Si no existiese Vox, Sánchez debería haberlo inventado, del mismo modo que ha forjado Sumar. Gracias a Vox es presidente del Gobierno y parece que gracias a Vox, y a pesar de su última declaración, va a continuar siéndolo. Todo extremismo es malo; todo fanatismo, nefasto. El maximalismo, sea del signo que sea, suele conducir a resultados contrarios a los que se buscan. El origen de Vox se encuentra en el PP, en la parte más montaraz del Partido Popular que, frente al sectarismo de Zapatero, querían la revancha. Consideraban que la política de Rajoy, basada en buena medida en la moderación y el centrismo, no saciaba sus ansias de desquite.
El semillero se encuentra también en unos periodistas o unos medios de comunicación que, acostumbrados a mandar y a mangonear en el PP con Aznar, ante la postura más digna e independiente de Rajoy se confabularon para criticarle y llamarle Maricomplejines. El caldo de cultivo en el que nació Vox se halla igualmente en el propio Aznar, que no supo mantenerse en su sitio e interfirió más de lo debido en el partido tras dejar de ser su presidente. Sirvió siempre de contrapunto a la política de Rajoy, y se esforzó por hacer notar que en buena medida era su dedo el que le había designado como presidente del partido y que, como consecuencia de ello, le correspondía el papel de reina madre.
En el sector más reaccionario del PP ha pervivido la nostalgia de la etapa de Aznar, lo que no deja de ser curioso porque, en mi opinión, en ese periodo se conformaron gobiernos bastante nefastos, aun cuando se juzguen desde una óptica conservadora. Las cesiones de Aznar a los nacionalistas en la primera legislatura -principalmente a CiU en el pacto del Majestic-, tras hablar catalán en la intimidad, fueron de lo más humillantes y dañinos para el Estado. Baste citar las transferencias realizadas a las comunidades en materia fiscal con autonomía normativa incluida. Se introdujeron en los territorios españoles los mismos defectos de dumping fiscal que la Unión Europea había creado entre los países miembros.
Aznar nos incorporó a la Unión Monetaria con las graves taras y desequilibrios que ha comportado y continúa comportando para la economía española. No hay, ciertamente, espacio para extenderse en este punto. Digamos tan solo que todos aquellos que se han esforzado en exaltar los muchos beneficios que para España ha tenido la pertenencia a la moneda única deberían echar un vistazo a la marcha de la economía polaca, que ha permanecido fuera del euro y no parece existir entre sus ciudadanos y mandatarios demasiado interés por entrar.
Las apariencias a menudo son distintas de la realidad. Esto se cumple casi siempre en el ámbito social y político en el que el poder del relato de los medios de comunicación es tan importante, y no digamos en el área económica en la que los resultados quizá solo se vean muchos años después. El memorable eslogan de que “España va bien” ocultaba en su fondo un agujero negro: la enorme tara de que el crecimiento de todos estos años era a crédito, es decir, con préstamos del exterior.
Aznar en 1996 heredó una economía bastante saneada. Las cuatro devaluaciones de los últimos años (tres Solchaga y una Solbes) habían corregido los desequilibrios creados por nuestra pertenencia al Sistema Monetario Europeo. La progresiva generación de un elevado diferencial de inflación con respecto a otros países, principalmente con Alemania, generaron de nuevo esos desequilibrios: déficits en nuestra balanza por cuenta corriente, con el consiguiente endeudamiento en el exterior. La diferencia era que a partir del año 2000 ya no era posible la devaluación, el euro lo impedía.
Esta misma política desafortunada fue seguida por Zapatero, que también se jactaba de que nuestra renta per cápita había superado a la italiana, sin considerar que el edificio estaba basado en un equilibrio totalmente inestable y que se derrumbaría, como así ocurrió en 2007 con la llegada de la crisis. Se habla de esta crisis como si fuera única, aunque tal vez lo único común en todos los países fuera el detonante, que provocó el miedo en los mercados. Sin embargo cada país tenía sus propios desequilibrios. En Grecia, el déficit y el endeudamiento público; en nuestro país, el déficit y el endeudamiento exterior de carácter privado.
Si he hecho este inciso tan largo es porque me parecía importante dejar clara la herencia envenenada que recibió Rajoy. No digo que no cometiese errores. En mis artículos semanales, durante sus seis años en el poder critiqué frecuentemente las medidas que el gobierno tomaba, pero eso no obsta para reconocer la difícil encrucijada que heredó tanto en el ámbito económico como en el territorial, y que si Zapatero hubiese seguido gobernando el resultado habría sido bastante más adverso; y lo que incluso es más relevante, que el Ejecutivo que le ha sucedido ha sido peor. En este último caso no podemos hablar de un gobierno de progreso sino de un gobierno de, incompetentes, prepotentes e independentistas, que dejarán hipotecada la economía española para mucho tiempo. La valoración no se puede hacer en términos de izquierdas o derechas -cuya diferenciación dentro de la Unión Europea es bastante reducida-, sino de legalidad, democracia e idoneidad.
Mal negocio se hicieron a sí mismos los que desde el partido popular se dedicaron a desgastar a Rajoy. El primer efecto negativo para ellos fue la constitución de un nuevo partido a la derecha del PP (precisamente en el que ahora militan la mayoría de los críticos), que dividió el voto conservador. Ciertamente las figuras más significativas de la contestación no dieron el salto a la hora de la verdad, pero sus actuaciones y manifestaciones incentivaron a que otros lo diesen. La aparición de una nueva formación política, Vox, sirvió también como plataforma para atraer a personas y asociaciones en posiciones más bien extremistas y que hasta entonces habían estado fuera de la política oficial.
El simple surgimiento de este nuevo partido origina, de acuerdo con la ley electoral, que el mismo número de votos se traduzca en un número menor de escaños. Ya en 2019, la suma de votos conseguidos por el PP, Ciudadanos y Vox fue de 10.354.337, más o menos igual que los que obtuvo Aznar en el año 2000, que le valieron la mayoría absoluta, y unos pocos menos que Rajoy en 2011 (10.867.344), con los que también consiguió mayoría absoluta y el gobierno. Pero, sin duda, la conclusión aparece de forma más clara en las elecciones celebradas recientemente el 23 de julio, en las que Ciudadanos no se presentó y la suma de votos logrados por PP y Vox alcanzó la cifra de 11.135. 584, superior a la obtenida por Aznar y Rajoy en el año 2000 y 2011, respectivamente.
Paradójicamente, la mera existencia de Vox va a permitir, por tanto, que continúe gobernando el PSOE. Si detrás de la constitución de Vox se encuentra la reacción de algunos frente a lo que ellos creían que era una postura permisiva de Rajoy con los separatistas, y más concretamente con el golpismo catalán, (la derechita cobarde) el resultado obtenido con el nuevo partido es precisamente el contrario, han hecho posible un gobierno Frankenstein, que se ha sostenido a base de chalaneos y concesiones soberanistas.
Pero la utilización que Sánchez ha hecho y quiere seguir haciendo de Vox va mucho más allá. Ha pretendido -y en parte lo ha logrado- que muchos ciudadanos vean a este partido como un monstruo que va a quitarles todos sus derechos civiles, políticos y económicos. Lo ha anatematizado e intenta que cualquier pacto que el PP pueda hacer con él aparezca como un atentado contra la democracia. No deja de tener gracia que esta consideración salga de aquellos que han negociado con golpistas condenados, herederos de terroristas y piensan hacerlo ahora con prófugos de la justicia y, lo que es peor, a los que han hecho todo tipo de concesiones. En los momentos actuales, mientras critican duramente los pactos del PP con Vox, el PSC está negociando y llegando a pactos con Esquerra y con los hombres de Puigdemont en todos los ayuntamientos catalanes, y Chivite llegará a presidenta de la Comunidad de Navarra mediante el acuerdo con Bildu.
Por muy mala opinión que se tenga de Vox, nadie puede decir de ellos que han dado un golpe de Estado o que defienden la violencia política, o que proponen de forma ilegal un cambio de la Constitución o que sus principales dirigentes están huidos de la justicia. No creo que sean fascistas, como tampoco considero comunistas a los miembros de Podemos por mucho que algunos de ellos se empeñen en calificarse de ese modo. Creo que hoy en día habría que salir con el farol de Diógenes de Sinope para poder encontrar de verdad un fascista o un comunista.
Pero dicho todo esto, lo cierto es que los dirigentes de Vox no han estado hasta el momento muy finos y que se lo han puesto bastante fácil a Sánchez. En mi opinión, uno de los defectos más llamativos de esta formación política se encuentra en la chulería de muchos de sus dirigentes, casi fanfarronería, que a menudo les hace antipáticos y siempre resulta contraproducente en campaña electoral. En estas elecciones ha habido múltiples anécdotas que Sánchez y su brigada mediática han sabido aprovechar adecuadamente.
No resulta demasiado político amenazar en medio de unos comicios con aplicar el artículo 155 a Cataluña. No hay porque dudar de que sea una medida constitucional y como tal perfectamente defendible, pero no parece que en estos momentos haya suficientes motivos ni sobre todo el consenso político preciso para que sea viable. Da la impresión de que se trata más bien de una balandronada que de otra cosa. De cualquier modo, no constituye creo yo una afirmación muy prudente en plena campaña electoral. Es posible que esta intimidación haya colaborado a los buenos resultados que tanto el PSOE como los Comunes han obtenido en Cataluña.
No existe ninguna razón para tildar de homófobos a los concejales de una corporación municipal por el hecho de que consideren inapropiado que la bandera LGTBI (al igual que cualquier otra que no sea oficial) ondee en un edificio público, ni es lógico afirmar que tal planteamiento viola los derechos de los homosexuales. Pero difícilmente puede extrañarnos que el sanchismo haya aprovechado la ocasión en plena campaña electoral. Quizás Vox lo debería haber tenido en cuenta.
Los sanchistas y su brigada mediática se esfuerzan en presentar a Vox como una amenaza contra las mujeres. Estar en contra de las listas cremallera o defender que a igual delito corresponda la misma pena no parece que represente un ataque al género femenino. Son opiniones tan respetables como las contrarias. Incluso hay muchas mujeres que defienden estos postulados. No obstante, lo que sí es cierto es que Vox hace de ello un problema casi metafísico, con lo que ayuda al relato tendencioso de Sánchez. Se pierde en un debate nominalista acerca de si se trata de violencia de género o violencia doméstica, en lugar de reducirlo a una cuestión de derecho penal.
Estos hechos y otros parecidos han dado ocasión a que, exagerándolos, el sanchismo haya elaborado acerca de Vox una leyenda negra. Al margen de que esta formación defienda posiciones más o menos equivocadas, no es desde luego razonable que se la quiera comparar con los defensores del terrorismo, con los golpistas o con los prófugos de la justicia. Sin embargo, Vox no ha hecho nada para combatir esta campaña de desprestigio. Parece más bien indicar que se sienten a gusto con el papel que se les estaba asignando. Han tendido a plantear de forma provocadora los problemas más polémicos. Sus dirigentes a menudo han actuado se diría que satisfechos, como enfants terribles. Da la impresión de que se sentían orgullosos de ello.
Esa estrategia de desacreditar al partido popular a través de la demonización de Vox ha estado presente también, qué duda cabe, a la hora de fijar la fecha de las elecciones generales. El pasado 1 de junio, tan solo dos días después de que fuesen convocadas por Sánchez, escribí un artículo en este diario digital en el que incluía entre las razones por las que creía yo que se había escogido una fecha tan extraña y atípica la de embarrar la campaña electoral haciéndola coincidir con la constitución de los gobiernos de las autonomías y ayuntamientos y, por tanto, con los pactos inevitables del PP con Vox.
Se pensaba que serviría para ahondar en el relato de que el PP está unido ineludiblemente a Vox, al tiempo que se anatematizaba más y más a este último. La cosa podría haber sido muy distinta si se hubiese esperado a diciembre para convocar elecciones, ya que la sociedad española hubiera podido comprobar quizás que no ocurría nada grave por el hecho de que el PP gobernase en algunos sitios mediante acuerdos con Vox.
Lo que no podía suponer yo entonces es que la jugada le saliese tan bien a Sánchez, debido precisamente a la colaboración de Vox, que ha entablado las negociaciones en las comunidades de una manera en extremo montaraz y tozuda. Pero para hablar más extensamente de estos pactos necesitaríamos como mínimo otro artículo. Quizás en el futuro.
republica.com 10-8-2923