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ARTICULOS DEL 17/3/2023 AL 9/1/2024 CONTRAPUNTO

SÁNCHEZ SE VANAGLORIA DE SU BUENA GESTIÓN

GOBIERNO Posted on Lun, abril 24, 2023 10:18:43

La política se está convirtiendo cada vez más en publicidad y propaganda. Pero en esto, como en todo, hay grados. El sanchismo ha hecho de la mentira y de la apariencia las columnas sobre las que se asienta su estrategia. Hace poco más de una semana en Segovia, presentando a la candidata del PSOE a la alcaldía de esa ciudad, Sánchez dibujó un panorama idílico de la economía española y de los muchos logros del Gobierno.

Como demostración, acudió a lo ocurrido durante la Semana Santa. Citó los excelentes índices de ocupación hotelera, las terrazas a rebosar y las playas hasta la bandera. Todo ello -continuó afirmando el presidente del Gobierno- es un éxito de país y un fracaso estruendoso de los que siempre invocan el catastrofismo, y por supuesto estos buenos resultados nacen de los méritos de este Gobierno. No se precisa más para constatar la consistencia y el rigor con los que Sánchez realiza los análisis económicos, a través de las terrazas y las playas. Deben de ser los mismos que empleó para elaborar su tesis doctoral.

El presidente del Gobierno acudió a su teoría favorita, la de que frente a una crisis económica existen dos modelos de respuesta, la instrumentada por el PP en el 2008 y la que está empleando actualmente el PSOE. Es un argumento que repiten miméticamente todos sus ministros, en especial las vicepresidentas primera y segunda. Lo que no consideran ninguno de ellos es, primero, que las crisis nunca son iguales y esta nada tiene que ver con la anterior y, segundo, que quien gobernaba en  2008 y hasta el 2011 eran el PSOE y Zapatero, y desde luego la respuesta que dieron frente a la crisis no fue muy brillante. Allí surgió el 15-M, del cual se creen herederos casi todos los que se sientan hoy en el Consejo de Ministros.

No obstante, en algo se parecen ambas crisis, y es que el Gobierno de Zapatero se empeñó en negarla, en ignorar los problemas económicos y en tildar de catastrofistas a los que tenían la osadía de defender lo contrario. Conviene recordar el debate en televisión entre Pedro Solbes y Manuel Pizarro, y los brotes verdes de Elena Salgado. El Gobierno de Sánchez está haciendo lo mismo.

La forma más sencilla de juzgar si la respuesta a una crisis es o no la adecuada, es compararla con la dada por otros países con las mismas características, tanto más cuanto que estamos, nos guste o no, en la Unión Europea y en la Eurozona. Al realizar este análisis respecto a la anterior crisis, nuestro país no sale especialmente mal parado. Los problemas de Grecia y Portugal fueron bastante mayores, y los de Italia, e incluso los de Francia, similares.

Hay que reconocer a Rajoy el mérito de resistir todas las presiones tanto externas como internas, incluso del poder económico, para que pidiera el rescate. Y hay que contemplar también la herencia envenenada que recibió de los Gobiernos de Aznar y Zapatero con muchos ejercicios de un déficit exterior desbocado y, en consecuencia, una economía hipotecada frente al extranjero por un endeudamiento privado totalmente desaforado, con lo que la devaluación interna, además de ser impuesta por Europa, era totalmente necesaria.

Pero pasemos a la crisis actual. Es verdad que en  2020 el PIB de todos los países se desplomó, pero, gracias a los méritos de este Gobierno, el nuestro en términos reales descendió nada menos que un 11,3%, mientras que el del resto de los países (no solo de UE, sino de toda la OCDE) lo hacía en porcentajes más reducidos: Italia, 9,1%; Grecia, 9%; Portugal, 8,3%; Francia, 7,9%; Alemania, 4,1%, etcétera.

Aquí se encuentra, en gran medida, la causa de que España sea el único país de la Unión Europea que no ha recuperado el PIB que tenía antes de la pandemia. Ello echa por tierra la postura triunfalista que de forma habitual adopta este Gobierno cuando puntualmente, en un año o un mes crecemos más que otros países. Si en alguna ocasión ocurre así, obedece exclusivamente a que con anterioridad, en otros periodos nuestro PIB ha descendido más, es decir, que partimos de un nivel más bajo. En resumen en el conjunto del periodo 2019-2022 el crecimiento de nuestra economía ha sido inferior al del resto de Europa.

El hecho de que no hayamos recuperado aún el PIB de 2019 desmiente todo el discurso de Sánchez acerca de la creación de empleo. Es difícil creer que pueda incrementarse la ocupación cuando la economía no ha crecido. Tanto Yolanda Díaz como Escrivá han distorsionado mediante los ERTE, los fijos discontinuos, etc., las estadísticas sobre el empleo y el paro, hasta el punto de que ya resulta difícil saber cuáles son las cifras verdaderas. A lo que hay que añadir, además, los trabajos a tiempo parcial. Los únicos datos fiables son los de las horas semanales trabajadas y estas en España, a diferencia del resto de los otros países–sean cuales sean los empleados y los afiliados a la Seguridad Social–, al final del 2022 (630,20 millones) eran inferiores a las trabajadas semanalmente a finales de 2019 (639,96 millones). No hay razones para que Sánchez se vanaglorie.

En Segovia, Sánchez presumió también de la reforma laboral. Yolanda Díaz lo hace todos los días. Deberíamos recordar a la ministra de Trabajo entrando en loor de multitudes en el congreso de  CC.OO., y afirmar con toda la firmeza que le era posible, que la ley de Rajoy se derogaría sí o sí. Lo cierto es que la parte más importante y cruenta de esta se ha mantenido. No se han tocado ni la cuantía de las indemnizaciones, ni los salarios de tramitación, ni la facilidad para despedir, ya sea de forma individual, ya de manera colectiva mediante los ERE. Es más, a través de la potenciación de los ERTE se ha permitido a los empresarios el despido temporal sin indemnización, pero que al mismo tiempo ha significado una enorme carga para el erario público. (Ver mi artículo publicado en este diario digital el 6- 1-2022 con el título “La reforma laboral y el despido”).

También en Segovia, Sánchez alardeó de la multiplicación del número de contratos indefinidos, y a esa teórica estabilidad en el empleo atribuyó, de forma un tanto mágica, el hecho de que se haya podido pagar la revalorización de las pensiones. Resulta extraño llamar indefinidos a unos contratos cuando en un año un mismo trabajador firma varios de ellos. El cambio de nombre no modifica la naturaleza de las cosas. En cuanto a la actualización de las pensiones, si se ha podido acometer, es simplemente porque la inflación al igual que aumenta la cuantía de las prestaciones eleva la recaudación de los ingresos.

Con todo, lo más ocurrente de la intervención de Sánchez en Segovia estuvo en denominar a la oposición “la liga de la crispación y del ruido”, mientras que se titula a sí mismo y a su Gobierno “la liga de la gestión”. Dime de qué presumes y te diré de qué careces. Si alguien encarna la crispación, es el actual presidente del Gobierno. Toda su acción política se ha basado en la confrontación y en la creación de un enemigo al que anatematizar y censurar. Y si hay algo que, entre otras peculiaridades, caracteriza al sanchismo, es ser prácticamente nulo para la gestión.

Haber primado en los nombramientos de cargos públicos la proximidad política o la afinidad de amistad y parentesco prescindiendo de la capacidad y profesionalidad ha conducido a que un gran número de servicios públicos estén bloqueados o en situación caótica. Se producen listas de espera y demoras en casi todas las oficinas. En múltiples ocasiones resulta imposible conseguir cita para ser atendido. Quizás uno de los mayores escándalos se produce en la Seguridad social y en el SEPE, en los que es quimérico poder realizar cualquier trámite, y que para percibir la primera pensión o darse de alta en el seguro de desempleo hay que esperar varios meses.

La capacidad y buena gestión del Gobierno se trasluce también en la forma de elaborar las leyes, puesto que, en todas ellas, como diría el presidente del Gobierno, se presentan efectos no deseados. Del mismo modo se aprecia en el diseño de las ayudas públicas, que se realiza sin tener en cuenta las dificultades y obstáculos que van a presentarse en su concesión, con lo que sus resultados terminan llegando a muchos menos beneficiarios de los que al comienzo se anunciaban y no precisamente a los más necesitados, que suelen coincidir con los que no saben cómo cumplir los requisitos exigidos. La excelente gestión del Ejecutivo aparece también de forma diáfana en el manejo de los fondos europeos, que nadie sabe dónde están, de qué manera se están empleando ni a qué finalidades se destinan.

Pero, sobre todo, donde más resplandece la pericia sin igual de este Gobierno es en la aplicación de la política económica. A pesar de su discurso triunfalista, la realidad es que España es el único país de la Unión Europea que no ha recuperado el PIB que tenía antes de la pandemia. Del mismo modo, a diferencia del resto de los países, la renta per cápita es inferior a la de 2018, los salarios reales se han reducido y los trabajadores han perdido poder adquisitivo, al tiempo que el endeudamiento público ha crecido más de un 15% del PIB, por encima del de cualquier otra economía europea. A su vez, el empleo efectivo, que marca las horas trabajadas, se encuentra por debajo de 2019. Y todo ello a pesar de estar recibiendo un montante importante de recursos de los fondos de recuperación. Curiosamente, el único país que no se ha recuperado es el nuestro. No parece que todo esto sea como para que Sánchez y su Gobierno saquen pecho y se sientan orgullosos de su gestión.

republica 20-4-2023



LA SEGUNDA MARCA DEL SANCHISMO

GOBIERNO, PARTIDOS POLÍTICOS, PODEMOS Posted on Dom, abril 16, 2023 10:04:36

Desconfío de los profetas, de los personalismos, de aquellos que piensan que todo comienza en ellos y acaba en ellos. Por eso no he podido por menos que contemplar con suspicacia el lema que presidía el otro día el acto de Magariños: “Empieza todo”. La verdad es que todo en la operación Sumar es raro, comenzando por su origen, que no ha sido otro más que el dedo de Pablo Iglesias señalando a Yolanda Díaz como cabeza de lista de Podemos a las próximas elecciones generales, al tiempo que la nombraba (más que designarla) vicepresidenta segunda del Gobierno, y le proporcionaba la plataforma adecuada para el proyecto que ahora intenta emprender. Parece evidente que sin esta nominación no existiría Sumar.

Se ha producido así la paradoja de que los medios e instrumentos para el ataque a Podemos hayan salido de esta misma formación política. La plataforma, movimiento o lo que sea Sumar, es una copia milimétrica del Podemos de los inicios, y lo único que en ella tiene solidez es lo que se ha hurtado o se piensa fagocitar de la formación morada. Los medios de comunicación han aireado que en Magariños habían participado quince asociaciones políticas, pero lo cierto es que la casi totalidad de ellas apenas tienen consistencia. Solo IU, incluyendo al PCE, y los Comunes de Cataluña poseen alguna entidad, y los dos estaban en la órbita de Podemos.

Es comprensible por tanto el cabreo que tienen los líderes de Podemos, se sienten traicionados, ya que parece que se pretenda desbancarlos y se ha convocado a otros partidos, como Más País o Compromís, de ámbito regional, pero que se presentarán a las elecciones municipales y autonómicas como sus contrincantes. Se  entiende también que los mandatarios de la formación morada, antes de entrar a formar parte del proyecto, planteen sus exigencias. No es lógico que a todos los integrantes se les trate de igual forma. No puede ser lo mismo Podemos, que hoy por hoy  tiene treinta y cinco diputados, que Más País que solo cuenta con dos escaños o Compromís que tiene uno, o la gran mayoría de las formaciones que no tienen representación parlamentaria.

En Sumar también son extravagantes todos los pasos que se han dado hasta ahora: los vaivenes, las idas y venidas, el sí pero no, el dejarse querer y, por supuesto, el primer acto público de la presunta candidata, en Valencia, primera confesión -aun cuando se tuviese interés en mantener la incógnita- de que se tenía la intención de seguir adelante con el proyecto. Pero, eso sí, de forma totalmente contraria a lo que cabía esperar, dado que Yolanda Díaz ocupa una cartera ministerial gracias a y en nombre de la formación morada.

La candidata a presidenta, con el pretexto de realizar un acto para exhibir una nueva política dirigido principalmente a las mujeres, convocó en Valencia a Ada Colau, a Mónica Oltra, a Mónica García y a Fátima Hamed, todas ellas muy buenas compañías y líderes de formaciones políticas competidoras o al menos independientes de Podemos, mientras paradójicamente no se invitaba ni a Ione Belarra ni a Irene Montero.

Casi un año después, en el Matadero de Madrid la ministra de Trabajo presenta oficialmente el proyecto al que se asigna ya un nombre, “Sumar”, aunque existe el peligro de que sea más bien restar, porque se pidió expresamente que no  asistiesen al acto los líderes de los partidos políticos, aquellos que en teoría debían incorporarse a la nueva organización, lo que sin duda también resulta sorprendente, y más aún que no asistiesen los de Podemos, puesto que era Podemos la que la había sacado del anonimato. Mantuvo enfáticamente que la cosa no iba de partidos políticos, lo que resultaba también incongruente tratándose de un acto orientado a crear una candidatura para las próximas elecciones generales (ver mi artículo publicado en este diario el 8-9-2022 titulado “Sumar o restar”).

Al acto de Matadero le ha seguido el de Magariños, donde Yolanda Díaz ha anunciado -según ella, humildemente- que se presentará a presidenta del Gobierno. Resulta también chocante porque lo que menos parecía haber en ese acto era humildad. Todo en él rezumaba soberbia y triunfalismo. Proclamó también que se trata de instrumentar una nueva política. Esto último, sin embargo, no es nada raro porque todos los que pretenden crear un partido anuncian una nueva política. Lo extraño comienza cuando esta se define como dialogar, dialogar y dialogar y, sin embargo, parece que resulta imposible hacerlo con los mandatarios de la formación que la ha lanzado al estrellato.

La nueva candidata a la presidencia afirmó que no depende de nadie y que no quiere que nadie la tutele. Lo cual continúa siendo raro porque, nos guste o no, todos dependemos de alguien. Ella ha dependido de Podemos y de Pablo Iglesias para ser ministra, vicepresidenta segunda e incluso para la designación a la candidatura que ahora anuncia. Es creíble que ya no quiera la tutela de Pablo Iglesias, pero habrá quien se pregunte si no es porque tiene la de Sánchez.

Que el presidente del Gobierno ha extendido su mano protectora sobre ella es bastante evidente. Solo hay que considerar el papel preponderante que le asignó en la moción de censura. Parecía decir esta es mi hija muy amada. Esta actitud aparece de forma más clara, si se consideran las encuestas bien amañadas de Tezanos en las que se infravaloran los resultados de Podemos. No hay demasiadas dudas de que detrás de la actual apoteosis de la ministra de Trabajo se aprecia la alargada mano de Sánchez.

El parecido entre Yolanda y Sánchez es demasiado grande; su discurso, bastante parejo. Los dos participan del mismo triunfalismo, y de la misma capacidad para distorsionar la realidad. Pero es que, además, el presidente del Gobierno sabe que su única posibilidad para repetir la próxima legislatura se encuentra en reeditar la alianza Frankenstein. Necesitan por tanto que las formaciones a su izquierda obtengan buenos resultados, tanto más si, como es previsible, los socialistas pierden representación. Concretamente, hay quien cree que el plan de Sánchez se centra en la esperanza de que Sumar pueda movilizar a los posibles abstencionistas que en otras ocasiones votaron al PSOE.

El razonamiento no parece demasiado convincente, puesto que los que abandonan al PSOE lo hacen movidos, en buena medida, por el coqueteo mantenido por esta formación con los golpistas y filoetarras, y en esta cuestión tanto Podemos como los que se vislumbran como componentes de Sumar son tanto o más responsables. No parece verosímil, en consecuencia, que reciban los votos de los que han decidido no dárselos al partido socialista. Resulta difícil creer que se vaya a escoger la segunda marca cuando se ha rechazado la primera.

Dicen que Yolanda Díaz no está dispuesta a pactar con Podemos hasta después de las elecciones municipales y autonómicas. Motivo: la creencia de que los resultados de esta última formación serán muy malos, lo que proporcionaría a Sumar ventaja en la negociación. Sin embargo, esta argumentación hace aguas. Primero, porque no parece que alguien que elude presentarse a la contienda por carecer de medios y que por lo tanto aún no se ha medido en las urnas pueda entrar a juzgar los buenos o malos resultados de otras formaciones que al menos han entrado en liza. Segundo, porque si es verdad que Sumar no se va a presentar a esas elecciones, sí lo van a hacer muchas de las formaciones políticas que teóricamente van a conformarlo y no creo que sus resultados sean mucho mejores que los de Podemos; incluso algunas como los Comunes e IU es posible que lo hagan componiendo coalición con la formación morada. Esto último confirma una vez más que todo lo que hace referencia a Sumar es raro, muy raro.

Pero es que, además de raro, va a resultar conflictivo. Con Podemos o sin Podemos los problemas comenzarán cuando haya que hacer las listas para las generales. Mientras la cuestión se mueva en discursos y arengas, el entusiasmo y el fervor serán unánimes; ahora bien, la cosa cambiará cuando cada uno reclame su trozo de pastel. Muchos comensales para una mesa tan pequeña.

republica 13-4-2023



LA CESTA DE LA COMPRA Y LA LIMITACION DE PRECIOS

ECONOMÍA Posted on Dom, abril 09, 2023 21:10:25

En mi artículo de la semana pasada, me refería a cómo el Estado social debe intervenir en el mercado, pero no para destruirlo, sino para perfeccionarlo, y ponía el ejemplo de las medidas contraproducentes que se proponen para el mercado del alquiler. Terminaba, no obstante, afirmando que el mismo error se intentaba aplicar a algún otro mercado, y prometía tratarlo en una próxima ocasión. Pues bien, esta semana podríamos fijarnos en el sector alimentario.

Antes que nada, conviene aclarar una idea muy difundida, pero que no está clara en absoluto. Como ejemplo de éxito, se cita la intervención en el mercado del gas para limitar el precio. En realidad, esto no es así. La excepción ibérica afecta únicamente al mercado de la electricidad y solo al regulado, no al libre. El precio real del gas no se toca. Lo que se limita es el valor que se emplea para el gas, pero solo a efectos de calcular el precio de la electricidad. Es en este último mercado en el que se va a producir la diferencia entre el precio de venta y el de coste. Diferencia que ya se está repercutiendo sobre el consumidor, tanto en el mercado regulado como en el libre. Bien es verdad que la aplicación a la factura se hará poco a poco, con lo que en el presente aparece un supuesto beneficio (que es el efecto que se pretende), pero será en el futuro cuando se termine pagando principalmente.

Conviene tener presente, por tanto, que la intervención se realiza en el mercado de la electricidad, que en parte está ya regulado, constituye un oligopolio de oferta y recae sobre un producto totalmente homogéneo para el consumidor, con independencia de cuál haya sido su origen y de la fuente empleada para producirlo.

Nada que ver con la limitación que se intenta imponer en la cesta de la compra en la que la oferta está muy fraccionada, puesto que no se puede considerar únicamente a las cadenas de supermercados, sino que hay que incluir al pequeño comercio. Y, además, también existe una gran diversidad en los productos, ya que, aun cuando quede reducido su número a los que se incluirán en el lote que se controle, existirá una infinidad de variedades en cado uno de ellos. Por ejemplo, qué tipo de pan, de leche, de pasta, de aceite, etcétera, escogemos.

Vivimos en una sociedad de consumo en la que la pluralidad de los productos y sus diferencias son grandes. Escoger los de un tipo y no los de otro, distorsionará sin duda el mercado y podría perjudicar a los no seleccionados. Incluso sería posible que ocasionara el desabastecimiento de los elegidos, puesto que los distintos agentes de la cadena de producción podrían encauzarse hacia los bienes no incluidos en la cesta.

A su vez, la enorme pluralidad y variedad de los agentes que participan en la oferta originaría una gran complejidad en la implantación de la medida. En la propuesta se piensa únicamente en los supermercados, pero considerar solo a estos y postergar a la gran multitud de pequeños comercios, significaría dañarlos desplazando la demanda hacia las grandes cadenas.

La gran dificultad en la gestión permanecería aun si la medida que se llegue a tomar fuese similar a la adoptada con los carburantes. Ya en esta ocasión las complicaciones en la ejecución fueron muy considerables. Que se lo digan a las gasolineras. Pero los problemas se elevarían a la enésima potencia si lo aplicásemos a la cesta de la compra en la que la oferta está mucho más fraccionada, tanto en agentes como en bienes.

Es bastante frecuente que este Gobierno tome medidas -más bien ocurrencias-, sin preguntarse acerca de cuáles van a ser los obstáculos y las dificultades en su gestión y sin que se planifique cómo se van a solucionar los problemas o si, por el contrario, la medida debe modificarse antes de aprobarla, o incluso cambiarse por otra.

Conviene no confundir este control de precios con determinadas prácticas como la adoptada en Francia (y otras similares) por la que las grandes cadenas acuerdan constituir cada una de ellas una cesta de la compra con precios limitados, que pueden ser distintas en cada caso. En realidad, se trata simplemente de un mecanismo de publicidad y propaganda a través del cual los grandes supermercados realizan sus ofertas para atraerse clientes. De lo contrario, se podría afirmar que las rebajas que periódicamente efectúan los comercios constituyen un control de precios.

La actuación pública sobre el mercado de bienes de primera necesidad debe orientarse por otros derroteros. En primer lugar, potenciando la competencia y reprimiendo cualquier atisbo de manipulación del mercado. Si la concurrencia funcionara adecuadamente, sería prácticamente imposible que los precios no se adecuasen a los costes.

Por otra parte, no se debe desechar la idea de que en caso de una inflación grave como la actual, el Estado deba tomar la decisión de bajar los impuestos indirectos, particularmente el IVA, y por supuesto no crear otros nuevos por muy ecológicos que sean. Los detractores de esta medida arguyen que la rebaja no se traslada a los consumidores. Pero esa transmisión se realizará en tanta mayor medida cuanto mayor sea la competencia, y hay que pensar que, en este mercado, por el gran número de agentes que intervienen, el grado de concurrencia debe ser alto, sobre todo si el Estado articula los medios necesarios. Otra cosa es que quizás no se note la minoración de la inflación, debido a que al mismo tiempo existen otras variables que hacen que los precios se incrementen. El saldo puede ser cero o negativo, aunque hay que considerar que la subida sería mucho mayor si no se hubiese efectuado la reducción impositiva.

Hay que decir, además, que la actuación del Estado no termina ahí. Debe compensar la bajada de los impuestos indirectos con una subida de los directos. De lo contrario, la política fiscal irá en dirección contraria a la política monetaria. El BCE eleva los tipos de interés con la finalidad de reducir la demanda y de este modo controlar la inflación. Una política expansiva, bien sea por la bajada de impuestos o por un incremento del gasto público sin compensación, incrementará la demanda contrarrestando así las medidas de políticas monetarias y retrasando sustancialmente el éxito en el control de la inflación.

Hay algo que nos resistimos a aceptar, que la inflación representa un empobrecimiento, al menos parcial, sobre todo porque la subida de los precios en gran medida ha tenido su origen fuera de nuestro territorio, es decir, a través de bienes de importación. Alguien tiene que hacerse cargo de este menoscabo en los ingresos. Los gobiernos, desde luego, no quieren reconocer esta realidad, y mucho menos hacerla pública. Prefieren presentar una visión optimista, mostrarse magnánimos, pródigos, capaces de evitar que se produzca coste alguno, y sin tener que tomar ninguna medida dolorosa. Las dejan todas para el BCE. Es más, esta entidad se verá obligada a adoptar medidas más duras y más prolongadas precisamente para compensar la laxitud fiscal de los gobiernos.

Que nadie se equivoque. Los efectos de la política monetaria pueden ser tanto o más cruentos que los de la política fiscal, no solo por el encarecimiento de las hipotecas, sino de todo el crédito, lo que terminará afectando a la actividad y al empleo. Las medidas de política monetaria presentan, por añadidura, la desventaja de que no se puede discriminar sobre quiénes o qué grupo se hace recaer el coste. La política fiscal, por el contrario, admite más flexibilidad y a través de ella es posible establecer qué colectivo debe soportar el empobrecimiento. Se da así la paradoja de que los gobiernos adoptan determinadas medidas fiscales, bien de bajada de impuestos o de incremento del gasto, pensando que benefician a la población, cuando en realidad la están perjudicando al prolongar la escalada en la elevación de los precios y al obligar al BCE a continuar con la subida de los tipos de interés.

republica.com 6-4-2023



EL ESTADO NO DESTRUYE EL MERCADO, LO PERFECCIONA

ECONOMÍA Posted on Dom, abril 02, 2023 23:33:36

Gratiam non tollit naturam, sed perficit eam. La gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona. Es bastante conocida esta tesis de la Teología escolástica. Su autor, Santo Tomás de Aquino, se colocaba así en medio de los que creían, como Pelagio, que el hombre por sus propias fuerzas puede salvarse, y de los seguidores de Gotescalco de Orbais, antecesor de Lutero, que defendía la predestinación y la idea de que la salvación proviene exclusivamente de Dios, sin que las obras del hombre puedan inclinar la balanza en un sentido u otro.

Tal vez podríamos secularizar esta tesis de la doctrina católica y aplicarlo de este modo al mundo económico y político. Su formulación sería algo así: el Estado social no destruye la economía de mercado, sino que la perfecciona. La teoría socialdemócrata se situaría de esta manera en medio entre el laissez faire, laissez passer del liberalismo económico, que mantiene que el Estado no debe intervenir en la economía, y aquellos que anatematizan el mercado y pretenden que el Estado lo sustituya.

Desde hace más de treinta años el neoliberalismo económico ha venido imponiéndose, desplazando a la socialdemocracia y reduciendo el papel del Estado en la economía. La integración de los mercados y la globalización bloquean a los Estados nacionales haciéndoles impotentes, al menos en parte, para corregir los defectos del juego de la oferta y la demanda.

La libre circulación de capitales dificulta gravemente una política fiscal progresiva. El libre cambio en aras de la competitividad tiende a homogeneizar los mercados de trabajo al nivel que rige en los países cuyos salarios son menores y que cuentan con las peores condiciones laborales. Va imponiéndose la teoría de que el mercado es perfecto y no necesita la intervención del Estado.

Frente a la crisis de la teoría socialdemócrata, la izquierda, tal como Darwin predicaba de las especies, ha ido adaptándose a las nuevas circunstancias. Por una parte, traslada la mayoría de sus preocupaciones desde la cuestión social y de la diferencia de clases a otros temas tales como el feminismo, la ecología o la defensa de ciertas minorías como los homosexuales o los que quieren cambiarse de sexo, e incluso sobre el bienestar animal.

Por otra parte, cuando deciden ocuparse de la desigualdad social o de las necesidades de las clases más deprimidas, al verse, en cierta manera, impotentes o al menos con grandes obstáculos debido al nuevo orden económico, intentan entrar en el mercado como elefante en una cacharrería. No tienden a corregirlo, sino a destruirlo o a dañarlo gravemente, con lo que la situación, lejos de mejorar, empeora.

En España se ha confundido la socialdemocracia con el populismo. Las características de este último consisten en dar respuestas fáciles a problemas complejos. Parte de la izquierda prescinde de las nuevas condiciones y de los límites que imponen, de modo que los remedios propuestos y adoptados terminan siendo en el mejor de los casos inútiles o imposibles de plasmar en la práctica; en el peor, contraproducentes. Además, como no puede ser de otro modo, las medidas siempre son parciales, parches que entran en contradicción con el resto.

La solución más inmediata y más simple que suele plantearse es la fijación de los precios de forma directa y por decreto, pero suele ser también la más fallida y a menudo perjudicial. El precio iguala la demanda y la oferta, y limitarlos arbitrariamente y por la fuerza conduce en una economía de mercado a desajustes y a veces al racionamiento. Por otra parte, amén de los efectos adversos que se puedan seguir, es una medida difícil de implementar en las actuales circunstancias, con lo que la mayoría de las ocasiones acaba siendo una chapuza. La dificultad será mayor cuanto mayor sea el número de agentes que intervienen en el mercado y mayor la variabilidad y diversidad del artículo o artículos a limitar el precio, y mayor sea la cantidad de bienes sustitutivos que existan. La instrumentación será más fácil en presencia de un monopolio y de uno o dos artículos muy homogéneos.

Sería interesante recorrer los distintos mercados de bienes y servicios en los que en estos momentos se tiene la tentación de intervenir de forma equivocada y distorsionante. En esa lista aparece en primer lugar y en puesto de honor, el de la vivienda. En España la crisis de 2008 desquició este sector económico, aunque sería más indicado afirmar que la perturbación se produjo en los ocho años anteriores con la burbuja inmobiliaria, con las hipotecas subprime o con instrumentos parecidos, y que en  2008 simplemente estallaron los desequilibrios creados con anterioridad.

Lo cierto es que las dificultades sociales originadas fueron muy graves y la tentación de intervenir en el mercado para garantizar el derecho a la vivienda estipulado en la Constitución, grande y lógica. Solo que se tiende a hacer de la peor forma posible, prohibiendo los desahucios y controlando el precio del alquiler. Creo que la manera mejor de rebatir un argumento es conducirlo al absurdo. Así que siguiendo esta tesis habrá que preguntarse por qué se propone limitar el precio del alquiler y no el de compra. La razón no es difícil de encontrar, todo el mundo, hasta los más intervencionistas, comprenden los enormes problemas y efectos negativos que se producirían al aplicarlo a la compra venta. Pero es que a otro nivel las distorsiones serán idénticas con los alquileres.

La excesiva regulación en contra de los arrendadores, especialmente dificultando los desalojos en caso de impago, puede tener un efecto contraproducente porque reducirá la oferta, con lo que se producirá escasez y se elevará el precio. Además, los propietarios serán mucho más selectivos a la hora de alquilar desechando a todos aquellos que piensen que si fuesen morosos sería muy difícil desahuciarlos; serán precisamente las clases más necesitadas las que tendrán una enorme dificultad para encontrar vivienda (ver mis artículos en este digital de los días 26-1-2023 y 20-9-2018).

El mercado de la vivienda es, sin duda, uno de los que más necesitan la intervención pública -pero para depurarlo, no para trastocarlo-, intervención que debería orientarse no tanto a facilitar la compra venta como el alquiler. Tendría que ser en él donde se centrara la mayor parte de las ayudas públicas. Dado el nivel salarial en nuestro país, es una evidencia que la compra de una vivienda está muy lejos de estar al alcance para una gran mayoría de los ciudadanos, precisamente los pertenecientes a las clases de renta más bajas, a los jóvenes, etcétera.

Durante mucho tiempo se ha cometido el error de que la construcción de vivienda oficial que ha llevado a cabo el sector público se haya dirigido a la compra y no al alquiler, dándose la paradoja de que bastantes agraciados hayan tenido que renunciar por no tener medios económicos con los que acceder a la adquisición. Por otro lado, las necesidades de las personas no son iguales a lo largo de toda la vida, luego es lógico que la ayuda pública no sea permanente, ni que se tenga la posibilidad de vender la casa con altos beneficios cuando ya no se necesita. Por la misma razón, los incentivos, también los fiscales, deberían dirigirse al alquiler y no a la compra.

El empeño de los gobiernos y de los bancos por potenciar la propiedad ha conducido en muchos casos a la concesión de créditos a quienes después no podían pagarlos. Fue una de las principales causas de la crisis del 2008. Incluso hay que preguntarse si, aunque en un grado quizás menor, recientemente no se está repitiendo los errores de entonces y si de nuevo los estudios de solvencia no se han hecho con tipos de interés que probablemente no podrán tener continuidad en el tiempo.

La vivienda, al ser una necesidad social y un derecho constitucional, exige la intervención del Estado en el mercado del alquiler, pero hay que saber muy bien de qué manera hacerlo para mejorarlo y no poner palos en las ruedas de su funcionamiento, que empeoren la situación. Dado que la demanda viene dada por las necesidades sociales, la actuación de los poderes públicos se debe orientar a potenciar la oferta y nunca a tomar medidas que puedan restringirla.

La forma más inmediata de actuación sin duda es la inversión pública en vivienda social destinada al alquiler, dotando los fondos necesarios, cuyo coste debe soportarse de forma equitativa por todos los ciudadanos según su capacidad y mediante un sistema fiscal progresivo, y no de forma aleatoria y arbitraria como una lotería negativa sobre los arrendadores que, además de injusto, es contraproducente porque restringiría la oferta y la haría muy selectiva, exigiendo tales condiciones que haría imposible el arrendamiento de los que se pudieran considerar vulnerables.

Es más, la actuación del Estado debería encaminarse también a incentivar la iniciativa privada, y tal vez la mejor forma de hacerlo sería dotar de seguridad jurídica a los pequeños propietarios (casi la totalidad de la oferta) para motivarles a arrendar, librándoles de del miedo a no percibir el alquiler y a la imposibilidad, o al menos a las graves dificultades, para el desahucio. Cuando se trata de personas a las que se considera vulnerables y por lo tanto no se crea conveniente el desalojo, son los poderes públicos los que habrían de dar una solución habitacional de inmediato y si no pueden, tendrían que hacerse, mientras tanto, cargo del alquiler, puesto que es el Estado el que impone el no desahucio. Sin embargo, las medidas tomadas hasta ahora o que se proponen van en dirección contraria.

Por otra parte, no se puede ignorar que este mercado está muy fraccionado y que existe una gran heterogeneidad en los pisos que se alquilan, aun cuando se encuentren en la misma zona o barrio. Con ascensor o sin ascensor, reformado o sin reformar, calefacción central o individual, con portería física o sin ella, si pertenece o no a una urbanización o tiene recinto cerrado y con qué servicios, calidad y año de construcción, etc. Resulta una gran simplicidad limitarse al precio por metro cuadrado. Además ¿qué se entiende por zona tensionada? Todo ello se presta a una gran arbitrariedad y a que se generen múltiples desequilibrios y perturbaciones. Si se pretende una cierta equidad, la gestión se hace complicadísima, casi inviable.

Ciertamente, el mercado del alquiler no es el único en el que se  está pretendiendo que el sector público intervenga de forma muy poco acertada. Se da también en algunos otros cuyas propuestas sería muy conveniente analizar, pero tendrá que ser en un próximo artículo.

republica  30-3-2023



DISCRIMINAR POR EL IMPORTE DE LA RENTA

ECONOMÍA DEL BIENESTAR, GOBIERNO, HACIENDA PÚBLICA Posted on Jue, marzo 30, 2023 10:54:13

Dicen que la primera víctima de una guerra es la verdad. El juego político debe de ser una encarnizada contienda porque también en él la verdad desaparece. Se sustituye por la demagogia y la dialéctica amigo-enemigo. El amigo siempre tiene razón, el enemigo nunca. Contra él vale todo. Es esa parcialidad la que da al discurso una apariencia tan falsa. Es ese sectarismo el que hace que los ciudadanos desprecien cada vez más a los políticos. Es esa obcecación la que origina que la política pase de ser la actividad humana más noble, tal como afirmaba Platón, a la más repudiada.

El otro día en la Asamblea de la Comunidad de Madrid se produjo un acontecimiento que provoca la hilaridad, una especie de ópera bufa. Toda la oposición, con Mónica García a la cabeza, se lanzaron en tromba contra el vicepresidente del Gobierno de la Comunidad por haber percibido 195 euros como bono social térmico, cuyos destinatarios, según la ley, son las familias numerosas, y parece que la de Osorio lo es.

Hasta aquí quizás nada raro. Es a lo que nos tienen acostumbrados, y lo que les debe de ordenar Sánchez que hagan. Lo cierto es que no aprenden. Son incapaces de hacer una verdadera oposición, y miren ustedes que hay cosas que criticar. Sin embargo, se agarran a nimiedades y se les ve demasiado el plumero y la demagogia. Ellos, proclives a comparecer a todas las manifestaciones y participar en todas las protestas contra el gobierno regional, parece que no tienen nada que decir ante el caos de cercanías o la huelga de los letrados judiciales que, a pesar de que afecte -y mucho- a los ciudadanos madrileños, depende de Sánchez.

No obstante, en esta ocasión el ridículo ha llegado al summum, porque se ha descubierto que la líder de Más Madrid, después de vociferar y dedicar toda clase de epítetos a Osorio, también percibe el importe del bono por tener familia numerosa. A mi entender, no habría nada que recriminarle, si no fuese por el papel inquisitorial previamente adoptado, rasgándose las vestiduras ante la conducta, igualmente legal, del vicepresidente de la Comunidad de Madrid.

Pero la pantomima se acentúa por las explicaciones que ha facilitado. Afirma que no era consciente de ello, que quien cobraba la ayuda era su marido. Muy feminista ella. Un poco a lo Tartufo, manifiesta que se arrepiente y que reconoce su error. Revistiéndose de puritanismo, intenta convencernos de que su comportamiento era muy diferente al de Osorio.

No suelo ocuparme de la política regional de Madrid. No conozco demasiado sus intríngulis, y no me gusta hablar ni escribir de lo que no sé, pero si en esta ocasión me he adentrado algo en ella ha sido porque el circo se ha trasladado más tarde a la política nacional. Distintos miembros del Gobierno, incluso la Ministra de Hacienda, han mostrado su sorpresa porque familias no vulnerables pueden ser beneficiarias de la ayuda, ayuda que por cierto no se financia con impuestos, sino con el recibo de la luz a costa del consumidor. En el fondo sí es un gravamen, solo que bastante regresivo.

Todos los ministros se apresuraron también a escandalizarse de que alguien sin ser pobre hubiese cobrado esa subvención. Es más, invocaron la honestidad y la decencia y no sé cuántas otras zarandajas de carácter pío, de esas que deben quedar circunscritas al campo privado y, como mucho, al ámbito religioso. En política las obligaciones las determinan la ley y el Código Penal. La ministra de Hacienda manifestó, no sé si con descaro o inocencia, que en la finalidad de la norma nunca había estado presente beneficiar a las familias numerosas con suficientes ingresos. La conclusión es evidente: o bien la licenciada en medicina no se había enterado de lo que había aprobado el Consejo de Ministros, (lo que es grave siendo la responsable de los caudales públicos), o bien una vez más el Gobierno se había equivocado al elaborar la norma y había dicho lo que no quería decir.

Para mayor desconcierto, todos los ministros que han hablado se han reiterado también en modificar la ley e incluir un nivel de renta como una limitación para ser beneficiario de ayudas públicas. Estamos ya curados de espanto y hartos de que se legisle a borbotones, deprisa y corriendo, ad hominem, en función de los acontecimientos y las ocurrencias. En esta ocasión, además, para ser coherentes deberían modificar no sé cuántas leyes y reglamentos, tanto de ámbito estatal como autonómico, puesto que son muchas las ventajas y beneficios de que gozan las familias numerosas, sin referencia alguna a sus ingresos.

Sin pretensión de ser exhaustivos, podríamos citar la deducción de 1.200 a 2.400 euros en el IRPF, exención de tasas en el DNI y en el pasaporte, bonificación en la Seguridad Social al contratar cuidadores, descuentos en los vuelos, Renfe, barcos, museos y centros culturales, bonificación del 50% o 100% en tasas educativas, permiso laboral retribuido por nacimiento de hijo, derecho de preferencia en los procesos públicos de educación regulados por baremos, etc. Si no recuerdo mal, en ninguno de estos casos se tiene en cuenta la renta. Y habría que añadir las múltiples ayudas o bonificaciones autonómicas y municipales. ¿Se van a modificar todas estas normas o es que los señores ministros no se habían enterado de su existencia?

Parece ser que el cabeza de lista del PSOE a la Comunidad de Madrid, va de micrófono en micrófono, mostrando su indignación por que dos políticos han percibido el bono térmico y el eléctrico. Digo yo que su enfado en todo caso se debería dirigir contra su señorito y demás ministros, que son los responsables de la ley.

Por otra parte, quiero pensar que él y aquellos periodistas que también se han rasgado las vestiduras por este suceso no aplicarán ninguna deducción en su declaración del IRPF, ni por planes de pensiones, ni por vivienda, ni las familiares, incluyendo la de guardería, ni las donaciones a las entidades sin fines de lucro, ONG o fundaciones, ni a los sindicatos y partidos políticos, ni los gastos por obras de eficiencia energética, etcétera, etcétera; a las que habría que añadir otras muchas autonómicas, nada, de nada, porque la gran mayoría no hacen ninguna referencia a la renta, y habiendo tantos necesitados…  

Supongo también que cuando este tiempo de atrás se acercasen a repostar a las gasolineras solicitarían que no se les descontasen los 20 céntimos, ya que son ricos; y por el mismo motivo demandarán en la frutería, en la panadería, en la factura de la luz y en la del gas, etc., que no se les descuente el IVA, ya que pertenecen a la clase acomodada. Llevado el argumento al extremo, hay que imaginar que solo utilizarán la educación y la sanidad privada, porque no está bien que siendo adinerados tenga que ser el erario público el que les costee esos gastos.

No todas las actuaciones del Estado se orientan a la distribución de la renta o a la protección social, muchas de ellas tienen como única finalidad incentivar distintos sectores de la realidad económica o impulsar determinadas conductas sociales, y la mayoría de las veces por simplicidad y claridad, incluso por una finalidad práctica, no hay  por qué mezclarlas con la función redistributiva del Estado, que tiene sus cauces y mecanismos propios, tales como el IRPF o los gravámenes sobre el patrimonio y la herencia, y que se pueden usar con toda la intensidad que se desee. Cierto que esto último resulta más incomodo para un gobierno.

Soy más bien reacio a los incentivos fiscales. La mayoría de las veces no estimulan realmente nada y solo sirven para distorsionar la progresividad de los tributos, y lo mismo cabe considerar en cuanto al gasto público. Estimo que una de las medidas más rentables y eficaces consistiría en expurgar y cercenar las distintas partidas presupuestarias y depurar de deducciones los impuestos. Sin embargo, dado el problema demográfico existente en nuestro país, no parece demasiado descabellado promocionar la natalidad y, por tanto, las familias numerosas. Otra cosa sin embargo es que estos teóricos estímulos sean eficaces y cumplan el objetivo de mover a la procreación.

Nunca he compartido la idea de los que quieren introducir el nivel de renta y de riqueza como factor discriminatorio en los bienes y servicios públicos o en todas las subvenciones y transferencias. Soy partidario de que, en materia de gasto público, en la mayoría de los casos el disfrute sea general. Para diferenciar por ingresos ya están los impuestos directos. No tengo ningún reparo en que las rentas altas se beneficien de la sanidad y de la educación pública a condición del que el sistema fiscal sea suficientemente progresivo. Es más, creo que es conveniente puesto que la única forma de que no se deterioren sus prestaciones es que sean también usadas por clases altas. De lo contrario, antes o después se convierten en pura beneficencia.

Algo parecido hay que decir de las ayudas y prestaciones sociales, aunque aquí lo que más prima es una finalidad práctica, ya que distinguir por la cuantía de renta complica sustancialmente la gestión. Utilizar en todos los casos esta separación conduce a que muchas medidas sean inaplicables o a que su aplicación deje mucho que desear y no se cumplan los objetivos previstos. Cuando se trata de pequeñas ayudas puede ocurrir incluso que, paradójicamente, el coste de la gestión llegue a superar el de universalizar la prestación.

Es una constante de este Gobierno tomar las medidas, muchas veces ocurrencias, sin analizar previamente los obstáculos y conflictos que van a suceder en su implantación. La consecuencia es que en la mayoría de los casos se produce la frustración de los resultados y la imposibilidad de ejercer el control. Salen beneficiados no los verdaderamente necesitados a los que iba dirigida la ayuda, sino los más listillos y avispados, sean o no acreedores a ella. El Gobierno piensa que el problema se soluciona encargando de la gestión a la Agencia Tributaria, pero, en ocasiones, esta entidad tampoco cuenta con la información precisa ya que la que posee se ha diseñado para otros cometidos, el cumplimiento de las obligaciones fiscales. Además, a este organismo se le aparta de su verdadera función, la gestión de los impuestos y el control del fraude.

Cuando la aplicación de las medidas fracasa hay quien echa la culpa a deficiencias de la Administración y a la burocracia, la responsabilidad, sin embargo, no se encuentra ahí, sino en un diseño imperfecto a la hora de elaborar la norma y  en el desconocimiento de aquellos que legislan.

republica.com 23-3-2023



LA FALLIDA REFORMA DE LAS PENSIONES

ECONOMÍA DEL BIENESTAR, GOBIERNO, HACIENDA PÚBLICA Posted on Vie, marzo 17, 2023 18:41:24

Escrivá, tras muchas idas y venidas, pasos adelante y pasos atrás, ha presentado su propuesta sobre la reforma de las pensiones. El ministro, que en la AIReF se vanagloriaba de ser independiente y hoy tiene que ser dependiente entre otros de Esquerra y de Bildu, afirma que ha pactado la reforma con la Comisión Europea -que levita y no se entera de nada-, con Podemos y con los sindicatos. No es posible decir que Escrivá haya tenido demasiada suerte en su gestión. Se propuso él mismo para ministro aseverando, primero, que era capaz de establecer un ingreso mínimo vital que uniformase el desmadre que, respecto a esta prestación, tenían las Autonomías -en todas ellas diferente-, y que habían denunciado los organismos internacionales. Y, segundo, que podía reformar la Seguridad Social, haciendo viable el sistema público de pensiones.

En cuanto al primer punto, lo cierto es que no se homogenizó nada y que las Comunidades Autónomas continúan con el mismo desorden. Se creó una prestación estatal, declarada compatible con las anteriores, con lo que ahora la pluralidad se hace incluso mayor. Se elaboro, además, con un diseño que la condenaba desde el principio al fracaso (ver mi artículo publicado en este mismo diario el 23- 4-2021 con el título “La chapuza fiscal de los ERTE y del ingreso mínimo vital”), amén de enfangar la Agencia Tributaria y bloquear la Seguridad Social. Se ha producido un hecho inusitado, desconocido incluso en los peores momentos de la Administración: no hay forma de conseguir una cita y hay que esperar tres o cuatro meses para comenzar a percibir la pensión. Es más, ha aflorado algo escandaloso, todo un mercado negro de citas. En cualquier situación normal se habría provocado el cese inmediato del ministro. Bien es verdad que con el Gobierno Frankenstein no hay nada normal.

Sin embargo, el ministro de seguridad Social y de otras singularidades continúa en su puesto y se le ha seguido encomendando la reforma del sistema público de pensiones. La reforma que ha presentado no reforma nada y, por desgracia, deja las cosas igual o peor que estaban. Mientras se sigan ligando en exclusiva las pensiones a las cotizaciones sociales, difícilmente el problema va a tener solución. Tras muchos dimes y diretes, la propuesta se fundamenta en la subida de las cotizaciones. Para ese viaje no hacían falta tales alforjas. Pero eso sí, se reparte el incremento bien temporalmente bien en distintos conceptos, de manera que su cuantía pase desapercibida, al menos a corto plazo. Los efectos negativos que se puedan producir a medio y a largo ya se verán; y esto es lo peor, “el ya se verá”, es decir, que deja el problema sin resolver.

Las pensiones han sido siempre una de las dianas preferidas del neoliberalismo económico, donde se han cruzado el sectarismo doctrinal de los enemigos de lo público con los intereses de las entidades financieras que pretenden promocionar sus fondos. Los ataques se han transmitido a los medios de comunicación social, y todos, en mayor o menor medida, desde hace treinta años ponen en duda la viabilidad del sistema y anuncian apocalípticamente su quiebra.

Para acometer la verdadera reforma es preciso, antes de nada, destruir los tópicos y bulos que rodean el tema y, desde luego, este ministro y este Gobierno son incapaces de ello. El primer mito es la aseveración de que la actualización por el IPC de las pensiones representa una subida. Desde las filas neoliberales se echan las manos a la cabeza proclamando que la regularización poco menos que es inasumible por el Tesoro o, en todo caso, que pondrá en un serio aprieto a las finanzas públicas.

El Gobierno tampoco colabora a deshacer el entuerto cuando se jacta de subir las prestaciones y en un acto de propaganda partidista lo presenta como algo extraordinario y graciable, y reprocha a la derecha haberlas bajado, lo cual no es cierto porque el único que las congeló (es decir, las minoró en términos reales) fue Zapatero. Actualizar las pensiones por el IPC es simplemente mantenerlas en el mismo valor en que estaban y no se necesita de ninguna financiación adicional porque si con la subida de los precios se incrementan los gastos del Estado, también en igual o mayor medida lo hacen los ingresos. Otra cosa es que este exceso de recaudación se quiera emplear en otros menesteres.

En múltiples ocasiones he mantenido la tesis de que en sentido estricto no se puede calificar a la inflación de impuesto de los pobres, por la sencilla razón de que en los momentos actuales no constituye un impuesto, dado que el dinero no es creado ni total ni principalmente por el Estado. Sin embargo, si consideramos únicamente a los pensionistas y no se actualizasen las prestaciones por el IPC, sí seria posible hablar de un gravamen a los jubilados, ya que las prestaciones en términos reales se reducirían al tiempo que debido a la inflación, los ingresos del Estado aumentarían y el Gobierno se serviría de ese incremento para otras finalidades. Y puestos a fijarnos en los pobres, no creo que haya muchos con mayor derecho para este título que la mayoría de los pensionistas.

Para defender que los jubilados son unos agraciados se argumenta a menudo que la pensión media está por encima del salario medio, lo que puede ser cierto, pero ello no es indicativo de nada, puesto que se están comparando cosas heterogéneas, los jubilados han llegado al final de su vida laboral y no tienen ninguna posibilidad de conseguir por sí mismos una mejora en su nivel profesional y económico, mientras que en el salario medio se engloban las retribuciones de todos aquellos que se están incorporando al mercado de trabajo y por ello se les abrirán múltiples oportunidades de prosperar laboral y profesionalmente. Mucho más significativo es constatar que la pensión media se incrementa año tras año, debido precisamente a que las cuantías de las prestaciones de los que entran en el sistema (se jubilan) son mayores que las de los que salen (defunciones), lo que indica que por término medio los salarios aumentan en mayor medida que las pensiones.

Se afirma que hay que acometer la reforma para hacer frente a un mayor número de pensionistas que se incorporarán de aquí al 2050, y para actualizar las pensiones por el IPC. La primera finalidad puede ser cierta, pero no la segunda, que en cualquier caso cuenta, tal como se ha dicho, con financiación propia, la que resulta del hecho de que, con la inflación, los ingresos crecen en igual o en mayor medida que los gastos.

La reforma puede ser necesaria, pero esta, como las anteriores, será fallida ya que continúa sosteniendo que las prestaciones de jubilación deben sufragarse exclusivamente mediante las cotizaciones. No hay ninguna razón para que las pensiones deban costearse de manera distinta que la sanidad, la educación, la dependencia, el derecho a la vivienda, la justicia, etc. De hecho, hace años la sanidad pública se encontraba dentro de la Seguridad Social y también se pretendía financiar con cotizaciones. No obstante, por mera convención política y práctica, y no por ninguna razón metafísica, se la apartó de ese sector de la Administración para trasladarla al Estado y más tarde a las Autonomías.

Hay un principio de la Hacienda Pública que parece no cumplirse en esta ocasión, es el de no afectación, es decir, que la totalidad de los ingresos deben sostener todos los gastos. El problema a plantear no consiste en ver cómo se van a financiar las pensiones, sino que la cuestión tiene que ser más amplia, sino en saber cómo se va a sufragar, sí, el gasto en pensiones, pero también la sanidad, la dependencia, etc.

Para argumentar que el sistema es inviable se pretende contraponer al número de trabajadores, el de pensionistas y, planteado así y dada la evolución que se prevé de la población, puede ser que estén en lo cierto, pero no hay ninguna razón para que la financiación del sistema recaiga únicamente sobre los trabajadores y que no colaboren las rentas de capital, mediante otros impuestos. No tiene sentido que el déficit que se produce en la Seguridad Social se compense con préstamos del Estado y no con aportaciones a fondo perdido, como se hacía antes de inventar ese mecanismo erróneo y aciago de la separación de fuentes. Sería sin duda una de las fórmulas por las que el resto de los tributos podría participar en el sostenimiento de las pensiones, si se quiere mantener la convención de dos realidades diferentes, Estado y Seguridad Social.

Por otra parte, en esta ecuación hay que introducir una nueva variable, la productividad. El mismo número de trabajadores, por ejemplo, pueden producir el doble, si la productividad también se ha duplicado. Lo importante no es cuantos son los que producen, sino cuanto se produce. Es el producto o la renta nacional (más bien la renta per cápita) la magnitud a tener en cuenta a la hora de plantearse la capacidad de imposición y, en cierta medida, si resulta sostenible, no solo el sistema público de pensiones, sino toda la economía del bienestar y en general todos los servicios y bienes públicos. Durante décadas la productividad ha crecido sustancialmente en España, pero en los últimos años esta variable se ha detenido y es ahí donde debería centrarse la preocupación acerca de la financiación del Estado social.

La reforma planteada por Escrivá mantiene a la Seguridad Social enclaustrada tras los barrotes de la división de fuentes, por lo que está condenada a malograrse. Se fundamenta, en principio, en la subida de los ingresos, lo que puede ser muy acertado, pero no así la elección del gravamen escogido, las cotizaciones sociales, porque, por una parte, es un impuesto al trabajo y tiene el riesgo de que se desincentive el empleo y, por otra, su progresividad es muy reducida al recaer tan solo sobre las rentas del trabajo.

El incremento de la recaudación tiene que dirigirse por otros derroteros, abarcando un abanico más amplio de tributos, es decir, acometiendo una reforma fiscal en profundidad que este Gobierno en absoluto está dispuesto a emprender. Por otro lado, tampoco hay que descartar que la reducción de determinados gastos públicos colabore a financiar la consolidación del Estado de bienestar. No ciertamente la minoración de la cuantía de las pensiones, sino de otras muchas partidas de los presupuestos que sería conveniente cribar.

La reforma que ha aprobado este Gobierno es más bien una profecía porque se legisla para 2029, incluso para 2050. Es un brindis al sol. En realidad una osadía porque nadie sabe quién ocupará en ese momento el Ejecutivo. El Gobierno se jacta de haber blindado para el futuro el poder adquisitivo de los jubilados. Falso. No es posible garantizar nada. Una ley con otra ley se cambia. En realidad, Sánchez ha dado una patada hacia delante. Salir del paso. Pretende cumplir un requisito frente a Europa, que en la actualidad está en las nubes, y contentar al mismo tiempo, al personal de cara a las próximas elecciones. En el futuro ya veremos. Si hay otro gobierno, que se las componga, y si él gana tiene cuatro años por delante para enmascarar entuertos, sobre todo en los primeros años cuando se esté muy lejos de otros comicios. Lo que se ha aprobado no es una reforma, es un parche.

republica.com 16-3-2023



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