No hay como repetir las cosas varias veces para convertir una mentira en verdad. Ciertamente, el sanchismo es maestro en esta estrategia; es más, consideran que causan más efecto si todos se refieren a lo mismo y con idénticas palabras. Ahora corean la consigna de que la economía española va como una moto; pretenden convencernos de que han sido unos maestros en la instrumentación de la política económica y para ello están dispuestos a utilizar todo tipo de argumentos, aun cuando sean contradictorios o claramente falaces. Incluso pretenden usar el de autoridad, que en todo caso será apto para la filosofía o para la teología, pero no para una disciplina como la economía.
El argumento se hace aun más inoperante cuando la autoridad no tiene mucha autoridad y es simplemente una técnico comercial como otras muchas, una funcionaria -se supone competente- que ha ido pasando por diferentes niveles en el Ministerio de Economía, desde jefe de servicio a subdirectora, terminando de directora general con Pedro Solbes, que en seguida la catapultó a la Comisión Europea. No soy de los que mantienen una admiración bobalicona ante los funcionarios internacionales. No lo considero ningún mérito ni pienso que por el hecho de serlo tengan mayor capacitación técnica que los empleados públicos españoles, solo que cobran un sueldo más abultado, eso sí.
Con anterioridad a su nombramiento como ministra de Economía, el currículum de Nadia Calviño, era muy regularcito: ni escritos ni libros ni conferencias ni títulos en el extranjero ni cátedras ni másteres; en fin, el de una funcionaria, supuestamente idónea y aplicada, pero de ahí a ser una autoridad en economía va un trecho. Los sanchistas, con la finalidad de hinchar el globo, hablan del gran prestigio que Calviño tiene en Europa. Presumo que ni más ni menos que como el resto de los ministros de Economía de los demás países miembros.
Sánchez, dándoselas de ingenioso, ha pretendido jugar con las palabras Nadia y nadie para recriminar al PP que carece de técnicos en la materia. Lo cierto es que lo de nadie resulta más propiamente aplicable a él. Desde que se enfrentó al Comité Federal y, a pesar de ganar luego las primarias, pudo contar con muy poca gente técnica. Tal como él se vanagloriaba, tenía a su lado a la base, a la militancia, pero muy pocos cuadros permanecieron leales.
Para el área de economía tuvo que echar mano de un antiguo guerrista, Manuel Escudero, que entre 1987 y 1991 se encargó dentro del PSOE del denostado programa 2000. Alejado desde hacía tiempo de la política, fue requerido por Sánchez para nombrarle secretario de política económica y empleo en la Ejecutiva federal. Tras la moción de censura y a la hora de formar gobierno, era lógico que se pensase en él como ministro de Economía, pero he aquí que Escudero era perro viejo y optó por el nombramiento de embajador permanente de España en la OCDE, puesto mucho mejor remunerado y sin complicaciones, aparte de la bicoca de residir en ciudad maravillosa como París. En fin, que Pedro Sánchez se quedó sin nadie y tuvo que recurrir a Nadia. Mejor Nadia que nadie.
De todas las formas, la poca o mucha autoridad que Calviño tuviese la perdió al aceptar participar en un gobierno nombrado por los golpistas catalanes y por los herederos de ETA, y aceptar además ser soguilla de Sánchez, siguiéndole el juego en reconstruir una realidad económica de España totalmente ficticia.
Comencemos por afirmar algo que se olvida con frecuencia: que estamos en la Unión Europea y pertenecemos a la Eurozona, con lo que el margen que se deja a los gobiernos de los países miembros es muy reducido. Basta considerar que la política monetaria no depende de los Estados, sino del Banco Central Europeo. Y, en buena medida, en lo tocante a la política fiscal, aunque sea competencia de los gobiernos nacionales, son muchos los condicionantes impuestos por la pertenencia al Euro. Por un lado, porque es lógico que la política fiscal y la política monetaria sean del mismo signo y, por otro, porque el sistema fiscal está coartado por la libre circulación de capitales y el libre cambio.
Se quiera o no, existe un común denominador en las políticas económicas de todos los países miembros. Malamente, por tanto, la economía española puede ir como una moto cuando la del resto está hecha una carraca. Desde luego, ninguno puede alardear de la buena marcha de su economía. No obstante, podrían sentirse orgullosos aquellos que -a pesar de la indigencia general- estén mejor situados, pero ese no es el caso de España, más bien se encuentra a la cola de todos ellos (véase mi artículo publicado en estas mismas páginas el 16 de febrero de 2023, con el título “Nadia en el país de las maravillas”).
Por supuesto, las comparaciones no pueden hacerse atendiendo a un solo dato o a un periodo muy reducido de tiempo. Lo lógico es contemplar lo que ha ocurrido en la economía desde finales de 2019, en que comienza la epidemia hasta los momentos actuales. El Gobierno, sin embargo, centra su discurso en datos concretos, aquellos que le convienen para mantener su tesis triunfalista. En concreto, fijándose en el primer trimestre de 2023, afirma que España está creciendo en mayor medida que los otros países, lo cual es cierto en referencia a Alemania, Francia, Países Bajos, Austria, y en general a los países de mayor renta, pero en menor cuantía que Italia, Portugal, Grecia y de la mayoría de los países del Este, es decir, salvo excepciones, los países de menor nivel económico.
Pero esto no es lo significativo. El dato en realidad relevante es que España ha sido el farolillo rojo de toda la Unión Europea a la hora de recobrar el nivel del PIB previo a la pandemia. A finales de 2022, esa magnitud tan solo fue del 98,73% del que teníamos en 2019, mientras que el resto de países había conseguido ya con anterioridad ese objetivo. Según los datos de Eurostat, la Eurozona en su conjunto lo alcanzó en el tercer trimestre de 2021, y en ese mismo momento lo lograron Grecia, Austria y Bélgica. La Unión Europea de forma global llegó a ese valor en el cuarto trimestre del 2021. Y en idéntica fecha lo recobraron Italia y Francia; Portugal y Alemania en 2022 (primer y segundo trimestre, respectivamente). Holanda es el país que antes lo consiguió, en el tercer trimestre de 2020. Etcétera.
La semana pasada el Gobierno quería anunciar -antes de que se celebrasen las elecciones- que España había alcanzado esa meta, lo que no era posible con la cifra provisional que el INE había facilitado como crecimiento del PIB en el primer trimestre de 2023, 0,5%. Muy probablemente, por eso, al ofrecer el dato definitivo, se eleva al 0,6%, con lo que el PIB se sitúa en el 99,9% de la cuantía que tenía en el cuarto trimestre de 2019. Ese uno por mil de diferencia se considera insignificante (aunque represente alrededor de 1.300 millones de euros) y así la ministra de Economía ha podido salir triunfante a la palestra a proclamar que la economía española se ha situado ya a los niveles precovid.
Teniendo en cuenta estas cifras, no nos puede extrañar que nuestro país sea también el único Estado de la Unión Europea que a finales de 2022 no había recuperado la renta per cápita anterior a la pandemia. Somos, por término medio, más pobres que en 2018 cuando Sánchez ganó la moción de censura. De poco puede pavonearse el presidente del Gobierno.
La evolución de estas variables cuestiona seriamente los datos sobre el empleo y el paro que nos facilita, vanagloriándose de ellos, el Gobierno. El Ministerio de Trabajo y el de Seguridad Social han introducido cambios, de manera que las cifras han dejado de ser indicativas. Tan solo las horas semanales trabajadas tienen significación, y esta variable sí es coherente con la evolución del PIB. Según el INE, en el cuarto trimestre de 2022 se trabajó por término medio menos horas semanales que en el mismo periodo de 2019. Estamos aproximadamente (sea cual sea el número de empleados) en un 98% del volumen de trabajo prepandemia.
Si el empleo ha crecido tanto como dice el Gobierno y las horas trabajadas se han reducido, solo puede ser porque se ha repartido el tiempo trabajado, es decir, se ha aumentado el empleo a tiempo parcial. Pero es que, además, la creación de empleo no es tan espectacular como pretenden hacernos creer, incluso es inferior a la de otros países. Si consideramos la tasa de empleo (número de empleados dividido por la población activa) publicada por Eurostat, esta variable en España pasa desde el cuarto trimestre de 2019 al primero de 2023, del 68.3 al 69,9. En otras palabras, ha crecido 1,6%, porcentaje inferior al incremento de la Eurozona que es del 1,7%, y este mismo incremento lo han tenido Italia, Portugal y Francia, mientras hay otros países que han conseguido un aumento aun mayor: Alemania (1,8), Holanda, (2,5) y Grecia (6,0). No es desde luego para que Sánchez afirme que nuestra economía va como una moto.
El Gobierno se jacta también de que en los últimos meses la tasa de inflación española es inferior a la de las grandes economías de la Eurozona, lo cual es cierto, como cierto es que fue superior en la primera época de la subida de los precios. Por otra parte, nuestro país está muy alejado de la guerra y es lógico que esta y sus efectos le afecten menos. De todas las formas, lo importante para la mayoría de los ciudadanos no es tanto la inflación como el poder adquisitivo de los trabajadores, esto es, la evolución de los salarios reales. España es, según la OCDE, el país de la Eurozona en el que esta variable ha descendido más, si excluimos Holanda, Grecia, Estonia, Lituania y Letonia.
No obstante, con todo, al juzgar la negligencia y la ineptitud de este Gobierno en la aplicación de la política económica las encontramos en mayor medida no tanto en los resultados obtenidos -de los peores de toda la Eurozona-, sino por los recursos públicos que ha destinado, mucho más cuantiosos que los de los otros países. Estos tienen su origen, en primer lugar, en los fondos de recuperación europeos (no deja de ser paradójico que a pesar de ellos, España haya sido el país que, con mucho, más ha tardado en recuperarse); y, en segundo lugar, en el incremento ingente del endeudamiento público adquirido durante estos años, que minora el patrimonio de todos los españoles -un 17% del PIB-, muy superior al experimentado por la casi totalidad de los países europeos: el de Grecia, 5% del PIB; Portugal, 3%; Holanda, 3%; Alemania, 7%; Austria, 9%; Bélgica, 10%, y Francia e Italia, 14%, etc. La media de la Eurozona se ha situado en el 9%.
Con el endeudamiento puede producirse un cierto espejismo. Nos puede parecer que carece de importancia y que la chequera es ilimitada. Es la sensación que en estos momentos da Europa. Pero lo cierto es que los intereses a pagar se multiplican, sobre todo en épocas de inflación como las actuales. Crea dificultades al BCE a la hora de controlar la demanda, con lo que intensificará la subida de tipos de interés impactando muy negativamente sobre la población. El origen de la crisis de 2008 se encuentra en el enorme incremento del endeudamiento que se produjo en la época de Aznar y Zapatero. Entonces fue el privado, pero hoy las dificultades las puede presentar el público.
Todo ello debe hacernos replantear la conveniencia de solicitar los fondos europeos cuya instrumentación se realiza a través de préstamos. Hasta ahora, los recursos se han concedido mediante transferencias a fondo perdido. No es que por ello no hubiese que atender a la oportunidad y a la eficacia en su manejo, pero la cuestión se hace tanto más relevante en cuanto que vamos a tener que devolverlos. Resulta imprescindible preguntarse si podemos endeudarnos ya más, aunque sea en condiciones de financiación beneficiosa y, sobre todo, si las aplicaciones en los gastos fijados por la Comisión son los que realmente necesitamos de forma más apremiante.
Resumiendo: ¿va la economía española como una moto?, ¿ha sido brillante la política económica aplicada por el Gobierno? Los resultados son peores que en el resto de los países de la Eurozona y los recursos empleados -que en buena parte antes o después habrá que devolver-, mucho más cuantiosos. Vamos, como para que el Gobierno tire cohetes…
republica.com 29-6-2023