Unas elecciones municipales y autonómicas, transformadas en unas primarias de cara a las generales. Era lógico que se encontrase entre las preferencias de la oposición, ya que muy posiblemente consideraban a Sánchez un activo tóxico y, por lo tanto, un lastre para los candidatos de los ayuntamientos, pero principalmente para los aspirantes a diputados autonómicos. Es sorprendente, sin embargo, el hecho de que el PSOE aceptase ese mismo campo de juego consistente en plantear la contienda en clave nacional, dejando en segundo plano los enfrentamientos territoriales.

La única explicación posible era la arrogancia y la soberbia del presidente del Gobierno y su creencia de que puede alcanzar todo lo que se propone. En contra de la opinión de los barones, se puso al frente de la campaña, recorriendo toda España pensando que su presencia tendría un efecto taumatúrgico. Pudo existir otra razón y es que lo realmente relevante para Sánchez son los comicios generales y no le importa lo que les pase a sus barones, tan solo aquello que pueda colaborar a su permanencia en la Moncloa.

Acostumbrado como está a comprar con mercedes a las fuerzas políticas que le mantienen en el poder, ha fundamentado la campaña en una estrategia similar y se ha dedicado a regar con dinero público las ocurrencias más variopintas, desde los ferrocarriles gratis para los jóvenes hasta cines a dos euros para los mayores. El proceso ha sido sin duda escandaloso, rozando el cohecho, ya que los fondos públicos se usaban únicamente para obtener una rentabilidad electoral. Sánchez daba por hecho que ese cúmulo de dádivas atraería los votos de muchos ciudadanos al tapar, al menos momentáneamente, las dificultades económicas que la inflación les estaba causando y que haría olvidar también, dejándolos en segundo término, los ataques perpetrados contra la democracia, así como la infamia de haber comprado el gobierno a base de blanquear a los golpistas catalanes y a los independentistas vascos.

El hombre propone y Dios dispone, y en este caso quien dispuso fue Bildu porque los filoetarras, llevados por la soberbia y por su afán de dejar claro que no renunciaban al pasado y a su historia, introdujeron en las listas electorales a cuarenta y cuatro candidatos condenados por terrorismo. Conocido el hecho por las asociaciones de víctimas y tras aparecer en la portada de un diario madrileño, hizo saltar por los aires el plan que Sánchez se había trazado y situó la campaña en un terreno que el presidente de gobierno de ninguna manera deseaba.

Fue realmente cómico presenciar la tocata y fuga de todos los ministros, ministras y altos cargos del PSOE cuando los periodistas les preguntaban sobre el suceso. Huían en desbandada sin saber qué contestar. Aún no habían recibido instrucciones al respecto. Durante los días siguientes, la consigna lanzada y que todos repetían disciplinadamente era afirmar que lo que había hecho Bildu era legal pero que no les gustaba, que no era ético.

Incluso Sánchez se decidió a hablar. No tuvo más remedio que hacerlo en Washington, aguando así la visita tanto tiempo esperada. Su comentario fue sucinto: afirmar que era legal, pero no decente. No estuvo afortunado el presidente del Gobierno, porque la apostilla parecía evidente y así la aprovechó el líder del PP, afirmando  lo que no parecía decente era que Sánchez gobernase gracias al pacto con Bildu.

Algunas ministras, como Nadia Calviño o Margarita Robles, quizás llevadas por su mala conciencia, se hicieron las locas. “Pacto, ¿qué pacto?”. Se negaron a admitir que existiese ningún acuerdo con Bildu. Pero, mal que les pese y aunque intenten negarlo, en el fondo tendrán que reconocer que deben su sillón a golpistas y a filoetarras. Es algo que constituirá un borrón sobre todos los que desde la moción de censura son o han sido ministros en los gobiernos de Sánchez, e incluso sobre todos aquellos que por haber formado parte de esos gobiernos o por proximidad a ellos ocupan puestos importantes tanto en España como en Europa. Todos están manchados por el Gobierno Frankenstein.

Otegui y Rufián no tienen empacho alguno en decir a todos los que quieran oírles que si Sánchez gobierna es gracias a ellos y a todas las fuerzas que están en contra del Estado español, y lo mismo estarían dispuestos a predicar de todos los que viven del sanchismo; si ocupan cargos importantes, es gracias a que Esquerra y Bildu mantienen a este Ejecutivo. Del mismo modo, han dejado totalmente claro que había que aprovechar este Gobierno, ya que es difícil que pudiesen contar con otro tan favorable a sus intereses.

No hay nada de extraño, por tanto, en el hecho de que Otegui diese orden de que siete de los propuestos en las listas -aquellos que estaban condenados directamente por delitos de sangre- prometiesen que, de salir elegidos, no tomarían posesión de sus cargos. Es muy posible que detrás de esta decisión se encontrase la mano de Sánchez, ya que el tema estaba perjudicando las expectativas electorales del partido socialista; pero en cualquier caso hay que suponer que Bildu estaba predispuesto a ello, ya que con ningún otro presidente de gobierno les puede ir mejor que con Sánchez y, por lo tanto eran los primeros interesados en que el PSOE no perdiese las elecciones.

No deja de ser paradójico que Sánchez y sus acólitos reprochasen a la oposición usar a ETA para sus fines electorales. Ignoro cuáles hayan sido las intenciones del PP, pero desde luego Sánchez no puede tirar la primera piedra, él está haciendo algo infinitamente peor, se ha valido de Bildu para llegar y mantenerse en el gobierno, estando dispuesto a pagar el precio que se le exija.

La oposición, tanto en el Congreso como en el Senado, instó una y otra vez a Sánchez para que se pronunciase acerca de si va a romper el acuerdo con los herederos de ETA. La pregunta no dejaba de ser retórica, porque la ruptura tanto con ellos como con Esquerra es imposible no solo ahora, sino en la próxima legislatura. El presidente del Gobierno sabe que su suerte está ligada al Frankenstein, y de ningún modo está dispuesto a renunciar al poder. Por otra parte, ¿qué importancia podría tener la promesa de Sánchez, si ya aseguró, y varias veces antes de las elecciones de 2019, que nunca pactaría con Bildu y el tiempo ha demostrado todo lo contrario?

Por eso es tan ridícula la cháchara que ha mantenido ese tertuliano -rey de todas las tertulias-, que antes del debate en el Senado estaba empeñado en que Sánchez iba a anunciar que rompía formalmente con Bildu, que lo sabía de muy buena tinta. El planteamiento era ciertamente absurdo. Sánchez, con sentido realista, ha renunciado ya a ganar las elecciones en solitario y sabe, lo mismo que lo sabía en 2016, que su única alternativa es la alianza Frankenstein.

Tal vez fue González Vara el que expresó de forma más clara, pero también más brutal, lo que este planteamiento representa. Al ser preguntado en una entrevista en la COPE sobre si la candidata del PSOE en Navarra no debía romper con Bildu, contestó: “¿Romper?, ¿por qué? ¿Para que gobierne quién?, ¿la derecha? Entonces, la derecha estaría siempre en el poder, la izquierda nunca.” Parece ser que parte del PSOE tiene introyectado el mantra de que la única forma que tiene de gobernar la izquierda es hacerlo con golpistas y con los herederos de ETA, y que eso es preferible a que gobierne la derecha. ¡Qué triste destino nos aguarda a los que pensamos que somos de izquierdas!

En el fondo subyace el principio de que todo vale con tal de estar en el poder. Incluso algo más peligroso, que debemos disculpar absolutamente todo a aquellos que consideramos que son de los nuestros. Hace años, se comentaba que los miembros de la nomenclatura de EE. UU., al referirse a algunos dictadores latinoamericanos, decían eso de “Es un hijo de p., pero es nuestro hijo de p”. Espero que los partidos de izquierdas en España no pretendan afirmar algo similar, que son unos golpistas y terroristas, pero son de los nuestros.

Además, los resultados electorales del pasado domingo parece que han dejado claro que, aun prescindiendo del aspecto ético, pactar con golpistas y filoetarras no garantiza ni mucho menos la gobernabilidad a medio plazo, como no sea en Cataluña, País Vasco o Navarra. En el resto de España los electores han dicho claramente que quieren otra izquierda. Pero se me ocurre que, incluso en esos territorios, a medio y a largo plazo, tampoco. Puestos a votar en clave nacionalista, se prefieren los originales a las copias. Resulta bastante risible ese discurso de los periodistas sanchistas asegurando que el PP le ha hecho la campaña a Bildu. El único que ha blanqueado y ha lanzado al estrellato a esta formación política ha sido Sánchez.

Ante el varapalo de las elecciones autonómicas y municipales, Sánchez ha adelantado las generales que teóricamente se iban a celebrar en diciembre. Pretende salvar los muebles. Varias pueden ser las razones. La primera, la creencia de que en estos cinco o seis meses el deterioro podría aumentar, y también lo haría el desánimo de la izquierda. La segunda, la campaña electoral va a embarrar la constitución de gobiernos y ayuntamientos, lo que puede facilitar el uso de la única arma con la que piensa contar Sánchez: el miedo a Vox y a la ultraderecha. Quizás crea que así neutralizaría el reproche de que votarle a él es votar a Bildu y al golpismo independiente. La cosa podría haber sido muy distinta si se hubiese esperado a diciembre, ya que la sociedad española hubiera podido comprobar que no ocurría nada grave porque el PP gobierne en algunos sitios mediante acuerdos con Vox.

La tercera razón tal vez sea que el presidente del Gobierno piensa que si pierde las elecciones generales puede aspirar a ser el secretario general de la OTAN, cargo que según parece puede quedar vacante en octubre.

Sean cuales sean las razones, lo único cierto es que la fecha elegida no parece que sea la más adecuada ni la que convenga mejor al país. En pleno verano amenaza con que la abstención sea cuantiosa. Por otra parte, va a interferir en la constitución de los gobiernos regionales y los ayuntamientos, distorsionando el normal funcionamiento de los pactos. Además, se producirá a los pocos días de asumir España la presidencia de la Unión Europea, con lo que esta va a coincidir en su casi totalidad con un gobierno en funciones, situación que no es precisamente la mejor para poder realizar eficazmente esta tarea. Veremos cómo sienta en Europa.

Pero no sería Pedro Sánchez si la decisión la hubiese tomado pensando en cuál sería la fecha que conviene mejor a la sociedad, al Estado español y a la Unión Europea. Su naturaleza le lleva a centrarse exclusivamente en su propio interés y en su provecho político, y todo lo demás es secundario, le importa poco.

republica.com 1-6-2023