreten tanto en los partidos políticos como en las alianzas. El análisis podría ser correcto si, por una parte, se sitúa al PSOE y a Podemos (ahora Sumar) y, por otra, al Partido Popular y a Vox.

Esto representa una ducha de realismo para los votantes, pues deben ser conscientes de que, si no hay mayoría absoluta, los dos partidos principales llevan remolque detrás. Tanto Vox como Podemos tienen fuertes detractores. A unos se les tilda de fascistas y a los otros de comunistas. La paradoja es que hoy en día es difícil encontrar de verdad un fascista o un comunista.

Por mucho que a algunos les repelan los planteamientos de Podemos y a otros los de Vox, hay que reconocer que ninguna de estas formaciones defiende la violencia y se supone que ninguna de ellas está dispuesta a cambiar la Constitución por la fuerza o de forma unilateral mediante un golpe de Estado. Bien es verdad que los Comunes -que se encuentran dentro de Sumar- defienden un referéndum de autodeterminación para Cataluña. En cualquier caso, no parece que se pueda condenar por principio ni la alianza del PSOE con Sumar ni la del PP con Vox, y el resultado será mejor o peor en función de la pericia y de la firmeza que mantenga el partido mayoritario, y el sentido práctico que posea el minoritario. De hecho, este tipo de alianzas viene produciéndose desde hace tiempo en Comunidades y Ayuntamientos.

No obstante el problema surge al ampliar el tema en otro asunto bastante más relevante y espinoso: el bloque del PSOE no se ha reducido a Podemos, sino que, rompiendo todas las líneas rojas, ha introducido en su cargamento de matute contrabando y elementos tóxicos. Sánchez ha englobado de facto en su Gobierno a todas las formaciones políticas que conspiran para romper -sea por el método que sea- el Estado, incluso mediante la sedición o la rebeldía como los catalanes o justificando la violencia terrorista como Bildu, que si en este momento no la práctica es tan solo por el convencimiento de que ahora resultaría contraproducente y negativo para conseguir sus fines.

Aunque formalmente estas formaciones políticas no han pertenecido al Ejecutivo, han influido más en la gobernanza del Estado que si hubiesen formado parte de él. Es algo que podría servir de enseñanza a Vox y a Podemos (ahora Sumar): que no hace falta ser ministro ni vicepresidente del Gobierno para condicionar la actuación política del Ejecutivo.

Tanto Bildu como Esquerra nos han recordado con cierta frecuencia que la gobernanza del Estado se asentaba precisamente sobre ellos, que paradójicamente no creen en el Estado español. Y ciertamente si Sánchez es presidente del Gobierno y los ministros, ministros, mal que les pese, a ellos se lo deben. Lo peor es que su apoyo no ha sido gratuito. Sánchez ha estado dispuesto a comprar su voto mediante todo tipo de concesiones, muchas de ellas en contra de los derechos de todos los españoles, no solo económicos -a pesar de ser las Autonomías más ricas de España-, sino también civiles y políticos.

Sánchez ha forjado una nueva definición de la mentira, cree que debería llamarse rectificación. Él no ha mentido, ha rectificado en función del cambio de las circunstancias. En cierta forma es verdad. Lo que ocurre es que las situaciones que cambian y originan la rectificación de Sánchez no son las sociales ni las políticas ni las económicas, son únicamente las condiciones necesarias para mantenerse en el Gobierno. Las promesas, las actuaciones y los principios son mutables, lo único que permanece es la finalidad: perpetuarse en el poder.

Al margen de lo que en otro tiempo Sánchez hubiese mantenido, se ha plegado a la totalidad de las peticiones de golpistas y filoetarras. Desde establecer negociaciones con una Autonomía de igual a igual, otorgándole en la práctica la condición de Estado independiente, hasta indultar en contra del tribunal sentenciador a unos condenados que acababan de dar un golpe de Estado; desde transferir la competencia sobre la justicia al Gobierno vasco a trasladar a los presos por terrorismo a Euskadi; desde eliminar el delito de sedición hasta modificar rebajando las penas del de malversación para beneficiar posiblemente a los condenados por el 20 de octubre y por la declaración unilateral de independencia; desde permitir que la Generalitat continúe creando estructuras de Estado destinadas a favorecer una próxima conspiración, como las llamadas embajadas catalanas, hasta consentir y casi promocionar a través del PSC que el español esté proscrito en Cataluña.

Serían muchos más los actos y sucesos que se podrían enumerar, casi una lista interminable, a través de los cuales se ha pagado a los independentistas y filoterroristas por sus servicios. Incluso muchos de ellos se pueden encontrar ocultos, como todo lo que hace referencia a Puigdemont. El problema adquiere toda su complejidad cuando se pasa del pasado al futuro, porque estas mismas coordenadas permanecen de cara al 23 de julio. Los golpistas catalanes y Bildu mantienen las mismas posturas. Repiten una y otra vez que volverán a hacerlo. El discurso sanchista acerca de que, gracias a las cesiones, Cataluña está mejor y el problema del independentismo se ha desinflado no se sostiene. La aparente tranquilidad se ha conseguido tan solo porque el Estado (principalmente las leyes y el poder judicial) les han demostrado a los soberanistas que declarar unilateralmente la independencia es bastante más difícil de lo que creían y han decidido retornar de momento a los cuarteles de invierno a prepararse y armarse aprovechando las oportunidades que les ofrece el sanchismo. Las cesiones solo han servido para incrementar sus expectativas y, de paso, apuntalar el Gobierno de Sánchez.

Y este es el único escenario que de cara al futuro presenta alguna probabilidad de que el actual presidente del Gobierno se mantenga en el colchón de la Moncloa. Si los números se lo permiten (lo que parece  muy difícil) será solo resucitando el Gobierno Frankenstein (quizás uno más amplio y deforme que el actual). Recuerdo que en  2018, a pesar de no tener muy buena opinión de Pedro Sánchez, me quedé estupefacto. Me parecía inverosímil que el secretario general del PSOE (teniendo 85 diputados) se prestara a intentar ganar la moción de censura, y por lo tanto se convirtiese en presidente de gobierno con el apoyo de Bildu y de aquellos que acababan de dar un golpe de Estado y que estaban perseguidos por la justicia. No solo por lo que el hecho representaba en sí mismo, sino por la hipoteca que implicaba para el Ejecutivo y para el Estado.

Pensé que Sánchez lo pagaría en las urnas. Me equivoqué radicalmente. En las elecciones de abril de 2019, Sánchez mejoró el resultado pasando de los 85 diputados a los 123, que quedaron reducidos a 120 después convocarse nuevos comicios en noviembre del mismo año. El fundamentalismo de partido está muy instalado en España y se vota más en función de las siglas que de las ideas.

No participo de esa teoría muchas veces repetida de que el pueblo siempre tiene razón. Creo que a menudo se equivoca. La democracia es el sistema que establece que la mayoría tiene derecho a gobernar, pero ello no implica que sean acertadas todas sus decisiones. El resultado de las urnas en 2019 concedió de nuevo  a Sánchez la posibilidad de gobernar, pero no solo con los diputados socialistas, ni siquiera en coalición con Podemos, la única forma posible fue reeditando el Gobierno Frankenstein.

Durante cuatro años ha sido este Gobierno el que ha dirigido el país, que tal como afirman los mismos soberanistas es una unión claramente antinatural, artificial, deforme. Que dirijan el Estado quienes quieren romper el Estado. “Operari sequitur ese”, el obrar sigue al ser. Luego es lógico que a lo largo de estos cinco años el equilibrio haya sido inestable; la gobernanza, anárquica, caótica, embrollada, perturbada, llena de vaivenes, mantenida a costa de mercedes.

Resulta palmario que el bloque de Sánchez no se compone únicamente de los diputados del PSOE y de Sumar, sino que, para alcanzar de nuevo el poder solo lo podrá hacer repitiendo la alianza de la moción de censura de 2018 y la investidura de 2019. Eso es lo que quiere ocultar el sanchismo y a eso se orienta la última encuesta del CIS. Tezanos pretende convencernos de que el PSOE y Sumar pueden obtener mayoría absoluta y no necesitar reconstruir el Gobierno Frankenstein.

Tezanos es un buen profesional. Se decía y era verdad que Guerra sabía los resultados antes de que el Gobierno los hiciese oficiales, por ejemplo, los 202 diputados de 1982. Pero detrás de Guerra estaba Tezanos. Pienso que el actual presidente del CIS no comete errores, sino deformaciones de la realidad perfectamente conscientes y con una finalidad claramente política de ayudar a su señorito. Así ha sido en todas las encuestas, presentando una ventaja del PSOE que no era real. Pero ahora ha ido más lejos. Intenta alejar de la mente del votante el fantasma de la repetición del Gobierno Frankenstein, que sin duda es aquello que más puede debilitar al sanchismo.

A estas alturas ya se sabe lo que se puede esperar de la recreación de ese Gobierno. Los secesionistas ya están tomando posiciones por si, al final, logran alcanzar, entre todos, la mayoría necesaria, y están dejando muy claro que, en todo caso, al igual que en la legislatura pasada, el apoyo no será desinteresado. Incluso están  insinuando el precio. Hablan ya de referéndum de independencia.

A alguien se le ocurrió hacer una pancarta con la frase “Que te vote Chapote”. Frase que se ha hecho viral; ha habido quien la lanzo en directo en TVE. Incluso se ha coreado en una plaza de toros. Pero tal vez sería más propio decir que te vote Otegi. O, mejor, tomar conciencia de que votar a Sánchez es votar a Otegi, a Rufián, a Puigdemont y a Oriol Junqueras. Demasiada gente… 

republica.com 13-7-2023



LA DERECHA COMO COARTADA

GOBIERNO, PSOE Posted on Sáb, julio 08, 2023 19:32:32

Creo que fue Baudelaire quien afirmó que la última estratagema del diablo es propagar la noticia de que no existe. Parangonándolo, Aranguren escribió que la última treta de la derecha es lanzar el rumor de su desaparición. En muchas ocasiones he estado de acuerdo con esta aseveración del catedrático de Ética. Sin embargo, las circunstancias han cambiado de tal manera y tanto se han modificado los partidos que hoy me inclino a pensar que desde hace una serie de años cada vez es más difícil distinguir entre izquierda y derecha y que los gobiernos se dividen más bien en eficaces e incapaces.

En la actualidad, paradójicamente, la frase de Aranguren quizás se podría enunciar al revés: la artimaña de ciertos partidos consiste en proclamarse de izquierdas y lanzar el bulo de la pervivencia de una derecha imaginaria, irreal, conjunto de todos los males y perversiones posibles; construyen un espantapájaros con el que asustar al personal, diferencias que resultan muy difíciles de admitir si se pertenece a la Unión Europea.

Un caso representativo de lo anterior lo constituye el sanchismo. Sánchez ha basado toda su estrategia política en un radical pero nominal enfrentamiento ideológico entre derechas e izquierdas, retrotrayéndonos a una parte de la historia de España que creíamos ya superada y olvidada.

Paradójicamente, el actual presidente del Gobierno comienza su andadura política en la derecha del partido socialista. En 2009 sustituye en el Congreso de los Diputados a su tocayo Pedro Solbes, y cinco años más tarde, siendo casi un desconocido, se presenta a las primarias bajo el patrocinio de Susana Díaz y de Pérez Rubalcaba, que le eligieron como hombre de paja para contraponerlo a Eduardo Madina y a José Antonio Pérez Tapia, ambos situados más a la izquierda.

La metamorfosis se produce en seguida, un año más tarde, a partir de las elecciones de 2015, en las que obtuvo noventa escaños, el peor resultado en la historia del PSOE. Lo lógico es que hubiese dimitido, tal como en su momento hicieron Almunia y Pérez Rubalcaba, ambos con mejores resultados (125 y 111 escaños, respectivamente). Pero Sánchez no estaba dispuesto a tirar la toalla ni a asumir el papel que le habían asignado de marioneta, ni siquiera a dejar de acariciar la idea, a pesar de sus malos resultados, de hacerse con la presidencia del gobierno.

Dado que el PP había obtenido ciento veintitrés escaños, treinta y tres más que Sánchez, la estrategia de este tenía que pasar por no aceptar ningún acuerdo con esta formación política, que siempre le hubiera colocado en un puesto secundario y privado de la posibilidad de estar a la cabeza del Ejecutivo. De ahí la postura numantina en el “no es no” y su intención de anatematizar al PP y establecer un cordón sanitario a su alrededor.

Primero se sirvió de Ciudadanos firmando con esta formación un pacto con toda una ridícula parafernalia de presentación, tanto más cuanto que no poseían el número de diputados suficientes -aunque Sánchez confiaba en que Podemos no sería capaz de votar con el PP en contra de su investidura. Se equivocó en esto, y también en forzar unas nuevas elecciones, en las que perdió cinco diputados mientras que el PP ganaba catorce.

A Sánchez no le quedaba más que un camino, aislar al PP y lograr el apoyo del resto de partidos de la cámara, excepto Ciudadanos, cuya entrada en esa melé habría sido contra natura. Es lo que Rubalcaba con sumo acierto denominó Gobierno Frankenstein. Bien es verdad que en aquel momento eso aparecía no solo como descabellado, sino como un auténtico sacrilegio. Significaba pactar con aquellas formaciones políticas que estaban preparando un golpe de Estado y con los herederos de ETA, que no condenaban los crímenes cometidos por esta banda, y si habían abandonado las armas era tan solo por una cuestión de estrategia.

Todo el tejemaneje de Sánchez frente al Comité federal estuvo dominado por esta idea. Sabía que no podía explicitar claramente este objetivo, pero tampoco estaba dispuesto a renunciar a él y permitir que gobernase Rajoy. Unas terceras elecciones hubieran sido un suicidio para el PSOE. Existía el precedente de las segundas. La historia ya se conoce y también la intención de Sanchez de convocar de nuevo primarias a quince días vista, lo que desde su puesto de secretario general y en tan corto espacio de tiempo le daba la certeza de ganarlas. Habrían constituido una especie de referéndum o plebiscito que implícitamente legitimase sus pretensiones y acallase cualquier crítica del Comité Federal. El truco era tan burdo que no pasó desapercibido a muchos de los miembros de este órgano, y para evitarlo forzaron su dimisión.

Que no era un problema de izquierda y derecha lo manifestó claramente la composición tan heterogénea de la multitud que aquella noche se agolpó en la puerta de Ferraz queriendo evitar la defenestración de Pedro Sánchez. En las fotos apareció -como un hooligan más- el que después sería presidente de la Generalitat y uno de los principales representantes del supremacismo: Quim Torra. Su presencia indicaba claramente hasta qué punto estaba avanzada la operación, a quién beneficiaba y cuál era su objetivo.

Sánchez volvió a usar el fantasma de la derecha. Puso en el centro de su enfrentamiento con el Comité Federal el hecho de que este órgano propiciaba la abstención en la investidura de Rajoy. En realidad, la nueva gestora del PSOE no tenía otra alternativa. Unas terceras elecciones hubiesen sido desastrosas para esta formación política, y simplemente habrían empeorado la situación. No obstante, Sánchez aprovechó esta circunstancia para plantear las primarias en esta clave, los que querían frente a los que no querían investir a Rajoy. Por supuesto, lo que siempre se calló fue que la única alternativa consistía en pactar con los filoetarras y con los que preparaban un golpe de Estado. Una vez más, se servía de la derecha como coartada y excusa. Esto es lo que le permitió ganar de nuevo las primarias.

De vuelta a la Secretaría General, se propuso, por una parte, controlar de forma caudillista y sin ninguna limitación al partido y, por otra, continuar con la misma táctica que tan bien le había resultado. De acuerdo con ambas finalidades, convocó un congreso bajo el lema “Somos la izquierda”. Mala cosa cuando las realidades no se perciben y hay que proclamarlas y publicitarlas. Si de verdad se es de izquierda, lo lógico es que se vea en los hechos y en las actuaciones, y no hace falta promulgarlo. Además, el cartel no decía somos un partido de izquierda, sino somos la izquierda, la única izquierda.

Hace bastantes años quedé atónito al escuchar a un prohombre del PSOE manifestar que “socialismo es lo que hacen los socialistas”. Afirmación de lo más delirante, pero al mismo tiempo de lo más inmovilista. Es decir, no cabía crítica alguna frente a la política económica que se estaba aplicando; puesto que la realizaban los socialistas, era socialismo. Por más sorprendente que resulte esta definición, lo cierto es que se ha mantenido durante muchos años y ha orientado la actuación del PSOE en múltiples ocasiones.

Es más, quizás con una formulación no tan clara, se ha aplicado también en muchos países a la doctrina socialdemócrata. Se piensa que socialdemocracia es lo que hacen y profesan los partidos socialdemócratas. Así, por desgracia, en el imaginario colectivo se ha condenado a esta ideología a seguir el destino de los partidos de igual nombre. Ello ha conducido a que el fracaso de estos en casi todos los países se haya interpretado también como la muerte  del ideario correspondiente.

Al menos en España, ha surgido en esta última época otra definición de socialismo, tanto o más disparatada que la anterior: “Socialismo es lo que se opone a la derecha”. Pedro Sánchez, tal vez por intereses personales, la ha puesto en circulación pretendiendo con ello trazar un cordón sanitario alrededor del PP.  La izquierda no se define por un programa coherente, sino por la simple oposición a la derecha, con lo que se puede entrar en un verdadero bucle, si a su vez la derecha se definiese por oposición a la izquierda. Es curioso que Sánchez en sus soflamas en contra de la oposición nunca hable del PP o de Vox, siempre se refiere a ellos como la derecha o como la ultraderecha.

Con la moción de censura a Rajoy, Sánchez consigue lo que desde el principio iba buscando, aun cuando solo tenía ochenta y cinco diputados: llegar a la presidencia del gobierno. Para ello tuvo que constituir la alianza Frankenstein, lo que significaba pactar con todos aquellos que buscaban la disolución del Estado. Representaba un salto cualitativo en la política española que precisaba justificación. Y Sánchez acudió a su recurso preferido, la separación entre izquierdas y derechas, anatematizar a esta última y definirse como el “gobierno del progreso”.

Durante los cinco años en la Moncloa, se han justificado los hechos más innobles y repudiables contra la democracia y la Constitución, porque son acciones de la izquierda y se dirigen contra la derecha, una derecha que describen como la conjunción de todas las vilezas y deméritos, tan solo porque se la denomina derecha. Es un discurso un tanto falaz, pero que puede tener éxito -y de hecho lo tiene-, ya que en la sociedad española está totalmente instalado el discurso identitario, nominalista, un fundamentalismo de partido. Se juzga no por las acciones, sino por el nombre. Es de izquierda lo que hace el sanchismo y sus socios de investidura; y es de derechas todo lo que se le opone.

El discurso es tanto o más paradójico cuanto que la pertenencia a la Unión Europea y a la moneda única termina unificando las políticas y permite pocas diferencias. De hecho, la política económica de Aznar no fue muy distinta de la aplicada por Zapatero, y los recortes que este acometió al final de su presidencia fueron más duros que los acometidos después por Rajoy, y si no fueron más allá, fue porque no tuvo tiempo. La política fiscal impuesta por Montoro después de la crisis fue, acaso por necesidad, más progresista que la implementada por María Jesús Montero.

El sanchismo ha traspasado las líneas rojas del Estado de derecho, ha violado casi todas las normas democráticas. Se ha pactado con los golpistas, con los secesionistas y con los herederos de ETA, a la que no están dispuestos a condenar. Se ha plegado a las exigencias de aquellos, cuya principal finalidad es la ruptura del Estado español, los ha blanqueado y ha adoptado su lenguaje. Se precisaba algo que ocultase tamaños desatinos. Sánchez lo ha encontrado en el establecimiento verbal de una cruzada con lo que recientemente llama ultraderecha y derecha extrema.

Tras la debacle electoral de mayo, su discurso en presencia de los grupos socialistas del Congreso y del Senado ha constituido un egregio ejemplo de esta estrategia. Amén de proferir no sé cuantos exabruptos y de afirmar tajantemente que el resultado electoral era injusto e inmerecido, planteó que el próximo 23 de julio la sociedad española tenía que elegir entre lo que denomina “gobierno de progreso” y lo que tilda de “la reacción”.

Lo cierto es que en buena medida los españoles ya eligieron el 28 de mayo, solo que a Sánchez no le gusta el resultado, ha dicho que el descalabro fue indebido e infundado. Los ciudadanos no debieron de ver por ninguna parte el gobierno de progreso, sino más bien una alianza Frankenstein o tal vez pensaron que no hay mayor reacción que olvidarse de Montesquieu y de Rousseau para retornar al “príncipe de Maquiavelo”, ni peor involución que retroceder al  cantonalismo de la I República.

republica.com 6-6-2023



LAS ELECCIONES Y BILDU

GOBIERNO, PARTIDOS POLÍTICOS, PSOE Posted on Dom, junio 04, 2023 21:15:39

Unas elecciones municipales y autonómicas, transformadas en unas primarias de cara a las generales. Era lógico que se encontrase entre las preferencias de la oposición, ya que muy posiblemente consideraban a Sánchez un activo tóxico y, por lo tanto, un lastre para los candidatos de los ayuntamientos, pero principalmente para los aspirantes a diputados autonómicos. Es sorprendente, sin embargo, el hecho de que el PSOE aceptase ese mismo campo de juego consistente en plantear la contienda en clave nacional, dejando en segundo plano los enfrentamientos territoriales.

La única explicación posible era la arrogancia y la soberbia del presidente del Gobierno y su creencia de que puede alcanzar todo lo que se propone. En contra de la opinión de los barones, se puso al frente de la campaña, recorriendo toda España pensando que su presencia tendría un efecto taumatúrgico. Pudo existir otra razón y es que lo realmente relevante para Sánchez son los comicios generales y no le importa lo que les pase a sus barones, tan solo aquello que pueda colaborar a su permanencia en la Moncloa.

Acostumbrado como está a comprar con mercedes a las fuerzas políticas que le mantienen en el poder, ha fundamentado la campaña en una estrategia similar y se ha dedicado a regar con dinero público las ocurrencias más variopintas, desde los ferrocarriles gratis para los jóvenes hasta cines a dos euros para los mayores. El proceso ha sido sin duda escandaloso, rozando el cohecho, ya que los fondos públicos se usaban únicamente para obtener una rentabilidad electoral. Sánchez daba por hecho que ese cúmulo de dádivas atraería los votos de muchos ciudadanos al tapar, al menos momentáneamente, las dificultades económicas que la inflación les estaba causando y que haría olvidar también, dejándolos en segundo término, los ataques perpetrados contra la democracia, así como la infamia de haber comprado el gobierno a base de blanquear a los golpistas catalanes y a los independentistas vascos.

El hombre propone y Dios dispone, y en este caso quien dispuso fue Bildu porque los filoetarras, llevados por la soberbia y por su afán de dejar claro que no renunciaban al pasado y a su historia, introdujeron en las listas electorales a cuarenta y cuatro candidatos condenados por terrorismo. Conocido el hecho por las asociaciones de víctimas y tras aparecer en la portada de un diario madrileño, hizo saltar por los aires el plan que Sánchez se había trazado y situó la campaña en un terreno que el presidente de gobierno de ninguna manera deseaba.

Fue realmente cómico presenciar la tocata y fuga de todos los ministros, ministras y altos cargos del PSOE cuando los periodistas les preguntaban sobre el suceso. Huían en desbandada sin saber qué contestar. Aún no habían recibido instrucciones al respecto. Durante los días siguientes, la consigna lanzada y que todos repetían disciplinadamente era afirmar que lo que había hecho Bildu era legal pero que no les gustaba, que no era ético.

Incluso Sánchez se decidió a hablar. No tuvo más remedio que hacerlo en Washington, aguando así la visita tanto tiempo esperada. Su comentario fue sucinto: afirmar que era legal, pero no decente. No estuvo afortunado el presidente del Gobierno, porque la apostilla parecía evidente y así la aprovechó el líder del PP, afirmando  lo que no parecía decente era que Sánchez gobernase gracias al pacto con Bildu.

Algunas ministras, como Nadia Calviño o Margarita Robles, quizás llevadas por su mala conciencia, se hicieron las locas. “Pacto, ¿qué pacto?”. Se negaron a admitir que existiese ningún acuerdo con Bildu. Pero, mal que les pese y aunque intenten negarlo, en el fondo tendrán que reconocer que deben su sillón a golpistas y a filoetarras. Es algo que constituirá un borrón sobre todos los que desde la moción de censura son o han sido ministros en los gobiernos de Sánchez, e incluso sobre todos aquellos que por haber formado parte de esos gobiernos o por proximidad a ellos ocupan puestos importantes tanto en España como en Europa. Todos están manchados por el Gobierno Frankenstein.

Otegui y Rufián no tienen empacho alguno en decir a todos los que quieran oírles que si Sánchez gobierna es gracias a ellos y a todas las fuerzas que están en contra del Estado español, y lo mismo estarían dispuestos a predicar de todos los que viven del sanchismo; si ocupan cargos importantes, es gracias a que Esquerra y Bildu mantienen a este Ejecutivo. Del mismo modo, han dejado totalmente claro que había que aprovechar este Gobierno, ya que es difícil que pudiesen contar con otro tan favorable a sus intereses.

No hay nada de extraño, por tanto, en el hecho de que Otegui diese orden de que siete de los propuestos en las listas -aquellos que estaban condenados directamente por delitos de sangre- prometiesen que, de salir elegidos, no tomarían posesión de sus cargos. Es muy posible que detrás de esta decisión se encontrase la mano de Sánchez, ya que el tema estaba perjudicando las expectativas electorales del partido socialista; pero en cualquier caso hay que suponer que Bildu estaba predispuesto a ello, ya que con ningún otro presidente de gobierno les puede ir mejor que con Sánchez y, por lo tanto eran los primeros interesados en que el PSOE no perdiese las elecciones.

No deja de ser paradójico que Sánchez y sus acólitos reprochasen a la oposición usar a ETA para sus fines electorales. Ignoro cuáles hayan sido las intenciones del PP, pero desde luego Sánchez no puede tirar la primera piedra, él está haciendo algo infinitamente peor, se ha valido de Bildu para llegar y mantenerse en el gobierno, estando dispuesto a pagar el precio que se le exija.

La oposición, tanto en el Congreso como en el Senado, instó una y otra vez a Sánchez para que se pronunciase acerca de si va a romper el acuerdo con los herederos de ETA. La pregunta no dejaba de ser retórica, porque la ruptura tanto con ellos como con Esquerra es imposible no solo ahora, sino en la próxima legislatura. El presidente del Gobierno sabe que su suerte está ligada al Frankenstein, y de ningún modo está dispuesto a renunciar al poder. Por otra parte, ¿qué importancia podría tener la promesa de Sánchez, si ya aseguró, y varias veces antes de las elecciones de 2019, que nunca pactaría con Bildu y el tiempo ha demostrado todo lo contrario?

Por eso es tan ridícula la cháchara que ha mantenido ese tertuliano -rey de todas las tertulias-, que antes del debate en el Senado estaba empeñado en que Sánchez iba a anunciar que rompía formalmente con Bildu, que lo sabía de muy buena tinta. El planteamiento era ciertamente absurdo. Sánchez, con sentido realista, ha renunciado ya a ganar las elecciones en solitario y sabe, lo mismo que lo sabía en 2016, que su única alternativa es la alianza Frankenstein.

Tal vez fue González Vara el que expresó de forma más clara, pero también más brutal, lo que este planteamiento representa. Al ser preguntado en una entrevista en la COPE sobre si la candidata del PSOE en Navarra no debía romper con Bildu, contestó: “¿Romper?, ¿por qué? ¿Para que gobierne quién?, ¿la derecha? Entonces, la derecha estaría siempre en el poder, la izquierda nunca.” Parece ser que parte del PSOE tiene introyectado el mantra de que la única forma que tiene de gobernar la izquierda es hacerlo con golpistas y con los herederos de ETA, y que eso es preferible a que gobierne la derecha. ¡Qué triste destino nos aguarda a los que pensamos que somos de izquierdas!

En el fondo subyace el principio de que todo vale con tal de estar en el poder. Incluso algo más peligroso, que debemos disculpar absolutamente todo a aquellos que consideramos que son de los nuestros. Hace años, se comentaba que los miembros de la nomenclatura de EE. UU., al referirse a algunos dictadores latinoamericanos, decían eso de “Es un hijo de p., pero es nuestro hijo de p”. Espero que los partidos de izquierdas en España no pretendan afirmar algo similar, que son unos golpistas y terroristas, pero son de los nuestros.

Además, los resultados electorales del pasado domingo parece que han dejado claro que, aun prescindiendo del aspecto ético, pactar con golpistas y filoetarras no garantiza ni mucho menos la gobernabilidad a medio plazo, como no sea en Cataluña, País Vasco o Navarra. En el resto de España los electores han dicho claramente que quieren otra izquierda. Pero se me ocurre que, incluso en esos territorios, a medio y a largo plazo, tampoco. Puestos a votar en clave nacionalista, se prefieren los originales a las copias. Resulta bastante risible ese discurso de los periodistas sanchistas asegurando que el PP le ha hecho la campaña a Bildu. El único que ha blanqueado y ha lanzado al estrellato a esta formación política ha sido Sánchez.

Ante el varapalo de las elecciones autonómicas y municipales, Sánchez ha adelantado las generales que teóricamente se iban a celebrar en diciembre. Pretende salvar los muebles. Varias pueden ser las razones. La primera, la creencia de que en estos cinco o seis meses el deterioro podría aumentar, y también lo haría el desánimo de la izquierda. La segunda, la campaña electoral va a embarrar la constitución de gobiernos y ayuntamientos, lo que puede facilitar el uso de la única arma con la que piensa contar Sánchez: el miedo a Vox y a la ultraderecha. Quizás crea que así neutralizaría el reproche de que votarle a él es votar a Bildu y al golpismo independiente. La cosa podría haber sido muy distinta si se hubiese esperado a diciembre, ya que la sociedad española hubiera podido comprobar que no ocurría nada grave porque el PP gobierne en algunos sitios mediante acuerdos con Vox.

La tercera razón tal vez sea que el presidente del Gobierno piensa que si pierde las elecciones generales puede aspirar a ser el secretario general de la OTAN, cargo que según parece puede quedar vacante en octubre.

Sean cuales sean las razones, lo único cierto es que la fecha elegida no parece que sea la más adecuada ni la que convenga mejor al país. En pleno verano amenaza con que la abstención sea cuantiosa. Por otra parte, va a interferir en la constitución de los gobiernos regionales y los ayuntamientos, distorsionando el normal funcionamiento de los pactos. Además, se producirá a los pocos días de asumir España la presidencia de la Unión Europea, con lo que esta va a coincidir en su casi totalidad con un gobierno en funciones, situación que no es precisamente la mejor para poder realizar eficazmente esta tarea. Veremos cómo sienta en Europa.

Pero no sería Pedro Sánchez si la decisión la hubiese tomado pensando en cuál sería la fecha que conviene mejor a la sociedad, al Estado español y a la Unión Europea. Su naturaleza le lleva a centrarse exclusivamente en su propio interés y en su provecho político, y todo lo demás es secundario, le importa poco.

republica.com 1-6-2023



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