Se ha dicho por activa y por pasiva que uno de los resultados de las elecciones autonómicas y municipales ha sido el descalabro de Podemos, lo que, sin duda, tiene mucho de cierto. Y ello nos lleva a cuestionarnos cuáles han sido las razones. Pero quizá, antes de entrar a contestar la pregunta, conviene circunscribir el fenómeno, sobre todo respecto a ese hasta ahora fantasma que se denomina Sumar. He señalado con frecuencia que la situación creada por Yolanda Díaz es bastante extraña.

En la negociación con Sumar se ha utilizado como arma contra Podemos los malos resultados que ha obtenido en las elecciones autonómicas y municipales. No me parece justo este reproche, porque Sumar -excepto una líder nueva con dilatada ambición- no llega mucho más allá de Podemos. A pesar que se vocee que es la primera vez que se unen quince formaciones, la mayoría de ellas no pasa de ser chiringuitos sin ninguna consistencia práctica. El esqueleto de la hasta ahora plataforma, y en estos momentos partido instrumental, está constituido por la Izquierda Unida de Garzón, formación que ha estado asociada a Podemos desde las elecciones de 2015, y que en estos mismos comicios han ido juntos en muchas candidaturas, por lo que el varapalo sufrido por Podemos es también predicable de IU. Los resultados no han sido mucho mejores para las otras confluencias políticas asociadas a Sumar: Comunes, Compromís, Más Madrid, etcétera. O sea que no parece que tengan mucho que reprocharse mutuamente. Y menos puede recriminar quien no se ha presentado a las elecciones por carecer de estructura territorial.

Para entender lo que ha sucedido con lo que teóricamente se llama la izquierda de la izquierda, deberíamos partir del 15-M y del movimiento al que dio lugar. Nació en la crisis financiera de 2008, tras los ajustes acometidos por Rodríguez Zapatero, y más concretamente por la modificación del artículo 115 de la Constitución -más teórica que real como después se ha comprobado. Los que más tarde serían dirigentes de Podemos revolotearon entonces alrededor de Izquierda Unida, una Izquierda Unida ya en decadencia. Pretendían ir en sus listas a las elecciones europeas, lo que no resultaba muy viable, teniendo en cuenta el carácter cerrado de las formaciones políticas.

La negativa decidió a la célula embrionaria de Podemos a presentarse a los comicios por su cuenta. Los resultados fueron sorprendentes, consiguieron cinco eurodiputados. El éxito alcanzado fue el comienzo de su carrera al estrellato, pero también el germen de su futuro declive. Los triunfos electorales de 2015, 2016 y 2019 condujeron a que los líderes de Podemos fuesen presos de la desmesura. Es lo que entendían los griegos por “hibris”, pecado de orgullo y de arrogancia. Plutarco afirmaba: “Los dioses ciegan a quienes quieren perder”; y en palabras de Eurípides: “Aquel a quienes los dioses desean destruir primero lo vuelven loco”. El poder ofusca a los humanos. La “hibris” arroja a quienes la padecen al exceso y al engreimiento, les fuerza a abandonar la justa medida, a sobrepasar los límites. Los dirigentes del nuevo partido trazaron un camino que con el tiempo los habría de conducir al fracaso. Se dejaron llevar por la avidez de lograr el poder a cualquier precio y lo antes posible.

Despreciaron por tibios a aquellos que les habían precedido en ese espacio ideológico, reprochándoles que se habían instalados cómodamente en una posición minoritaria, orgullosos de sus ideas, pero ineficaces desde el punto de vista social. Les recriminaron que, encerrados en su torre de cristal, se negasen a mancharse las manos. Los dirigentes de Podemos, con cierta ingenuidad y arrogancia, se plantearon llegar cuanto antes al gobierno. Esa urgencia por alcanzar el poder sin saber muy bien para qué ha estado y está en el centro de su actuación política, y ha propiciado los errores cometidos.

El primero de ellos ha sido el coqueteo constante con los nacionalistas, adoptando muchos de sus mismos planteamientos. El discurso soberanista, especialmente el de las Autonomías ricas que se oponen a toda política redistributiva, es parecido al del neoliberalismo económico. Tanto las clases altas como las regiones florecientes pretenden limitar -cuando no eliminar- la solidaridad. Lógicamente todo eso es incompatible con el pensamiento de izquierdas. Entonces, ¿por qué Podemos se ha puesto de parte de los independentistas, incluso de los que han dado un golpe de Estado?

La explicación hay que buscarla en lo dicho anteriormente, en las prisas manifestadas por esta formación política para alcanzar el poder y la primacía concedida a los resultados electorales por encima de cualquier otro aspecto. Tal vez han considerado que, en Comunidades como Cataluña, País Vasco, Navarra, incluso en Valencia o en Baleares, defender el derecho a decidir podía ser rentable electoralmente.

Las cosas, sin embargo, no son tan claras porque en esas Comunidades partidos nacionalistas y regionalistas hay muchos y, puestos a votar en esta clave, siempre se prefiere el original a las copias.  Además, parece lógico que las confluencias en esas regiones tengan la tentación de comportarse con vida propia y de apenas considerarse parte de la formación estatal. Si se pretende que los territorios sean soberanos, por qué no ellas. Con el tiempo existe el peligro de que Podemos termine siendo irrelevante en esas regiones A su vez, este coqueteo con el nacionalismo puede ser un enorme lastre en el resto de las Comunidades, que es lo que finalmente ha sucedido.

El segundo error cometido por los podemitas fue su ambivalencia con el partido socialista. Primero, confiaron en el sorpasso y, al no conseguirlo, terminaron por unir su suerte a esta formación política, precisamente cuando el PSOE atravesaba su peor momento histórico, integrándose en el gobierno Frankenstein, con lo que no solo blanqueaban a golpistas y filoetarras, sino que se hacían partícipes de la totalidad de los acuerdos del Ejecutivo y cómplices de todos los desmanes del sanchismo. Aun cuando a veces hayan protestado y pataleado, se han tenido que tragar muchos sapos y culebras. Pasaron de considerar a los socialistas como casta a comer en la misma mesa y a acostarse en la misma cama con la peor versión del PSOE. La pertenencia al gobierno anuló en Podemos la posibilidad de ejercer una verdadera crítica frente a la realidad española y al proyecto de Unión Europea.

Y con esto se entra en la tercera consecuencia o en el tercer error derivado del apresuramiento por llegar al gobierno, que es el de la levedad de su discurso. Cuando se está en el gobierno los planteamientos no pueden ser los mismos que cuando se participa en un movimiento de contestación y protesta. Antiguamente los partidos de izquierda solían diferenciar entre el programa máximo y aquel que se manejaba como posible, de acuerdo con la coyuntura económica y política y con la correlación de fuerzas existentes. No cabe duda de que la pertenencia a un gobierno -y tanto más si es de coalición- condiciona el programa.

Recuerdo que en mayo del 68 se empleaba un eslogan muy expresivo: “Seamos realistas, pidamos lo imposible”. Un movimiento de contestación y protesta social puede reclamar lo imposible; cuando se está en el ejecutivo, no.

En los inicios del movimiento 15-M era frecuente escuchar en los medios de comunicación el reproche de que no ofrecía soluciones. He pensado siempre que ese no es el cometido de un movimiento de protesta social. No tiene medios ni estructuras para ello. Su función es criticar y reprobar todo aquello que considera que está mal. Intentar resolver los problemas es la finalidad de los políticos. Pero, por eso todo cambia cuando se pasa de la protesta al juego político y mucho más si se forma parte del gobierno, y sobre todo si no se poseen los conocimientos y el bagaje técnico necesarios para las soluciones. Se corre el peligro de que en lugar de arreglar el problema se agrave.

Para que las correcciones sean las adecuadas y no empeoren la situación hay que tener en cuenta todas las condiciones y el campo de juego en el que nos movemos. A pesar de que el 15-M surgió como reacción a las imposiciones de la Unión Europea, y que a este movimiento se liga el nacimiento de Podemos, esta formación política en los últimos años parece haber olvidado la pertenencia a la Eurozona, y las limitaciones que ello conlleva.

Por otra parte, muchos de sus líderes han pasado por países latinoamericanos cuyas circunstancias  tienen muy poco que ver con las de los europeos. Las medidas puestas allí en funcionamiento -buenas o malas para esas sociedades- con bastante seguridad resultan desacertadas para las nuestras.

Ante unas condiciones hostiles y que no controlan (globalización, Unión Europea, sistema capitalista, funcionamiento de los mercados, etc.), o bien han propuesto medidas improcedentes y contradictorias o bien trasladan la mayoría de sus preocupaciones desde la cuestión social y la diferencia de clases a otros temas tales como el feminismo, la ecología o la defensa de ciertas minorías como los homosexuales o los trans, e incluso sobre el bienestar animal. En el extremo, la defensa del nacionalismo.

La rehabilitación de Podemos no puede venir de repetir miméticamente la historia ni de cometer los mismos errores, tanto más cuanto las circunstancias de ahora son distintas de las de 2014. Esta es la enorme equivocación de Yolanda Díaz. Su plataforma Sumar no contiene nada nuevo excepto el líder (quítate tú, que me pongo yo) y los agravios y rencores que unos mantienen frente a los otros. Pero para hablar de ello necesitaremos un nuevo artículo.

republica.com 15-6-2023