En política no vale todo y una etiqueta de izquierdas o de comunista (¿dónde estarán ahora los comunistas?) no puede tapar ni mucho menos justificar la deshonestidad. Viene esto a cuenta de dos noticias que hacen referencia a la líder de Sumar y vicepresidenta segunda del Gobierno. La primera se encuentra en que se ha negado a entrevistarse con Feijóo. Está en su derecho, aun cuando haya sido el ganador de las elecciones y le hayan votado ocho millones largos de españoles. En la presente tesitura para los miembros del Gobierno Frankenstein parece que si no son catalanes no cuentan, incluso aunque sean gallegos como Yolanda, y no todos los catalanes puesto que el PP ha obtenido en Cataluña más votos que Puigdemont, pero estos son de segunda clase, no son independentistas. También está en su derecho de mandar en su lugar a la portavoz de su formación, persona “brillante” y “muy conocida”. Aunque es posible que algunos vean en este último gesto cierta -por no decir mucha- arrogancia.
La otra noticia que también afecta a la señora vicepresidenta segunda del Gobierno es que se ha desplazado a Bélgica a entrevistarse con Puigdemont. Es el contraste entre ambas noticias el que genera bochorno e indignación. No creo que la líder de Sumar se atreva a justificar la diferencia aduciendo que Feijóo es el presidente de un partido de derechas, porque la historia política desde la Transición ha dejado bien a las claras que son CiU -del que Junts per Catalunya es heredero- y el PNV (Dios y ley vieja) los dos partidos más conservadores del arco parlamentario, no solo porque han defendido siempre la desigualdad territorial, sino también porque se han situado invariablemente al lado de los intereses de las clases altas.
Con Feijóo se puede tener discrepancias políticas. Yo las tengo, y muchas, principalmente en materia fiscal. Claro que desde finales de los ochenta también las mantengo con los gobiernos socialistas, que en esta materia no han hecho una política muy distinta de la del PP. Con el Gobierno Frankenstein seguramente también las tendría si lograse saber cuál es la política que pretenden seguir. En cualquier caso, lo que no se puede decir de Feijóo es que sea un delincuente ni un huido de la justicia. A pesar de haber tenido cuatro mayorías absolutas en Galicia, no ha pretendido nunca valerse de ellas para rebelarse contra el Estado español, ni ha defraudado al erario público miles de millones de euros.
Puigdemont es un chisgarabís, que llegó de rebote a la presidencia de la Generalitat, que convocó un referéndum ilegal y que, después de proclamar por miedo a ser tenido por botifler la república catalana, se escapó en el maletero de un coche para no comparecer ante la justicia dejando a sus compañeros a los pies de los caballos. Causa sonrojo y estupor contemplar a toda una vicepresidenta del Gobierno español acudir a Bruselas a prestarle homenaje, precisamente el día previo al que va a comparecer en público a imponer sus condiciones. Aun cuando ella lo ha desmentido, es difícil no sospechar que detrás de este viaje no se encuentre (tras los muchos arrumacos que se prodigaron durante la campaña electoral) el presidente del Gobierno, que no se atrevió a dar un desplante al líder del partido que había ganado las elecciones y que tampoco se atreve ahora a ir a Belgica. Para ambos menesteres tiene a Yolanda Díaz, que ha demostrado sobradamente sus dotes para el papel de escudero.
La situación en los momentos actuales es tan escandalosa que ha merecido un editorial del Washington Post afirmando que «España es rehén de una facción de extremistas regionales disidentes» que, a pesar de su escasa representación, se van hacer con la gobernabilidad del Estado. Muestra además su preocupación por la intervención de Rusia, ya que Puigdemont pidió ayuda al gobierno de Putin para romper los lazos con España.
No es la primera vez que desde el extranjero contemplan con prevención la deriva populista que está experimentando nuestro sistema político, hasta el punto de preguntarse si España no es un Estado fallido. Por citar algunos casos, en octubre de 2020 el francés Benoît Pellistrandi, miembro de la Real Academia de la Historia, subía a la web del centro de estudios Telos un artículo titulado “¿España fracasada?”. A su vez, el diario suizo Neue Zurcher Zeitung publicó una tribuna de Friedrich Leopold Sell, catedrático de Economía en la Universidad Bundeswehr de Munich, con el siguiente título: “¿Es España un Estado fallido y cómo deberá tratar la UE a este miembro?”.
El economista alemán ponía en el punto de mira al Gobierno secesionista catalán, que se encuentra en rebeldía permanente frente al Estado español, siendo ello posible por la pasividad, si no complicidad, del Gobierno de Pedro Sánchez, que precisa de los independentistas para mantenerse en el poder. A su vez, Pellistrandi señalaba también a los separatistas catalanes y los consideraba la clave fundamental de la estabilidad parlamentaria del Gobierno central. Incluso, el profesor francés apuntaba la victoria simbólica que obtuvieron vetando la presencia del Rey en Barcelona.
La visita de Yolanda Díaz a Bruselas no puede por menos que causar sofoco y vergüenza. Solo semejante a la indignidad protagonizada por el otrora su jefe político y mentor- mal que le pese- Pablo Iglesias, cuando comparó una de las escenas más sombrías de nuestra historia, la triste hégira que tuvieron que emprender casi medio millón de españoles tras la Guerra Civil con un vodevil que causa sonrojo y risa, la fuga de Puigdemont escondido en el maletero de un coche, después de habernos obsequiado con un auténtico sainete de “síes” y “noes” hasta terminar declarando una república independiente, vergonzante. La diferencia es tan notable que resulta difícil explicar cómo alguien en su sano juicio podía plantearla, a no ser que hubiera sucumbido al sectarismo independentista.
El antagonismo más radical se encuentra en que los exiliados republicanos habían sido objeto de un golpe de Estado y huían de una dictadura militar, mientras que ha sido el propio Puigdemont el que ha dado el golpe y se fugo de la justicia de una sociedad democrática, con sus defectos, sin duda, pero equiparable a la de los principales países europeos, por lo menos si no se destruye o adultera por el populismo y el secesionismo. La disparidad es esencial. Entre víctimas y delincuentes. Víctimas de un régimen sanguinario y delincuentes en una sociedad tan garantista que no consiente juzgarles en rebeldía y les permite presentarse como candidatos a todas las elecciones, y en una Europa tan llena de contradicciones que les reconoce, por lo menos hasta ahora, como eurodiputados.
En algún artículo he afirmado que quizás quien más se parezca a Sánchez sea Yolanda Díaz. Da la sensación de que está dispuesta a todo por mantenerse en el poder. Parece que es a ella a quien le interesa más que no haya repetición electoral. Su inestable coalición podría peligrar. París bien vale una misa. La líder de Sumar piensa tragarse todas las misas necesarias, incluso funerales, porque de entierro se trata lo que hizo con Podemos. Se tenga la opinión que se tenga de esta formación política, es difícil no experimentar repugnancia ante la conducta seguida respecto a ella por la hasta ahora vicepresidenta segunda del Gobierno. En fin, tampoco son tan raros en política este tipo de comportamientos. Ya los describió hace varios siglos Maquiavelo en su Príncipe. Solo hay que pedirle que por favor no hable después de progreso, ni de izquierdas ni de política social. Hablemos de poder, solo de poder y de sillones.
republica.com 7-9-2023