De cara a las elecciones del 23 de julio, son muchos los comentaristas que afirman que no se puede hablar de partidos sino de bloques. La multiplicidad y diversidad de las fuerzas políticas, las dificultades de obtener mayorías absolutas y la imposibilidad de entendimiento entre los dos partidos principales a partir del “no es no” de Sánchez, nos conducen a que las opciones electorales no se concreten tanto en los partidos políticos como en las alianzas. El análisis podría ser correcto si, por una parte, se sitúa al PSOE y a Podemos (ahora Sumar) y, por otra, al Partido Popular y a Vox.
Esto representa una ducha de realismo para los votantes, pues deben ser conscientes de que, si no hay mayoría absoluta, los dos partidos principales llevan remolque detrás. Tanto Vox como Podemos tienen fuertes detractores. A unos se les tilda de fascistas y a los otros de comunistas. La paradoja es que hoy en día es difícil encontrar de verdad un fascista o un comunista.
Por mucho que a algunos les repelan los planteamientos de Podemos y a otros los de Vox, hay que reconocer que ninguna de estas formaciones defiende la violencia y se supone que ninguna de ellas está dispuesta a cambiar la Constitución por la fuerza o de forma unilateral mediante un golpe de Estado. Bien es verdad que los Comunes -que se encuentran dentro de Sumar- defienden un referéndum de autodeterminación para Cataluña. En cualquier caso, no parece que se pueda condenar por principio ni la alianza del PSOE con Sumar ni la del PP con Vox, y el resultado será mejor o peor en función de la pericia y de la firmeza que mantenga el partido mayoritario, y el sentido práctico que posea el minoritario. De hecho, este tipo de alianzas viene produciéndose desde hace tiempo en Comunidades y Ayuntamientos.
No obstante el problema surge al ampliar el tema en otro asunto bastante más relevante y espinoso: el bloque del PSOE no se ha reducido a Podemos, sino que, rompiendo todas las líneas rojas, ha introducido en su cargamento de matute contrabando y elementos tóxicos. Sánchez ha englobado de facto en su Gobierno a todas las formaciones políticas que conspiran para romper -sea por el método que sea- el Estado, incluso mediante la sedición o la rebeldía como los catalanes o justificando la violencia terrorista como Bildu, que si en este momento no la práctica es tan solo por el convencimiento de que ahora resultaría contraproducente y negativo para conseguir sus fines.
Aunque formalmente estas formaciones políticas no han pertenecido al Ejecutivo, han influido más en la gobernanza del Estado que si hubiesen formado parte de él. Es algo que podría servir de enseñanza a Vox y a Podemos (ahora Sumar): que no hace falta ser ministro ni vicepresidente del Gobierno para condicionar la actuación política del Ejecutivo.
Tanto Bildu como Esquerra nos han recordado con cierta frecuencia que la gobernanza del Estado se asentaba precisamente sobre ellos, que paradójicamente no creen en el Estado español. Y ciertamente si Sánchez es presidente del Gobierno y los ministros, ministros, mal que les pese, a ellos se lo deben. Lo peor es que su apoyo no ha sido gratuito. Sánchez ha estado dispuesto a comprar su voto mediante todo tipo de concesiones, muchas de ellas en contra de los derechos de todos los españoles, no solo económicos -a pesar de ser las Autonomías más ricas de España-, sino también civiles y políticos.
Sánchez ha forjado una nueva definición de la mentira, cree que debería llamarse rectificación. Él no ha mentido, ha rectificado en función del cambio de las circunstancias. En cierta forma es verdad. Lo que ocurre es que las situaciones que cambian y originan la rectificación de Sánchez no son las sociales ni las políticas ni las económicas, son únicamente las condiciones necesarias para mantenerse en el Gobierno. Las promesas, las actuaciones y los principios son mutables, lo único que permanece es la finalidad: perpetuarse en el poder.
Al margen de lo que en otro tiempo Sánchez hubiese mantenido, se ha plegado a la totalidad de las peticiones de golpistas y filoetarras. Desde establecer negociaciones con una Autonomía de igual a igual, otorgándole en la práctica la condición de Estado independiente, hasta indultar en contra del tribunal sentenciador a unos condenados que acababan de dar un golpe de Estado; desde transferir la competencia sobre la justicia al Gobierno vasco a trasladar a los presos por terrorismo a Euskadi; desde eliminar el delito de sedición hasta modificar rebajando las penas del de malversación para beneficiar posiblemente a los condenados por el 20 de octubre y por la declaración unilateral de independencia; desde permitir que la Generalitat continúe creando estructuras de Estado destinadas a favorecer una próxima conspiración, como las llamadas embajadas catalanas, hasta consentir y casi promocionar a través del PSC que el español esté proscrito en Cataluña.
Serían muchos más los actos y sucesos que se podrían enumerar, casi una lista interminable, a través de los cuales se ha pagado a los independentistas y filoterroristas por sus servicios. Incluso muchos de ellos se pueden encontrar ocultos, como todo lo que hace referencia a Puigdemont. El problema adquiere toda su complejidad cuando se pasa del pasado al futuro, porque estas mismas coordenadas permanecen de cara al 23 de julio. Los golpistas catalanes y Bildu mantienen las mismas posturas. Repiten una y otra vez que volverán a hacerlo. El discurso sanchista acerca de que, gracias a las cesiones, Cataluña está mejor y el problema del independentismo se ha desinflado no se sostiene. La aparente tranquilidad se ha conseguido tan solo porque el Estado (principalmente las leyes y el poder judicial) les han demostrado a los soberanistas que declarar unilateralmente la independencia es bastante más difícil de lo que creían y han decidido retornar de momento a los cuarteles de invierno a prepararse y armarse aprovechando las oportunidades que les ofrece el sanchismo. Las cesiones solo han servido para incrementar sus expectativas y, de paso, apuntalar el Gobierno de Sánchez.
Y este es el único escenario que de cara al futuro presenta alguna probabilidad de que el actual presidente del Gobierno se mantenga en el colchón de la Moncloa. Si los números se lo permiten (lo que parece muy difícil) será solo resucitando el Gobierno Frankenstein (quizás uno más amplio y deforme que el actual). Recuerdo que en 2018, a pesar de no tener muy buena opinión de Pedro Sánchez, me quedé estupefacto. Me parecía inverosímil que el secretario general del PSOE (teniendo 85 diputados) se prestara a intentar ganar la moción de censura, y por lo tanto se convirtiese en presidente de gobierno con el apoyo de Bildu y de aquellos que acababan de dar un golpe de Estado y que estaban perseguidos por la justicia. No solo por lo que el hecho representaba en sí mismo, sino por la hipoteca que implicaba para el Ejecutivo y para el Estado.
Pensé que Sánchez lo pagaría en las urnas. Me equivoqué radicalmente. En las elecciones de abril de 2019, Sánchez mejoró el resultado pasando de los 85 diputados a los 123, que quedaron reducidos a 120 después convocarse nuevos comicios en noviembre del mismo año. El fundamentalismo de partido está muy instalado en España y se vota más en función de las siglas que de las ideas.
No participo de esa teoría muchas veces repetida de que el pueblo siempre tiene razón. Creo que a menudo se equivoca. La democracia es el sistema que establece que la mayoría tiene derecho a gobernar, pero ello no implica que sean acertadas todas sus decisiones. El resultado de las urnas en 2019 concedió de nuevo a Sánchez la posibilidad de gobernar, pero no solo con los diputados socialistas, ni siquiera en coalición con Podemos, la única forma posible fue reeditando el Gobierno Frankenstein.
Durante cuatro años ha sido este Gobierno el que ha dirigido el país, que tal como afirman los mismos soberanistas es una unión claramente antinatural, artificial, deforme. Que dirijan el Estado quienes quieren romper el Estado. “Operari sequitur ese”, el obrar sigue al ser. Luego es lógico que a lo largo de estos cinco años el equilibrio haya sido inestable; la gobernanza, anárquica, caótica, embrollada, perturbada, llena de vaivenes, mantenida a costa de mercedes.
Resulta palmario que el bloque de Sánchez no se compone únicamente de los diputados del PSOE y de Sumar, sino que, para alcanzar de nuevo el poder solo lo podrá hacer repitiendo la alianza de la moción de censura de 2018 y la investidura de 2019. Eso es lo que quiere ocultar el sanchismo y a eso se orienta la última encuesta del CIS. Tezanos pretende convencernos de que el PSOE y Sumar pueden obtener mayoría absoluta y no necesitar reconstruir el Gobierno Frankenstein.
Tezanos es un buen profesional. Se decía y era verdad que Guerra sabía los resultados antes de que el Gobierno los hiciese oficiales, por ejemplo, los 202 diputados de 1982. Pero detrás de Guerra estaba Tezanos. Pienso que el actual presidente del CIS no comete errores, sino deformaciones de la realidad perfectamente conscientes y con una finalidad claramente política de ayudar a su señorito. Así ha sido en todas las encuestas, presentando una ventaja del PSOE que no era real. Pero ahora ha ido más lejos. Intenta alejar de la mente del votante el fantasma de la repetición del Gobierno Frankenstein, que sin duda es aquello que más puede debilitar al sanchismo.
A estas alturas ya se sabe lo que se puede esperar de la recreación de ese Gobierno. Los secesionistas ya están tomando posiciones por si, al final, logran alcanzar, entre todos, la mayoría necesaria, y están dejando muy claro que, en todo caso, al igual que en la legislatura pasada, el apoyo no será desinteresado. Incluso están insinuando el precio. Hablan ya de referéndum de independencia.
A alguien se le ocurrió hacer una pancarta con la frase “Que te vote Chapote”. Frase que se ha hecho viral; ha habido quien la lanzo en directo en TVE. Incluso se ha coreado en una plaza de toros. Pero tal vez sería más propio decir que te vote Otegi. O, mejor, tomar conciencia de que votar a Sánchez es votar a Otegi, a Rufián, a Puigdemont y a Oriol Junqueras. Demasiada gente…
republica.com 13-7-2023