Puede parecer una paradoja, pero no lo es. Sánchez es un elemento tóxico para la autodenominada izquierda. La izquierda, en sus diferentes variantes, precisa pasar por la oposición. Acometer su renovación. Tener tiempo para reflexionar. Conviene que examine cuál ha sido su trayectoria -especialmente en los últimos tiempos- y se desprenda, entre otras cosas, de todo resabio populista. La izquierda, al menos en un país democrático, no puede estar cimentada en el golpismo o en los que defienden la violencia política, aun cuando ahora no la practiquen al ser conscientes de que estratégicamente no les conviene.

Es posible que determinadas tácticas y actuaciones sean aceptables en países subdesarrollados con grandes déficits democráticos y donde se carece de un Estado de derecho y, por lo tanto, en ocasiones no existe otro camino para establecer la libertad y la equidad que sortear el sistema jurídico construido por un poder dictatorial; e incluso, en los casos extremos utilizar la violencia. Pero ese no es el caso de España. Hace más de cuarenta años que nuestro país -tal como dice la Constitución- es un Estado democrático y de derecho y, aunque con muchos defectos, equivalente al de los otros países europeos.

No es posible autoproclamarse de izquierdas cuando se está a favor del retorno al cantonalismo, a los reinos de Taifas, a la tribu, al clan. No se puede calificar de progresista, sino más bien de reaccionario, al gobierno que para estar en el poder maneja torticeramente el derecho y no tiene empacho en aplicarlo de manera desigual a los ciudadanos, librando de la cárcel a aquellos que le apoyan, o cambia el Código Penal eliminando delitos o modificándolos con la misma finalidad.

A un gobierno ni siquiera se le puede tildar de democrático cuando acepta el principio de que el fin justifica los medios y en función de ello pretende apoderarse de todos las instituciones del Estado, utilizándolas en su propio provecho; y tampoco se le puede calificar de liberal cuando defiende que la ley no se aplique a todos por igual y que el hecho de tener la mayoría y ser gobierno le permite situarse más allá del ordenamiento jurídico. Y, sin ser democratico y liberal, un Estado no puede ser social.

Sánchez ha contaminado a toda la izquierda, tanto al partido socialista como a Podemos. Hablo de toda la izquierda, porque no considero tal a los partidos que se autocalifican de ese modo, siendo independentistas. Nacionalismo e izquierda constituyen una “contradictio in terminis”.

Sánchez ha provocado una metamorfosis radical en el PSOE. La mejor prueba de ello es que al principio de todo, los órganos del partido, concretamente el Comité Federal -que es la máxima autoridad entre congresos-, cuando intuyó hacia dónde se dirigían los planes del ahora presidente del Gobierno, no dudó en forzarle a dejar la Secretaría General. Lo que Rubalcaba bautizó como Gobierno Frankenstein aparecía entonces como un auténtico sacrilegio, algo inimaginable para la casi totalidad de los socialistas.

No es que pase por alto la evolución sufrida por el PSOE con anterioridad, su tránsito, parecido al de otros partidos europeos, desde la socialdemocracia al socialiberalismo. De hecho, asumió muchos de los principios del neoliberalismo económico, pero continuaba siendo un partido constitucionalista, incapaz de pactar con los herederos de aquellos implicados en el asesinato de compañeros socialistas o con los que preparaban un golpe de Estado.

Tampoco olvido que Rodríguez Zapatero tuvo determinadas veleidades frente a los soberanistas, prólogo del sanchismo y en cierta forma preparación y germen para su advenimiento. Aquellas palabras de “Pascual, aceptaré lo que venga de Cataluña” y la desacertada aprobación del Estatuto constituyeron el detonante del procés. A su vez, su negociación con ETA, cuando estaba ya derrotada, estuvo a punto de acarrear que se hiciesen concesiones innecesarias a la banda terrorista y de dar consistencia a un relato falso que en cierta manera la blanqueaba. Solo el atentado de la terminal 4 del aeropuerto de Barajas abortó la operación.  Son conocidas las palabras de Zapatero calificando a Otegi de ”hombre de paz”.

Pero, a pesar de todo ello, el cambio trascendental en el partido socialista se produce a la vuelta de Sánchez a la Secretaría General tras las segundas primarias. La transformación inicial se produce en el ámbito institucional. Apoyándose en un instrumento radicalmente presidencialista y que jamás debería haber penetrado en las formaciones políticas españolas, las primarias, establece dentro del partido un régimen profundamente autocrático. Constituye una ejecutiva y un comité federal a su medida y hace que el congreso apruebe todas aquellas normas que le garantizan el total control del partido y su permanencia, sin que nadie pueda volver a descabalgarle de su cargo. Ciertamente, desde entonces no hay quien se mueva en esta formación política sin el permiso de Sánchez. Él premia y castiga.

Esta posesión del partido socialista por el sanchismo se hace tanto más radical y absoluta desde el momento en el que, a través de la moción de censura, Sánchez llega a la presidencia del gobierno. La capacidad de recompensar y sancionar se multiplica por cien y se hace casi ilimitada. Es bien sabido, casi un tópico, que el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente. Así que la corrupción se fue extendiendo a lo largo y ancho de toda la formación política y casi todos los que años antes se habían opuesto a los planes de Sánchez terminaron sometiéndose a los nuevos parámetros. Nadie puede vivir permanentemente con mala conciencia, así que lo que en un principio era mera conveniencia se fue transformando en autoconvencimiento.

Sánchez va ahora de plató en plató proclamando que es un político limpio, pero lo cierto es que pocas corrupciones serán mayores que comprar el gobierno de la nación con mercedes y cesiones que, si bien les pueden convenir a unos pocos, terminan perjudicando a la totalidad, tanto más cuanto que todo ello se hace eludiendo el derecho y violando los procedimientos democráticos. La corrupción personal aumenta de tamaño cuando se contagia a toda una formación política.

Solo tras el maremoto que se ha producido el 28 de mayo, en el que el partido socialista ha perdido gran parte de su poder municipal y autonómico y, con ello, muchos de sus militantes el puesto de trabajo, se han comenzado a percibir ruidos en los territorios y las  agrupaciones. ¿Qué ocurrirá en el PSOE el 23 de julio si Sánchez pierde las elecciones? ¿Dejara el cargo de secretario general? Recordemos que no quiso dimitir habiendo obtenido 85 escaños y con 85 escaños formó el primer gobierno Frankenstein. ¿Tendrá capacidad el PSOE para regenerarse?

También Podemos e Izquierda Unida se han contagiado de la toxicidad del sanchismo desde el momento en que han participado del Gobierno Frankenstein. La prisa por llegar al poder, surgida en parte por una concepción bastante simplista e inmadura de la política, les lanzó a los brazos de Sánchez y les hizo partícipes de todos los dislates de este Gobierno, incluso de aquellas medidas que chocaban frontalmente con su ideología y tradición. Vieron cómo España tomaba claramente partido a favor de la OTAN en una guerra llena de interrogantes y bastante alejada de nuestro entorno geográfico e histórico. Por mucho que repitan que se encuentra en Europa, los intereses parecen encontrarse más bien en EE. UU. Protestaron, pero aceptaron (los acuerdos de Consejo de Ministros se adoptan por unanimidad y hacen responsables a todos sus miembros) los continuos aumentos de los gastos de defensa y el envío de tropas a Ucrania. Tomaron parte como miembros del Gobierno en la modificación radical de la posición de España respecto al Sáhara, que, por cierto, continúa siendo el misterio mejor guardado. ¿Qué es lo que provocó de la noche a la mañana que Sánchez cambiase la posición sin dar cuenta a nadie?

La causa del deterioro sufrido por Podemos e IU al entrar tan precipitadamente en el Gobierno se encuentra también en la falta de preparación y conocimientos de sus miembros, características necesarias para realizar un papel discreto en los cargos ejecutivos. Junto a un cierto engreimiento, portaban una gran dosis de ingenuidad, hasta el punto de que en ocasiones al escucharles nos hacían recordar las asambleas universitarias. Han ignorado -o no han querido considerar- las limitaciones inherentes al sistema político y económico en el que nos movemos y los parámetros internacionales que en las actuales circunstancias condicionan la actuación de cualquier gobierno.

Estas carencias se hicieron tanto o más llamativas en cuanto quisieron aplicar en la práctica medidas que parecían ilusorias o fuera de la realidad, con el consiguiente descrédito para las organizaciones que las proponían. En política lo más grave es hacer el ridículo. Es ciertamente triste constatar cómo en la opinión pública el 15-M, que suscitaba respeto y comprensión, se ha convertido en algo risible.

Ni el PSOE ni Podemos pueden esconderse detras de la política social. Aunque hubiese sido excelente, no podría justificar los enormes fallos en el Estado de derecho y en los procedimientos democráticos que se han producido durante el sanchismo; pero es que, además, las actuaciones en esta área dejan tambien mucho que desear. La política social no se puede enjuiciar al margen de la política económica, cuando la segunda falla, por fuerza la primera también lo hace. Al margen de proclamas triunfalistas, nuestra economía ha estado durante estos años a la cola de Europa (ver mi artículo publicado en estas páginas el 29 de junio de este año, titulado “La economía española, como una moto”).

Una política social de izquierdas no puede confundirse con el populismo. El Estado social no es el Estado de los bonos, de las ocurrencias, de los parches, de los gastos sin planificación, que no se sabe en realidad a quién benefician ni cómo se pueden instrumentar. El sanchismo se ha dejado llevar por los intereses electorales implementando pequeñas subvenciones a diestro y a siniestro sin orden ni concierto, mientras los grandes temas continúan pendientes.

Tras afirmar que se iban a derogar las reformas laborales de Zapatero y Rajoy -impuestas ambas en momentos de crisis por la Unión Europea-, se acomete una que constituye un simple acicalamiento que no modifica los elementos principales y más dañinos de las dos anteriores: las facilidades para despedir y las consiguientes indemnizaciones, incluyendo los salarios de tramitación. No es extraño que la patronal la aprobase y que Feijóo diga ahora que apenas es preciso tocarla. Como tampoco es raro que la CEOE estuviese a favor de la aplicación masiva y sin ningún control de los ERTE, que favorecían considerablemente a las empresas, tanto a las que lo necesitaban como a las que no, y servían simplemente para incrementar sus beneficios, pero suponían una carga colosal para el erario público (ver mis artículos del 18 de noviembre de 2021 y del 6 de enero de 2022, titulados respectivamente “El paro, los ERTE y la reforma laboral“ y ”La reforma laboral y el despido”).

Mientras se aprobaban bonos, dádivas y generosidades -tales incluso como conceder 400 euros a los jóvenes para que, según dicen, se los gasten en productos culturales-, no se abordaron o se abordaron mal las columnas del Estado del bienestar. El ingreso mínimo vital ha sido un enorme fracaso que tan solo ha servido para colapsar los servicios de la Seguridad Social y restar recursos de la Agencia Tributaria. El problema de las pensiones continúa sin solucionar y se mantiene como una espada de Damocles por encima de la cabeza de todos los jubilados. Solo se ha hecho un apaño y el Gobierno es el primero que sabe que la UE les exigirá una solución definitiva. Tampoco es verdad que hayan subido este año las prestaciones, simplemente han impedido que se redujeran por la inflación, lo que ya se había acordado en el Pacto de Toledo y por lo tanto lo habría aplicado cualquier gobierno.

No se ha hecho nada para solucionar temas como la justicia, la sanidad o la vivienda, a pesar de haber contado con los ingentes recursos de la Unión Europea, que se podían haber aplicado a estas finalidades y no a otras en buena parte desconocidas  y de muy dudosa utilidad

No se ha acometido tampoco una reforma fiscal en profundidad que, entre otras cosas, debería haber incrementado la progresividad en el IRPF, equiparado las rentas de capital con las del trabajo y eliminado una multitud de deducciones que no incentivan nada, pero benefician fundamentalmente a las rentas altas y constituyen un semillero de fraude al no poderse controlar la mayoría de ellas. En su lugar, lo único que se ha hecho ha sido introducir impuestos ecológicos claramente regresivos o medidas puramente demagógicas como el impuesto a los bancos que, lógicamente y tal como estaba anunciado, estos están repercutiendo en los clientes mediante algo tan sencillo como no retribuir el pasivo.

Con todo, lo más grave es el ingente incremento sufrido por el endeudamiento público, capaz de hipotecar el crecimiento económico y la política social del futuro. Puede repetirse el efecto Zapatero quien, después de haber tirado el dinero en los proyectos más absurdos como el Plan E, tuvo que acometer ajustes muy duros.

Ciertamente, la llamada izquierda en todas sus versiones necesita de renovación, casi de refundación, pero para eso tiene que abandonar el poder y replantearse su trayectoria, incluso su orientación actual, desechar determinados vicios. Es imprescindible que se desprenda del populismo y, sobre todo, que se libere de Sánchez y del sanchismo.

republica.com 20-7-2023